lunes, 21 de enero de 2008

Tercer domingo del tiempo ordinario ciclo a

III Domingo del Tiempo Ordinario.

LA UNIDAD DE LA IGLESIA.

Si hay una comunidad cristiana que le dio problemas al apóstol San Pablo, esa es la comunidad de los Corintios. En la segunda lectura que escuchamos este domingo, el apóstol nos habla de la división que existía entre, y es que este problema estaba complicando seriamente la vida de la Iglesia en aquella comunidad cristiana. Como San Pablo conocía muy bien a los corintios, nos dice que estos cristianos era gente de temperamento separatista, les gustaba ir cada uno por su lado: “Desde luego, tiene que haber entre vosotros también divisiones” (1 Cor 11, 19). En lo espiritual, compiten entre ellos mismos, tratando de demostrar quien ha recibido carismas superiores a los demás (1 Cor 12); presumen de ser gente sabia e importante, cuando en realidad, lo dice el mismo apóstol, no eran más que gente de origen humilde. En el texto de (1 Cor 1, 10-13. 17), que es la segunda lectura de este domingo, el apóstol trata de resolver la nueva dificultad que ha surgido entre los fieles de Corintio: las preferencias hacia las personas que les habían anunciado el evangelio, había llevado a que se dividieran en cuatro grupos dentro de la comunidad cristiana, por eso, andaban diciendo: “Yo soy de Pablo”, “yo soy de Apolo”, “Yo soy de Pedro”. “Yo soy de Cristo” (1 Cor 1,12). San Pablo, había evangelizado a esta comunidad, los conocía muy bien, y por eso, rechaza la división entre ellos, diciéndoles: “¿Esta dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Cor 1,13). Pablo, sabía muy bien que para mantener la unidad Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo, era completamente necesario cultivar esta unidad en cada una de las comunidades a las que se le iba anunciando el Evangelio, y por lo mismo, era también necesario, estar atentos a cualquier movimiento que amenazara con destruir la fraternidad entre los hermanos que habían creído en el Señor. La división tiene consecuencias terribles en la vida de una familia, de una comunidad cristiana, de una parroquia, y de un país entero. La primera lectura de hoy nos narra una situación donde podemos descubrir lo terrible que son en la vida las consecuencias de la división. Era el año 722, antes de Cristo, y las diez tribus que formaban el reino del norte se había separado del reino del sur donde estaban las tribus de Judá y Benjamín. En ese año, los asirios, un país poderoso de aquel tiempo, invadió y sometió a las tribus del norte. Una buena parte de la población de Israel fue exiliada, y el lugar estaba ocupado por enemigos que casi aniquilaron aquel país. Solamente la unidad es lo único que nos hace fuertes, la división nos destruye así mismos, pero, la unidad solamente es auténtica y duradera cuando tiene a Dios como fundamento, y es “aquí donde esta precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo… Quien excluye a Dios de su horizonte, falsifica el concepto de la realidad y solo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas” (Aparecida, 44). Todos somos conscientes de la gran necesidad de unidad que existe en nuestras familias, en nuestras comunidades cristianas, en nuestra parroquia, la Diócesis, nuestro país, y la Iglesia en general pero ¿Cuántos cristianos siguen todavía con los brazos cruzados esperando que esta unidad les caiga del cielo? ¿Y cuántos otros, que muchas veces dicen trabajar por la unidad, en ocasiones lo único que hacen no es mas que aumentar la división ya existe en la familia, la Iglesia y en la sociedad? No se puede trabajar por la unidad en ningún ambiente, si primero, no se ha renunciado a los propios intereses, y se ha decidido seguir a Cristo radicalmente, como lo hicieron los apóstoles: “Dejando las redes, le siguieron” (Mt 4,20).

Oremos juntos: “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quien temeré? El Señor es la defensa de mi vida; ¿Quién me hará temblar? Una cosa pido al Señor, eso buscare: habitar en la casa del Señor por todos los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, se valiente, ten ánimo, espera en el Señor” (del salmo 26).

Primera parte: El Diablo es el padre de la división:

Nos cuenta el libro del Génesis que cuando Dios creó a nuestros primeros padres y los puso en el paraíso, Adán y Eva vivían muy felices, hasta el día en que Satanás se les presentó y los convenció de que Dios les había prohibido comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque él no quería que fueran como él. Eva y Adán creyeron y obedecieron al Demonio, y en ese mismo instante se separaron de Dios que era la fuente de la armonía y de la paz con que cada uno de ellos habían sido creados, se enemistaron entre ellos mismos y con la creación entera, y desde entonces la muerte y el pecado entró en el mundo. Es en la desobediencia a Dios donde se origina la división que nosotros vemos, vivimos, y sufrimos a diario en nuestras propias familias: por el pecado, muchos esposos son incapaces de amarse y de respetarse como Dios lo ha establecido, y acaban muchas veces divorciándose o viviendo juntos nomás por los hijos. Por otra parte, “Al haber dado la vida a los hijos, los padres de familia, tienen la gravísima obligación de educar a sus hijos. Les corresponde, pues, crear en la familia un ambiente animado por el amor y la piedad hacia Dios y hacia los hombres que favorezca la educación integral, personal y social de los hijos…” (Declaración sobre la Educación cristiana, n.3). Pero en la realidad, ni los padres de familia se quieren tomar en serio esta responsabilidad, ni los hijos tampoco quieren obedecer a sus papas. Siendo así las cosas, no debería de extrañarnos la división que existe muchas veces en la Iglesia y en nuestra sociedad. Muchas veces, los mismos cristianos que en la Iglesia viven cada uno rezándole a su santo, son los que en la sociedad civil, viven pensando y trabajando únicamente con el propósito de conseguir sus propios intereses, sin importarles el bien y los intereses de los demás. En la comunidad de los Corintios se estaban formando cuatro grupos diferentes de cristianos, los seguidores de Pablo, de Apolo, de Pedro, y de Cristo. Ninguno de los cuatro personajes tenia nada que ver con esta división al interior de la comunidad, sino que era el padre de la mentira (Jn 8,44), quien estaba manipulando a aquellos cristianos para que se dividieran, pues, él conoce que la división conduce a la destrucción. Después de haber logrado que en todos los Estados Unidos de América, se reconocieran a las personas de raza negra, los mismos derechos que a las personas de raza blanca, el 4 de abril de 1968, en Menphis, Tennessee, fue asesinado Martin Luther King; él había dicho que: “el trabajo de muchas personas, puede cambiar muchas cosas”. Pero los muchos, lo formamos los individuos, la persona, y es esa persona humana la que hay rescatar de la división, si queremos construir de verdad la unidad dentro de cada familia, la Iglesia y la sociedad. “Los seres humanos somos como los dedos de Dios sobre la Tierra” (P Jon Sobrino, S.J), y eso significa de que si cada uno de nosotros nos dejamos inundar por la Gracia de Dios, podremos, con su ayuda, transformar en luz toda la situación de división en la que vivimos hoy en día. Cada bautizado tiene que saber que “desde el día de su bautismo el Espíritu del Señor entró en su vida y le ha enviado a la sociedad salvadoreña, al pueblo de El Salvador, que si hoy anda tan mal es porque la misión que Dios ha encomendado a muchos cristianos ha fracasado… por eso es necesario que dejemos ya de ser un cristianismo de masa y que comencemos a ser y a vivir un cristianismo consciente” (Mon. Romero, Homilía del 8 de julio de 1979).

Para dialogar: ¿Cuál será el origen de las divisiones que a veces se producen en las comunidades cristianas y en la misma Iglesia? ¿Se puede lograr la unidad de la sociedad sin la conversión al Señor de cada hombre y mujer?

Segunda parte: La unidad exterior se construye en el interior de cada persona


Juan Pablo II, fue el que dijo que: “la unidad exterior, será la germinación y el florecimiento de esta intima unión con Cristo que deben tener todos los fieles… No se puede tener la unidad entre los hermanos, si no se da la unión profunda-de vida, de pensamiento, de alma, de propósito, de imitación-con Cristo Jesús; mas aún, si no existe una búsqueda íntima de vida interior en la unión con la misma Trinidad” (Alocución por la Unión de los Cristianos, 1981). Todos estamos cansados de tanta división pero la mayoría de cristianos no alcanzan ha descubrir cual es la llave que abre la puerta que conduce hacia la unidad de la familia, de la Iglesia y de la sociedad. ¿Qué hacer entonces para vivir en unidad? La unidad no debemos de seguirla buscando fuera de nosotros, en los demás, sino en nosotros mismos, porque la división que existe hoy en día en todos los ambientes se origina en el interior de cada persona, por eso nos ha dicho la Iglesia que: “hay que salvar a la persona humana, al hombre y a la mujer en su unidad y totalidad, con cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad” (Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo, 4). Y el único capaz de reconstruir a la persona humana en su totalidad es Jesucristo, nadie más, no son los políticos, sin importar su color, o los ricos, los que le van ha devolverle la paz y la unidad a nuestras familias y a nuestra es sociedad, lo ha dicho el Papa Benedicto XVI: “No es una ideología política, ni un movimiento social, como tampoco un sistema económico- lo que nos traerá la salvación- sino, la fe en el Dios Amor, encarnado, muerto y resucitado en Jesucristo” (Homilía del Papa en la misa de inauguración de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano). Opiniones sobre la división que vive nuestra sociedad y en algunos momentos la misma Iglesia, se escuchan por todos lados, pero, eso no es suficiente pues, “sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano” (Aparecida, 42). En el Evangelio de hoy, San Mateo nos dice que el “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz” (Mt 4, 16). Y esa luz era Jesús, quien al comenzar su ministerio público dice abiertamente sus seguidores: “Conviértanse porque ya esta cerca el Reino de los cielos” (Mt 4,17), seguir a Jesús, lógicamente, “no es una imitación exterior, porque afecta al ser de la persona en su interioridad mas profunda” (Juan Pablo II, Veritatis Splendor, n.21). Y esto es lo que sigue haciendo falta: “que todos los cristianos vuelvan a emprender el camino de la renovación evangélica, acogiendo generosamente la invitación del apóstol a ser “santos en toda la conducta” (1 Ped 1,15). Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de toda la historia de la Iglesia. Hoy tenemos una gran necesidad de santos, que hemos de implorar asiduamente a Dios” (Vocación y misión de los files laicos en el mundo y en la Iglesia, 16). Esto fue lo que hicieron Pedro y Andrés, Santiago y Juan: “inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”. Ellos se tomaron en serio el evangelio y lograron transformar el mundo de su tiempo.

Para dialogar: ¿Entiende usted que solamente podrá ayudar a que el mundo se transforme, si primero, se deja usted mismo transformar por el Señor?

lunes, 14 de enero de 2008

Segundo domingo del tiempo ordinario 2008 ciclo A

homilia del II Domingo del Tiempo Ordinario.

SERVIDORES DE DIOS.

Hay dos acontecimientos interesantes que se están realizando en estos días; el primero, en los Estados Unidos de Norte América, está desarrollándose, desde el 6 hasta el 12 de enero, la Semana Nacional de la Migración. El tema es: “Muchas culturas, una sola familia de Dios”. El propósito de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos es, “hacer entender que lejos de ser el migrante una amenaza, es una oportunidad para el desarrollo y el fortalecimiento de una sociedad multicultural como lo es la de Estados Unidos”. Monseñor Wester, presidente de la Comisión Episcopal para la Migración, ha afirmado que el tema de este año “nos recuerda que aunque venimos de muchas culturas y lugares diferentes, somos todos parte de la familia humana y miembros del Cuerpo de Cristo. Desgraciadamente, en lugar de acoger a los recién llegados a nuestra tierra y tratar de entender las circunstancias que les han obligado a tener que buscar una nueva vida entre nosotros, muy a menudo respondemos con temor y albergamos actitudes de resentimiento y sospecha. Si dejamos de atender las necesidades de estos recién llegados, dejamos de atender al propio Señor”. Hermanos, Dios es el Creador de la tierra, y el dueño de cada criatura, los seres humanos deberían de poder vivir donde ellos lo desearan pero, por voluntad y no por necesidad. A propósito de la Semana de Emigración que se celebra en Estados Unidos, es bueno que nos preguntemos nosotros: ¿hasta cuando los hombres y mujeres que nacen en El Salvador, van ha poder encontrar en su propia tierra un trabajo que les permita poder vivir con dignidad? ¿Cuándo llegará el día en que de verdad exista para todos los salvadoreños, oportunidad de estudio, trabajo, salud, vivienda, y seguridad? Se pueden decir muchas cosas negativas de Estados Unidos, y algunas de ellas son verdad pero, algo también es completamente cierto, y es que: ningún norteamericano necesita abandonar su país, y su familia por falta de trabajo, de educación para sus hijos, de vivienda, o de seguridad. Pero la sociedad Norteamericana la han construido, con la ayuda de Dios, aunque algunos norteamericanos no lo entiendan, las distintas generaciones de hombres y mujeres que han vivido en este territorio; lo otro que nadie puede negar es que, de este país, siguen viviendo hoy en día muchos países en mundo, incluido El Salvador. El segundo acontecimiento, es que en este año 2008, se cumplen cien años del Octavario de oración por la unidad de los cristianos. El tema escogido para esta semana de oración es: “Orad constantemente” (1 Tes 5,17). La división entre los cristianos, es un hecho que ha existido siempre, dentro y fuera de la Iglesia, y es uno de los frutos del pecado que habita en lo más íntimo de cada ser humano. Pero la oración de cada cristiano y de cada comunidad cristiana es el alimento que fortalece el avance hacia la unidad visible de todos los cristianos en cada familia, comunidad cristiana, parroquia, Diócesis, y la Iglesia en el mundo entero. Esta semana de oración se celebra cada año, del 18 al 25 de Enero. Hermanos y hermanas, todos somos responsables de la unidad en la Iglesia, y de la unidad de todos los cristianos en el mundo, por eso debemos de orar siempre pero, al mismo tiempo, hemos de tomar conciencia de que no contribuimos a conseguir esa unidad, si nosotros mismos estamos divididos a nivel personal. Por eso, hoy es un buen momento para preguntarnos: ¿Estoy yo favoreciendo con mi vida, la unidad o la división, en mi familia, mi comunidad cristiana y en mi parroquia?

Oremos juntos: “Yo esperaba con ansia al Señor: él se inclinó y escuchó mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: Aquí estoy. Como está escrito en mi libro: para hacer tu voluntad. Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes” (del salmo 39).
Primera parte: “Tú eres mi siervo de quien estoy orgulloso”


Esta frase que esta tomada del profeta Isaías aparece en la primera lectura de este segundo domingo del tiempo ordinario. La frase es aplicable al profeta mismo en cuanto que tenia la misión de congregar por medio de la Palabra de Dios a todo un pueblo que se había dispersado; es aplicable al pueblo de Israel en cuanto que ellos eran los depositarios de las promesas de salvación en favor de toda la humanidad. San Juan Bautista aparece en el Evangelio de hoy, como el siervo de Dios que le preparó el camino a su Hijo, señalándolo ante sus discípulos, como “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) pero, es Nuestro Señor Jesucristo el Siervo por excelencia: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto” (Mt 3,17). Y por Jesucristo cada uno de nosotros, hombres y mujeres, hemos sido constituidos en hijos e hijas de Dios, y como hijos e hijas de Dios estamos llamados a ser sus siervos, servidoras y servidores de Dios. San Pablo en su primera carta a los Corintios, se presenta como “llamado a ser apóstol de Jesucristo, por voluntad de Dios” (1 Cor 1,1). Usted también ha sido llamado para ser servidor y servidora del Señor, en su familia, en su comunidad, en su parroquia; y esta es la razón de nuestra existencia, servir a Dios, lo queramos o no: “Esclavitud por esclavitud- si, de todos modos, hemos de servir, pues, admitiéndolo o no, esa es la condición humana-, nada hay mejor que saberse, por Amor, esclavos de Dios. Porque en ese momento perdemos la situación de esclavos, para en amigos, en hijos” (San Josemaria Escrivá, Amigos de Dios, 35). El profeta Isaías, San Juan Bautista, Santa Maria, San José, cumplieron la misión que Dios les había encomendado, en el lugar y el tiempo exacto en el que él lo había determinado, y solo así fue posible que se realizara la salvación que Dios tenia preparada en favor de toda la humanidad. Hermanos y hermanas, ¿está pensando usted que Dios va ha arreglarnos todos los problemas, sin que nos tomemos en serio, cada uno y cada una, la misión que él nos ha encomendado? ¿Usted cree que Dios va ha venir a arreglarnos todos los problemas de desintegración y maltrato familiar, delincuencia, pandillas, corrupción, división en nuestra mismas comunidades cristianas; mientras nosotros sigamos cruzados de brazos? No. Nuestra misión es servir, y servir ahí donde Dios nos ha puesto: “Fijémonos en los soldados que prestan servicio bajo las ordenes de nuestros gobernantes: su disciplina, su obediencia, su sometimiento en cumplir las ordenes que reciben. No todos son generales ni comandantes, ni centuriones, ni oficiales; sin embargo, cada cual, el en sitio que le corresponde, cumple lo que manda al rey o cualquiera de sus jefes. Ni los grandes podrían hacer nada sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes; la efectividad precisamente depende de la conjunción de todos” (San Clemente, Carta a los Corintos, 36).

Para dialogar: En este momento exacto de su vida, ¿podría el Señor decir de usted: Yo estoy orgulloso de ti, porque me estas sirviendo fielmente ahí donde te he puesto? ¿Qué piensa usted?


Segunda parte: seamos constructores de unidad en nuestro propio ambiente


Por tres domingos, a partir de hoy, la segunda lectura es tomada de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios. La carta del apóstol es la respuesta a las alarmantes noticias sobre las discordias en la comunidad que le llegan a través de “los de Cloe” (1 Cor 1,11), una distinguida mujer de Corinto. Mediante esta carta, junto con la segunda, vemos algunos de los problemas que la joven comunidad cristiana estaba enfrentando en aquel tiempo, y que no son extraños a los problemas que hoy tenemos que enfrentar también nosotros. La unidad, el acuerdo entre las personas es tan importante dentro de la familia, de la comunidad cristiana, de la Iglesia, y de la sociedad en general que, cuando no existe esa unidad, cualquier familia o sociedad se queda estancada y en el peor de los casos, acaba destruyéndose así misma. La unidad es el secreto que ha hecho posible que numerosas familias y pueblos enteros hayan podido salir adelante a lo largo de la historia de la humanidad; en cambio, la división, que es fruto de la desobediencia, del egoísmo, del orgullo, y de la soberbia, ha sido lo que nunca ha permitido que una persona o una comunidad puedan salir adelante en esta vida. Puede haber dinero en una familia pero, ¿de qué les sirve esa plata, si viven divididos? Un país puede tener en sus tierras oro, petróleo, carbón, muchísimos árboles, y toda clase de animales pero, si la gente de ese pueblo no vive unida ¿de qué les sirven todas esas riquezas? Tarde o temprano caerá sobre ellos un pueblo que vive unido, y les quitará, por vivir divididos, todo lo que Dios les había dado para su bienestar. ¿Entiende usted la importancia que tiene la unidad en la vida de nuestras familias, de nuestras comunidades cristianas, nuestra parroquia, la Iglesia, y la sociedad en general? En esta jornada de oración por la unidad de los cristianos, la Iglesia nos invita ha “Orar constantemente” (1 Tes 5,17), pidiéndole al Señor para que desaparezca la división y reine la unidad entre todas las familias y pueblos de la tierra. La Iglesia nos invita a que oremos porque ella sabe que la unidad es fruto de la conversión de cada persona, y la conversión es una gracia, que solamente, nos la ofrece Dios si se la pedimos con insistencia y con sinceridad. Pero “la unidad exterior, por la que oramos, será la germinación y el florecimiento de esta intima unión con Cristo que deben tener todos los fieles… No se puede tener la unidad entre los hermanos, si no se da la unión profunda-de vida, de pensamiento, de alma, de propósito, de imitación-con Cristo Jesús; mas aún, si no existe una búsqueda íntima de vida interior en la unión con la misma Trinidad” (Juan Pablo, Alocución por la Unión de los Cristianos, 1981). El profeta Isaías trabajó por la unidad del Antiguo pueblo de Dios, San Juan Bautista condujo a los hijos de este pueblo al encuentro con Jesucristo: “He ahi el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29), él sabia que no era el Salvador, y se lo dijo con claridad a sus seguidores: “viene el que es mas fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias” (Lc 3,16), San Juan pudo haber engañado ha aquella gente, diciéndoles que él era el Mesías, pero no lo hizo. San Pablo trabajó hasta el final de su vida, para que el Nuevo Pueblo de Dios viviera la Unidad querida por Nuestro Señor Jesucristo, y usted: ¿que esta haciendo, está trabajando por la unidad querida por Nuestro Señor?

Para dialogar: ¿Qué opina usted de este pensamiento?: “Cuando nuestras ideas nos separan de los demás, cuando nos llevan a romper la comunión, la unidad con nuestros hermanos, es señal clara de que no estamos obrando según el espíritu de Dios” (San Josemaria Escrivá, Es Cristo que pasa, 17). ¿Tendría razón este santo?

lunes, 7 de enero de 2008

el baustismo del Señor / domingo 13 de enero 2008 / ciclo A


El BAUTISMO DEL SENOR.

Este domingo, con la celebración del Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo, vamos ha cerrar el tiempo de Navidad, y ha iniciar la vida pública de Nuestro Señor. Es posible que usted se pregunte: ¿Por qué Nuestro Señor se hizo bautizar? ¿Qué fue lo que él nos quizo enseñar al hacer esto? Esto es lo que nos cuenta el Evangelio a propósito del Bautismo de Nuestro Señor: “Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?» Jesús le respondió: «Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia.» Entonces le dejó. Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mt 3: 13 - 17 ). Todos entendemos que en Jesús no había pecado alguno, así lo había anunciado el ángel a la Virgen: “el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). Solamente él ha sido el único capaz de decir a sus enemigos: “Quién de vosotros puede probar que soy un pecador” (Jn 8,46). Pero a pesar de todo esto, nos lo encontramos en el evangelio de hoy, haciendo cola, en medio de todos los pecadores para ser bautizados por San Bautista en el río Jordán, ¿Por qué Nuestro Señor hizo esto? “Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de San Juan Bautista, destinado a los pecadores, para “cumplir toda justicia” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1224). No necesitaba este bautismo pero quiso recibirlo para enseñarnos que “él se había despojado de si mismo, que había tomado la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre” (Fil 2,7). “Después de hacerse bautizar por Juan en el Jordán, Jesús comienza su vida pública; y después de su Resurrección, confía esta misión a sus apóstoles: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado (Mt 28,19-20) (Catecismo de la Iglesia Católica, 1224). El bautismo que cada una y cada uno de nosotros hemos recibido, fue instituido por Nuestro Señor Jesucristo, este bautismo nos purifica de la mancha del pecado original, nos ha hecho hijos e hijas de Dios, y nos ha incorporado a su pueblo que es la Iglesia. Ahora que celebramos el Bautismo de Nuestro Señor, conviene que nos preguntemos: si por mi bautismo yo he sido transformado en hijo, hija de Dios ¿qué clase de hijo, hija de Dios estoy siendo? el bautismo me transformó también en miembro de la Iglesia, ¿Qué clase de miembro estoy siendo yo dentro del cuerpo de Cristo que se hace presente en mi familia, la comunidad, la parroquia y la Iglesia Universal?


Oremos juntos:
“Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado. La Voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnifica. El Dios de la gloria ha tronado. El Señor descorteza las selvas. En su templo un grito unánime: ¡Gloria! El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como rey eterno” (del salmo 28).


Primera parte: lo que debemos saber sobre
el bautismo cristiano.

Nos dice la que Iglesia que: “El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu, y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos participes de su misión” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1224). este sacramento es absolutamente necesario para la salvación, el Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (Jn 3,5). Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones (Mt 28, 19-20). El Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este sacramento (Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer "renacer del agua y del espíritu" a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, pero su intervención salvífica no queda reducida a los sacramentos (Catecismo de la Iglesia Católica, 1257). Los padres de familias deben de bautizar a sus hijos lo antes posible. Es conocida por todos nosotros la idea de los cristianos no católicos que afirman que, el bautismo de niños no vale porque ellos no saben lo que están haciendo pero, eso, es un invento de ellos, y no de Nuestro Señor Jesucristo, lo que él les dijo a los apóstoles fue: “haced discípulos a todas las gentes bautizándolas…” (Mt 28,19). ¿Qué acaso los niños no son gentes, personas para que puedan recibir este sacramento? Claro que si, y por eso, la practica de bautizar a los niños es algo que tiene su origen “desde el comienzo de la predicación apostólica, cuando “casas” enteras recibieron el Bautismo: Hc 16,15; 16,33; 18,8” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1252). “Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios, a la que todos los hombres están llamados. La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1250). En cuanto a los padrinos y madrinas, la Iglesia nos dice que, “deben de ser creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristina” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1255). ¿Y que sucede con los niños que mueren sin haber recibido la gracia del bautismo? En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más urgente aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo bautismo” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1261). En cuanto a los padrinos y madrinas, la Iglesia nos dice que, “deben de ser creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1255).

Para dialogar: ¿Usted sabia ya todo lo que hemos dicho aquí sobre el sacramento del Bautismo? ¿Qué nivel de importancia considera que tienen estas enseñanzas sobre el sacramento del Bautismo para la mayoría de católicos: bastante, mas o menos, o casi nada?


Segunda parte: ¿Cómo estamos la mayoría de bautizados?

Vivimos en una época en la que la mayoría de bautizados ha perdido la conciencia de lo que son y de cual es su misión en este mundo. Son muy pocos los cristianos que entienden verdaderamente que ellos son hijos de Dios, y son aún menos, los que comprenden que deben de esforzarse por vivir como buenos hijos de Dios. Muchos cristianos viven sin entender a cabalidad de que ellos son la Iglesia. ¿Por qué decimos nosotros que la mayoría de bautizados ha perdido la conciencia de lo son, y de cuál es su misión en este mundo? la realidad es la mejor prueba de lo que decimos:
“los padres de familia, son los primeros responsables de la educación de sus hijos” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2223). “La educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el Evangelio. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios”(Catecismo de la Iglesia Católica, 2226). ¿Acaso no es verdad que la principal preocupación de los padres de familia, de los que son responsables, es procurar que sus hijos tengan una casa donde vivir, comida, ropa, zapatos…? ¿pero, y la educación cristiana de los hijos donde queda? ¿es esta la principal preocupación de los padres para con sus hijos? Muchos padres bautizan a sus hijos sin saber bien lo que están haciendo; a la hora de bautizar hacen una renuncia al pecado pero que muchas veces es solo de palabra pues, ellos mismos viven hundidos en el pecado; dicen que profesan la fe cristiana pero, muchos no saben ni siquiera persignarse, la oración del Padre Nuestro, o el Ave María. Hermanos, ¿Qué clase de cristianismo será este? Alguien ha dicho que “administrar los sacramentos, sin garantizar el crecimiento en la fe, es una forma de paternidad irresponsable”. Y esto es aplicable, primero, a los padres de familia, en cuanto que ellos son los principales responsables de la educación de sus hijos pero, también, de los pastores de la Iglesia, en cuanto que muchas veces descuidan la formación cristiana del pueblo de Dios. El que la mayoría de cristianos hayan perdido la conciencia de lo que ellos son, y de cual es su misión en este mundo, es lo que ha llevado a que España, por ejemplo, se conviertan en el país de Europa que ha alcanzado el numero mas elevado de abortos en un año: más de 100 000 (cien mil), ¿Puede usted imaginarse ese número de asesinatos cometidos en contra de los seres mas indefensos como son los niños y niñas aun no nacidos? Es urgente que “los padres tomen nueva conciencia de su gozosa e irrenunciable responsabilidad en la formación integral de sus hijos” (Aparecida, 118) ¿O es que habrá algún otro camino para transformar la situación en la vivimos? ¿podrá contar nuestra sociedad, la Iglesia misma, con hombres y mujeres honrados, trabajadores, honestos, responsables, respetuosos del próximo, de los bienes de los demás, especialmente de la vida, si estos hombres y mujeres no se “fabrican” en cada familia? No. Lo que vivimos a diario en nuestro país, eso que nos gusta de nuestra sociedad, de la Iglesia misma, es lo que hemos fabricado en nuestras familias. Me contó un sacerdote que en una ocasión en que él estaba celebrando el sacramento Bautismo, la criatura estaba bien dormida mientras él rezaba las oraciones pero, al momento de ponerle el agua en la cabecita, el niño despertó de inmediato. Después él dijo a la señora que a lo mejor había sido el Espíritu Santo quien lo había despertado. Pero la señora le dijo: “no padre, fui yo quien lo despertó, porque no quiero que mi hijo vaya a ser de esos cristianos que viven toda la vida dormidos”

Para dialogar: ¿Cómo esta usted viviendo su Bautismo? ¿Es usted de esos cristianos que no saben lo que son, ni cuál es su misión en este mundo? ¿esos cristianos dormidos, podrán contribuir a la que vida sea mejor en la familia, la Iglesia, y la sociedad? ¿Qué se le ocurre a usted que se puede hacer para despertarlos?

jueves, 3 de enero de 2008

Meditaciones con Hna. Glenda

LA EPIFANIA DEL SEÑOR /domingo 6 de enero 2008.


El CAMINO DE LA FE.

Este próximo domingo, celebramos la Epifanía del Señor, que “es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. La Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos "magos" venidos de Oriente (Mt 2, 1). En estos "magos", representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para "rendir homenaje al rey de los Judíos" (Mt 2, 2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David (Nm 24, 17; Ap 22, 16) al que será el rey de las naciones (Nm 24, 17-19). Su venida significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos (Jn 4, 22) y recibiendo de ellos su promesa mesiánica tal como está contenida en el Antiguo Testamento (Mt 2, 4-6)” (Catecismo de la Iglesia Católica, 528). ”La Epifanía es, pues, la gran fiesta de la fe. Participan en esta fiesta tanto quienes han llegado ya a la fe como los que se encuentran en el camino para alcanzarla. Participan, agradeciendo el don de la fe, al igual que los Magos, llenos de gratitud, se arrodillaron ante el Niño. En esta fiesta participa la Iglesia, que cada año se hace más consciente de la amplitud de su misión” (Papa Juan Pablo II). Ahora se cumple en su totalidad lo anunciado por el profeta Isaías al pueblo de Israel: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz” (Is 60,1), y el apóstol San Pablo, una vez que esa Luz que es Cristo, se ha encendido por la gracia de Dios en su vida, les dice a los cristianos de Efeso: “También los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y participes de la Promesa en Jesucristo por el Evangelio” (Ef 3,6). Y es la visita al Niño Jesús de “unos Magos de Oriente” (Mt 2,1), la señal de que “tanto ha amado Dios al mundo que ha dado a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). El encuentro del Niño Jesús con los Magos no es algo accidental sino que responde a los planes salvificos de Dios en favor de la humanidad; eso sí, aquellos hombres tuvieron que estar atentos a los signos que Dios les ofreció, debieron de ponerse en camino, renunciar a la comodidad de sus hogares, dejar su patria para encaminarse a un país que no era el suyo, superar los obstáculos del camino; y cuando se sintieron perdidos, tuvieron que reconocer que ellos no sabían mucho sobre ese Personaje al que buscaban y que debían de preguntar a los que sabían más sobre El: “¿Dónde esta el Rey de los Judíos que ha nacido?” (Mt 2,2). Hermanas y hermanos, el deseo de Dios ha sido “inscrito en el corazón del ser humano por Dios mismo, pues hemos sido creados por Dios y para Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica, 528). Pero el problema de hoy, y de siempre, es el mismo: no querer reconocer a Dios como Dios; y por eso la humanidad sigue viviendo en tinieblas. Sólo caben dos maneras de vivir: como los Magos, buscando encontrarnos con el Señor cada día; o como el rey Heredares, que encerrado en si mismo trata de hacer desaparecer a Dios de su vida: ¿Con quién se está identificando usted?


Oremos juntos: “Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes: para que rija tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar en mar, del Gran Río al confín de la tierra. Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos; que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones, que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan. El librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenia protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres” (del salmo 71).


Primera parte: Hay que estar atentos a los signos de Dios.

En el evangelio es siempre Nuestro Señor Jesucristo el Personaje principal pero, en ocasiones, aparece uno o mas personajes que se convierten también en importantes, es el caso de hoy, que se nos habla de unos Magos, que habiendo visto la estrella que anunciaba el nacimiento del Rey de los Judíos, se pusieron en camino; y como la estrella se les perdió, esto no fue un accidente sino que era parte del plan de Dios, entraron en Jerusalén, y preguntaron si alguien sabia en donde era que había nacido el Rey de los Judíos. El Evangelio nos dice que “al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él”; así que “convoco a los sumos pontífices y a los letrados” para que le dijeran donde había de nacer el Mesías, y “ellos le dijeron: En Belén de Judá”. Herodes les dio instrucciones a los Magos para que fueran a buscar al Niño, y les dijo: “Cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo”. En realidad, Herodes, en el momento mismos en que escuchó hablar de que había nacido el Rey de los Judíos, tomó la decisión de asesinarlo, esa fue la razón por la cual les pidió a los Magos que cuando lo encontraran, regresaran y le dijeran donde era que había nacido. Los Magos siguieron caminando, la estrella volvió a aparecérseles de nuevo, hasta que finalmente encontraron “al Niño con Maria, su madre”. Los Magos, después de haber adorado al Niño, no volvieron adonde Herodes, y no porque ellos conocieran sus intenciones de acabar con el recién nacido sino porque, Dios les comunicó que no “debían de regresar a donde él, y que tenían que regresar a su tierra por otro camino”. Así lo hicieron. Los Magos, aunque no pertenecían al pueblo de Israel pero, algo sabían sobre el Mesías pues, supieron descubrir, movidos por la gracia de Dios por medio de una estrella, el momento exacto de su nacimiento, y se pusieron a caminar, no tuvieron pereza; dejaron de hacer lo que estaban haciendo para ir en búsqueda del Rey de los Judíos. Eso significa que para ellos este Personaje era alguien importante pues, hacen todo el esfuerzo necesario para encontrarlo, no tuvieron miedo de ir a preguntarle al mismo rey Herodes; son dóciles a la voz de Dios, no buscan hacer lo que ellos quieren sino que se dejan conducir por la voz del Señor que les llega de diferentes formas. Hermanos, hoy “debemos de considerar en todas las señales que fueron dadas tanto al nacer como al morir el Señor, cuanta debió de ser la dureza de corazón de algunos judíos, que no llegaron a conocerle ni por el don de profecía, ni por los milagros. Todos los elementos dan testimonio de que ha venido su Autor. Porque, en cierto modo, los cielos le reconocieron como Dios, pues inmediatamente que nació lo manifestaron por medio de una estrella. El mar le reconoció sosteniéndole en sus olas; la tierra le reconoció porque se estremeció al ocurrir su muerte; el sol le conoció ocultando a la hora de su muerte el resplandor de sus rayos; los peñascos y los muros le reconocieron porque al tiempo de su muerte se rompieron; el infierno le reconoció restituyendo a los muertos que conservaba en su poder. Y al que había reconocido como Dios todos los elementos insensibles, no le quisieron reconocer los corazones de los judíos infieles y mas duros que los peñascos” (San Gregorio, Hom. 10 sobre los Evangelios).

Para dialogar: La dureza de corazón, el no querer reconocer a Jesucristo como Dios en la propia vida, no es una actitud del pasado sino que es una manera de vivir actual en muchos cristianos. Son muchos los cristianos que no quiere oír hablar de Dios, otros escuchan pero no le toman importancia, hay quienes creen que el tema de Dios es algo que puede esperar para mas tarde, y así se nos pasa la vida: ¿Con que actitud esta viviendo usted?

Segunda parte: Las oportunidades de Dios no esperan

El desconocimiento de Dios lleva al cristiano muchas veces a vivir como si Dios no existiera, lleva ha que la persona se encierre en sí misma, a creer que lo sabe y lo puede todo. Ejemplo de esto fue Herodes, que siendo rey no conocía a Dios. Tenia poder, fama y dinero pero, no era feliz pues, para mantenerse en el poder había tenido que asesinar a muchas personas incluyendo a su propia esposa y a algunos de sus hijos. A pesar de su maldad, Dios le ofreció una oportunidad, como a pocos personajes en la historia, pudo haber tenido en sus brazos al mismísimo Hijo de Dios pero, eso no sucedió porque en cuanto supo de que había nacido el Mesías prometido al pueblo de Israel, tomo la decisión de asesinarlo. Por eso, cuando se enteró de “que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había sido precisado por los magos” (Mt 2, 16); pero al poco tiempo Herodes murió (Mt 2,19). “Las oportunidades de Dios no esperan. Llegan y pasan. La palabra de vida no espera; si no nos la apropiamos, se la llevara el demonio. El no es perezoso, antes bien, tiene los ojos siempre abiertos y esta siempre preparado para saltar y llevarse el don que vosotros no usáis” (Cardenal John Henry Newman, Llamada de la gracia). La pereza, el descuido, la indiferencia, el sentirse satisfecho de la vida es lo que lleva a que el cristianos no le de a Dios en su vida la importancia que se merece pero, la vida se acaba en un abrir y cerrar de ojos. Los que tienen poder y dinero como Herodes, sienten que tienen en sus manos los destinos del mundo, y que pueden hacer lo que a ellos se los antoje pues, no hay quien les diga nada. Los pobres, muchos, le piden a Dios un trabajito, una casita, algo para vivir pero, una vez que tienen lo que necesitaban se olvidan de Dios igualmente que los poderosos de este mundo. Buscar a Dios, ponerse a su servicio, y no servirnos de Dios para nuestros propios intereses, es la actitud de aquellos que realmente se han encontrado con El. Jesús dice en su Palabra: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado a pequeños” (Mt 11,25). El dos mil ocho, quizás sea la última oportunidad que usted pueda tener para demostrarle al Señor que le ama; nunca sabemos lo que sucederá mañana, por eso, lo único y lo mejor que podemos hacer, es aprovechar al máximo el presente que Dios nos regala.

Para dialogar: ¿le parece a usted que Herodes fue un hombre inteligente que, aunque llego a ser rey, no supo reconocer a Dios en el Niño que había nacido en Belén? ¿servirán de algo el poder, el dinero, la fama, los títulos, si no se logra reconocer a Dios como lo mas importante en la propia vida?