miércoles, 13 de agosto de 2008

vigecimo domingo del tiempo ordinario

Domingo XX del Tiempo Ordinario.

homilia del domingo 17 de agosto de 2008

LA SALVACION DE DIOS ES PARA TODOS

El evangelio de este domingo, nos habla sobre una de las pocas veces en que Nuestro Señor sale de los límites de Palestina. Con ello se iniciaba la evangelización de los gentiles, que más tarde llevarán a cabo los apóstoles, especialmente san Pablo. Tiro y Sidón estaban al norte de Galilea. Eran antiguas ciudades fenicias que se distinguían por la riqueza de su comercio marítimo. Hasta allí había llegado la fama de Jesucristo, como lo confirma el hecho de que una mujer de aquellas regiones acuda al Señor para rogarle por la curación de su hija enferma. Pero Jesús parece no oírla siquiera. Los discípulos interceden para que la atienda. Y el Señor afirma entonces que sólo ha sido enviado para atender a las ovejas descarriadas de Israel. Ante esta respuesta los apóstoles no insisten, pero la mujer sí. Se acerca más aún a Jesús y, de rodillas, le implora que cure a su hija. La contestación de Cristo es dura, desconcertante y casi cruel: "No está bien echar a los perros el pan de los hijos". Pero ella no ceja en su empeño, en su humilde petición. No se molesta por las palabras hirientes de Cristo. Y dice: “También los perros, Señor, comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos”. Su respuesta, tan llena de fe y humildad, acaba por desarmar al Señor, que con su actitud de rechazo estaba probando el amor y la fe de aquella sirofenicia. Para que los elegidos de Israel aprendieran de aquella cananea el modo de pedir y de confiar, de insistir y de humillarse. "Mujer, qué grande es tu fe", le dice Jesús. Y el milagro se produjo. No fueron las migajas sobrantes y caídas al suelo lo que el Señor dio a la mujer aquella, sino el pan tierno y blanco de su amor y poder infinitos. Este es un hecho más que anunciaba y que anuncia para nosotros que la salvación se extendería a todos los pueblos.

Oración inicial: “El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros: conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. Que canten de alegría las naciones, porque riges la tierra con justicia, riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra. ¡Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben! Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe” (Del Salmo 66).

Primera enseñanza dominical: La Salvación de Dios es para todos.

Al inicio del cristianismo, todos los miembros de la comunidad cristiana procedían del judaísmo, y estos en su mayoría, creían que la salvación de Jesucristo era no mas para los convertidos del judaísmo al cristianismo. Esa realidad es la que encontramos presente como fondo en el texto del evangelio que escuchamos este domingo, pero también encontramos presente aquella otra realidad que nos dice que: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el crea en él no se perezca” (Jn 3,16). Jesús es Dios, y él sabía perfectamente cual era su misión, por tanto, su frase: “no está bien echar a los perros el pan de los hijos”. No puede interpretarse como un rechazo para quienes no pertenecían al pueblo de Israel, representados en aquella mujer que se le acerca suplicándole por la curación de su hija. Humanamente hablando, esta mujer le ganó a Jesús con su manera de argumentar: “También los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Pero, Nuestro Señor, no estaba humillando ha aquella mujer, ni tampoco ella le estaba arrebatando algo que él no quisiera darle, sino que mas bien, como nos dice San Pablo en la segunda lectura, “ella que pertenecía a un pueblo rebelde, ahora estaba alcanzando la misericordia de Dios” (Rm 11,30). “Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a su Creador o se esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, el caminar del hombre es siempre una respuesta. A medida que Dios se revela, y revela al hombre a sí mismo, la oración aparece como un llamamiento recíproco, un hondo acontecimiento de Alianza. A través de palabras y de actos, tiene lugar un trance que compromete el corazón humano. Este se revela a través de toda la historia de la salvación” (Catecismo de la Iglesia, 2567). Los primeros cristianos tuvieron que entender que Nuestro Señor había venido al mundo para salvarnos a todos. Pero también nosotros tenemos que reconocer ahora, que son muchos los cristianos que siguen rechazando neciamente la salvación de Dios, y esto es peligroso porque, “las oportunidades de Dios no esperan. Llegan y pasan. La palabra de vida no espera; si no nos apropiamos, se la llevará el demonio. El no es perezoso, ates bien, tiene los ojos siempre abiertos y está siempre preparado para saltar y llevarse el don que usted no quiere usar” (Cardenal John Henry Newman, Llamadas de la gracia).

Para dialogar: Hay muchos cristianos que no quieren moverme para ninguna cosa que se refiera a Dios, eso si, cuando tienen alguna necesidad, quieren que Dios corra a ayudarles, ¿Qué será lo que está haciendo falta en la vida de estos cristianos? Examinando su vida, ¿se parece usted a estos cristianos, o ha la mujer de la que nos habla el evangelio?

Segunda enseñanza dominical: Hay que hacer presente la salvación de Dios.

La salvación de Dios no es una cosa abstracta, sino que es algo concreto, y que se realiza en favor de cada persona, y de toda la humanidad. Pero, Dios ha querido asociarnos a cada uno de nosotros en su plan de redención en favor del mundo, así que nada bueno sucede como por arte de magia, sino que todo exige la acción de Dios, y la colaboración del ser humano. Todo exige esfuerzo, empeño de nuestra inteligencia, de nuestra voluntad y de nuestras manos. La plenitud y la felicidad del hombre y de la humanidad son también fruto de nuestro trabajo. Dijo San Agustín: "Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti". El apóstol San Pablo fue conciente de esta gran verdad, de ahí que dedicara toda su vida ha hacer conocer el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. El sabía que otro mundo era posible, pero entendía que eso no sucedería, a menos que cada mujer y cada hombre, conocieran y creyeran en el mensaje de Nuestro Señor Jesucristo. Nos dice en la segunda lectura de este domingo: “Tengo algo que decirles a ustedes, los que no son judíos, y trato de desempeñar lo mejor posible este ministerio. Pero esto lo hago también para ver si provoco los celos de los de mi raza y logro salvar a algunos de ellos” (Rm 11, 13-14). El profeta Isaías nos recuerda hoy, algo que dijo al pueblo de Israel: “Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse” (Is 56,1). Para muchos cristianos estas palabras del profeta son imposibles de realizarse en nuestro tiempo, para otros no. Recientemente, he conocido a un sacerdote norteamericano de 82 años de edad. Ha viajado varias veces a Latinoamérica y se ha interesado por conocer la realidad en la que viven muchos de nuestros campesinos. Como consecuencia, este anciano sacerdote, tiene un gran aprecio por todos los inmigrantes, y además, ha creado un proyecto que consiste en concientizar a todos los dueños de negocios, para que no compren café ha aquellos productores que no pagan lo justo a sus trabajadores. Y el proyecto le está funcionando al viejito. Disponerse a recibir la salvación de Dios, y trabajar por la salvación de los demás, “nos lleva a asumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas prioritarias que contribuyen a la dignificación de todo ser humano, y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano. El amor de misericordia para con todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus dimensiones, como bien nos muestra el Señor en todos sus gestos de misericordia, requiere que socorramos las necesidades urgentes, al mismo tiempo que colaboremos con otros organismos o instituciones para organizar estructuras más justas en los ámbitos nacionales e internacionales. Urge crear estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que no haya inequidad y donde haya posibilidades para todos” (Aparecida, 384). Para que esto no se quede en puras palabras lo que nos dicen nuestros obispos, piense usted de qué manera puede hacer algo concreto para que la salvación de Dios, llegue mas a fondo a su familia y ha su comunidad.

Para dialogar: ¿Qué cosas no le están permitiendo que la salvación de Dios se concretice en su vida personal? ¿Siente usted el mismo ardor que tuvo San Pablo, por hacer conocer el Evangelio, o es una cosa sin importancia en su vida?

En el Año de San Pablo:

Apóstol de Jesucristo y principal propagador del Cristianismo, que tuvo una participación decisiva en la expansión de la Iglesia, desde el momento de su conversión. Saulo, el futuro San Pablo, nacido en Tarso de Cilicia, hacia el año 8 de la Era Cristiana, pertenecía a una familia judía de la diáspora o dispersión y, como tal, estaba sólidamente formado en la Ley judaica. Pronto pasó a Jerusalén, a completar su educación rabínica, y su maestro fue el más autorizado rabino de entonces, Gamaliel el Viejo. Su gran talento le afianzó rápidamente en los principios de la Ley antigua, que cita constantemente de memoria y con gran exactitud. Su carácter impetuoso le lanza a un fanatismo exagerado, en legítima defensa de la Ley y tradiciones ancestrales. En las sinagogas de Cilicia debió de conocer la doctrina de la nueva fe cristiana, por la predicación de San Esteban, y su celo e impetuosidad le llevaron a unirse a los perseguidores de ello, convencido de que defendía la causa de Dios. Después de su conversión, y cuando empezó a predicar, directamente y sin rodeos, la doctrina de Jesús, su vida apostólica fue toda una cadena de persecuciones, de grandes dificultades; pero, al mismo tiempo, de grandes triunfos para la causa cristiana.

Pregunta paulina: ¿Considera usted que vale la pena esforzarnos por conocer mejor nuestra fe en el Señor?

sábado, 2 de agosto de 2008

diecinueve domingo del tiempo ordinario ciclo a

Domingo XIX del Tiempo Ordinario.

homilia del domingo 10 de agosto de 2008


El año paulino.

Creo que todos sabemos ya, que el Papa Benedicto XVI, ha establecido este año 2008-2009, como Año Jubilar dedicado al apóstol San Pablo. El 29 de junio recién pasado, fiesta de los apóstoles San Pedro y San Pablo, el Papa ha inaugurado este Año Paulino. Por eso, de hoy en adelante, nosotros vamos a dedicar un punto de nuestra reflexión a la figura del apóstol San Pablo, y a todo lo que tenga que ver con esta celebración eclesial.

Explicación del año paulino:

“¿Quien era este Pablo? En el templo de Jerusalén, frente a la multitud agitada que quería matarlo, él se presenta a sí mismo con estas palabras: Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres; estaba lleno de celo por Dios... Al final de su camino dirá de sí: "yo he sido constituido heraldo y apóstol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad. Maestro de los gentiles, apóstol y pregonero de Jesucristo, así él se caracteriza a sí mismo haciendo un recorrido de su propia vida. "Maestro de los gentiles” esta palabra se abre hacia el futuro, hacia todos los pueblos y todas las generaciones. Pablo no es para nosotros una figura del pasado, que recordamos con veneración.

Él es también nuestro maestro, apóstol y anunciador de Jesucristo también para nosotros. Hace dos mil años nació en Tarso, el último apóstol: San Pablo. Por lo tanto, no se trata de reflexionar sobre una historia pasada, sino que, Pablo quiere hablar con nosotros, hoy. Por esto he querido convocar este especial "Año paulino": para escucharlo y tomar ahora de él, como nuestro maestro, en la fe y la verdad, en la cual están contenidas las razones de la unidad entre los discípulos de Cristo. En la Carta a los Gálatas, él nos ha donado una profesión de fe muy personal, en la cual abre su corazón frente a los lectores de todos los tiempos y revela cual es el resorte más íntimo de su vida: "Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí". Todo aquello que hace Pablo, parte de este centro. Su fe es la experiencia del ser amado por Jesucristo de manera totalmente personal. En su primera carta, aquella dirigida a los tesalonicenses, él mismo dice: "tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas... Nunca nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia...”. La verdad era para él demasiado grande para estar dispuesto a sacrificarla en vista de un éxito exterior. La verdad que había experimentado en el encuentro con el Resucitado ameritaba para él la lucha, la persecución, el sufrimiento. En un mundo en el que la mentira es potente, la verdad se paga con el sufrimiento.

En la búsqueda de la fisonomía interior de San Pablo, quisiera, en segundo lugar, recordar la palabra que Cristo resucitado le dirige sobre el camino de Damasco. Antes el Señor le pregunta: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?” El respondió: “¿Quién eres, Señor?”. Y le es dada la respuesta: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues". Persiguiendo a la Iglesia, Pablo persigue al mismo Jesús. "Tú me persigues". Jesús se identifica con la Iglesia en un solo sujeto. La Iglesia no es una asociación que quiere promover una cierta causa. En ella no se trata de una causa. En ella se trata de la persona de Jesucristo, que también como Resucitado permaneció "carne". "¿Por qué me persigues? Continuamente Cristo nos atrae hacia su Cuerpo, edifica su Cuerpo a partir del centro eucarístico, que para Pablo es el centro de la existencia cristiana, en virtud del cual todos, como también cada individuo puede de manera totalmente personal experimentar: Él me ha amado y ha se ha dado por mí. En esta hora en la que agradecemos al Señor, porque ha llamado a Pablo, haciéndolo luz de las gentes y maestro de todos nosotros, oramos: Danos también hoy el testimonio de la resurrección, tocado por tu amor y capaces de llevar la luz del Evangelio en nuestro tiempo. San Pablo ora por nosotros. Amen” (parte de la homilía pronunciada por el Papa Benedicto XVI, en la inauguración del Año Paulino).

Para dialogar: ¿Qué piensa usted de la celebración del Año Paulino? ¿Qué podemos hacer para que todas las personas de nuestra comunidad y de nuestra parroquia puedan participar en esta celebración?

Oración inicial: “Voy a escuchar lo que dice el Señor. Dios anuncia la paz. La salvación está cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos” (Del Salmo 84).

Primera enseñanza dominical: La Salvación de Dios.

En la primera lectura que escucharemos este domingo diecinueve del tiempo ordinario, veremos cómo Dios salva al profeta Elías de ser asesinado por la malvada reina Jezabel, esposa del rey Ajab. El motivo de la persecución era porque el profeta Elías después de haber demostrado que Yahveh era el Único Dios Verdadero, y que sólo a El se debía de creer, obedecer, amar y servir; había además, degollado a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, un dios pagano en el que creía la reina. En cuanto Jezabel se enteró de lo que había hecho Elías con sus profetas, lo mandó amenazar de muerte. Así las cosas, el profeta tuvo que huir, pero Dios vino en su ayuda. No era nada fácil la situación del profeta Elías en aquel tiempo, como tampoco son fáciles las situaciones en las que tienen que vivir su fe muchos cristianos hoy en día, pero Dios sigue actuando en favor nuestro, lo mismo que hizo con el profeta, El no nos deja solos. Pero, para que la salvación de Dios se haga realidad en nuestra vida, es necesario “creer en Cristo Jesús y en aquél que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación. "Puesto que `sin la fe... es imposible agradar a Dios' (Hb 11,6) y llegar a participar en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella y nadie, a no ser que `haya perseverado en ella hasta el fin' (Mt 10,22; 24,13), obtendrá la vida eterna" (Catecismo de la Iglesia Católica, 161). Esta fe era la que estaba haciendo falta a los apóstoles, mientras el Espíritu Santo no les había abierto su entendimiento. Acababan de estar con Jesús, habían sido testigos de la multiplicación de panes en la que el Señor alimentó a mas de cinco mil personas con sólo cinco panes y dos peces, pero por la noche, ellos estaban solos en la barca dentro del mar, y Jesús se acerca a ellos caminando por el agua; y hasta podría parecernos mentira lo que nos cuenta el Evangelio: “los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma” (Mt 14,26). Hasta parecen unos niñitos. San Pablo nos dice en la segunda lectura: “siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón” (Rm 9, 2), y la razón de su tristeza es porque, “los de su raza, según la carne, los israelitas” (Rm 9,3), no habían creído en Jesucristo.

Para dialogar: ¿A su juicio, cuál de las tres actitudes: la del profeta Elías, el grupo de los apóstoles, y san Pablo, le parece ha usted que manifiesta un mejor convencimiento en la confianza de que Dios no nos abandona? ¿Con cuál de estas tres actitudes se identifica su vida?

Segunda enseñanza dominical: para obtener la salvación de Dios, ¿es necesario solo la fe, o son también necesarias las obras?

Hace poco me contó un señor lo siguiente: “yo venía de trabajar, cuando se subió al bus una criaturita de unos doce años, con la Biblia en la mano, y necio diciéndonos que las obras buenas no sirven de nada para nuestra salvación, sino que lo único que importa es la fe en Jesucristo”. A lo mejor también ha usted ya le ha sucedido esto. ¿Qué respondemos nosotros a la pregunta: es necesaria sólo la fe o también son necesarias las obras para obtener la salvación de Dios? Ponemos aquí, algo que ha dicho sobre este punto uno de los convertidos más grandes al catolicismo en toda la historia de la Iglesia Católica en Estados Unidos: “Martín Lutero había dejado que sus convicciones teológicas personales contradijeran la propia Biblia, a la cual supuestamente había decidido obedecer en lugar de a la Iglesia Católica. El había declarado que la persona no se justifica por la fe obrando en el amor, sino solo por la fe. Llegó incluso a añadir la palabra “solamente” después de la palabra “justificado” en su traducción alemana de Rm 3,28, y llamó a la Carta de Santiago “epístola falsa” porque Santiago dice explícitamente: “Veis que por las obras se justifica el hombre y no solo por la fe”. Ef 2,8, aclara que la fe, que debemos de tener, es un don de Dios, que no depende de nuestras obras, para que nadie se jacte; y que la fe nos hace capaces de realizar las buenas obras que Dios ha querido que hagamos. La fe es al mismo tiempo un don de Dios y nuestra respuesta obediente a la misericordia de Dios” (Scott y Kimberly Hahn, Nuestro Camino al Catolicismo, p. 57-58). Hay más que decir sobre esto, pero ya no hay mas espacio.

Para dialogar: ¿Que piensa usted de esta frase de San Agustín: “Dios que te creo sin ti, no te salvara sin ti?

¿Qué tan auténtica seria nuestra fe en Dios, si no fuéramos capaces de vivir a diario lo que creemos?

viernes, 25 de julio de 2008

dieciocho domingo del tiempo ordinario ciclo a

homilia del 3 de agosto de 2008

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario.

LA DIVINA PROVIDENCIA

En el evangelio de este domingo, se nos cuenta que cuando Jesús se enteró de que Juan el Bautista había muerto, se alejó en una barca buscando un sitio tranquilo para estar solo. Quizás se sentía triste y hasta decepcionado. Muchas personas le siguieron a pie desde sus pueblos. Al desembarcar, el Señor se sorprendió al ver aquella multitud que lo buscaba ansiosa de oír su palabra. Sintió verdadera pena por toda aquella gente, y se puso ha predicarles hasta que se hizo tarde. Debido a eso sus discípulos empezaron a preocuparse viendo que la tarde avanzaba y que además el lugar era un sitio solitario. Al final intervinieron, diciéndole al Señor que debía despedir aquellas personas para que pudieran ir a las aldeas y comer algo, ya que llevaban muchas horas escuchándole, y sin tomar alimento. Pero la respuesta de Jesús dejó sorprendidos a los apóstoles pues, les dijo, “No tienen necesidad de irse: denles ustedes de comer”. Los apóstoles obedecieron al Señor y empezaron a buscar algo para alimentar a aquella multitud, pero solo encontraron cinco panes y dos peces, y eso era insuficiente para tantísimas personas. Entonces Jesús mandó que se recostaran todos en la hierba. Y realizó el gran milagro de la multiplicación del pan y los peces. Dio de comer a más de cinco mil personas con los cinco panes y los dos peces que los apóstoles consiguieron reunir. Y todos quedaron satisfechos. Si escuchamos con atención el evangelio, podremos aprender que el Señor siempre cuida de los suyos. La respuesta que dio Jesús a sus apóstoles diciéndoles, “denles ustedes de comer,” fue para probarlos en la fe. La vida ha cambiado muchísimo desde los tiempos de Jesucristo, sin embargo, aún tenemos que preguntarnos, ¿a quién tendremos que buscar en esta tierra, que sea capaz de multiplicar los panes y los peces, y de satisfacer tantas necesidades que viven tantas personas, familias, y pueblos enteros? ¿Quién puede solucionar o proporcionar a la humanidad el alimento suficiente? No podemos ignorar el hambre y las múltiples necesidades que existen en nuestro mundo, pero tenemos que entender que el Único que puede realmente multiplicar los panes y los pescados, y hacer que se repartan por igual a todos, solamente es Jesucristo, Dios y Hombre Verdadero.

Oración inicial: “El Señor es clemente y misericordioso, lento en la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente. El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente” (Del Salmo 144).

Primera parte: Dios cuida de todos

“Cuando un carpintero hace una silla y la deja, la silla continua existiendo; ¿por que? Porque el material del que está hecha conserva la forma que le ha dado. En otras palabras, cuando alguien que hace algo lo deja, se mantiene en la existencia gracias al material del que esta hecho. Pero si Dios, habiéndonos hecho, nos abandonase, ¿podría mantenernos en la existencia el material del que estamos hechos, que es la nada? Esta es la verdad acerca del Universo en su totalidad y en cada una de sus partes (incluidos nosotros). A menos que Dios no lo mantenga en la existencia momento a momento, dejaría de existir sin mas” (F. J SHEEDD, Teología para todos, p. 73). Una de las enseñanzas que aparece con mayor fuerza en toda la Sagrada Escritura, es la invitación a confiar plenamente en el Señor, a no tener miedo de nada, porque Dios lo puede absolutamente todo. La primera lectura de este domingo (Is 55, 1-3), es una invitación al pueblo de Israel para que tome parte en el banquete de la alegría. El profeta se presenta así mismo como un vendedor ambulante que ofrece productos de alimentación de primera necesidad y de gran calidad: agua, trigo, vino y leche. Pero lo más interesante es que todo esto es absolutamente gratis. Estos productos hacen referencia a los dones divinos y son expresión de la bondad y del amor de Dios para con su pueblo. El agua es símbolo de la vida y del Espíritu Santo. El vino y la leche evocan el gozo, la bendición divina y la riqueza de la tierra prometida. El trigo que se utilizará para hacer el pan, recuerda el antiguo maná que alimentó al pueblo de Dios en el Desierto. Dios sigue ofreciendo a su pueblo su amor y su vida. Y lo que vemos como promesa en el Antiguo Testamento, lo encontramos realizado en el Nuevo, a través de la Persona de Nuestro Señor Jesucristo. El Evangelio de este domingo, nos cuenta que El dio de comer a más de cinco mil personas, con apenas cinco panes y dos peces. Y lo que el Señor hizo en aquel tiempo, lo continúa haciendo también ahora con nosotros, con la única condición de que “tengamos sed de Dios, de que no vivamos satisfechos de nosotros mismos”. Pero ese era, y continúa siendo el gran problema. Muchos cristianos se empeñan en buscar su felicidad fuera de Dios, sin darse cuenta de que Dios “nos ha hecho para El, y que fuera de El, estaremos siempre angustiados” (San Agustín). Por eso, las pregunta del profeta Isaías tienen mucha actualidad para nuestro tiempo: “¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura?”. Dios cuida de todos, pero muchos cristianos, por vivir irresponsablemente no quieren cuidar de si mismos, ni mucho menos de sus familias. Lo más importante en nuestra vida, Dios no lo da de gratis, y si lo buscamos a El, y le servimos de todo corazón, lo demás, nos viene por añadidura.

Para dialogar:

¿He entendido que únicamente Dios es el único capaz de satisfacer todas mis necesidades materiales, y espirituales? ¿Pertenezco al grupo de cristianos que se sienten satisfechos de si mismos, o tengo ha Dios como lo mas importante en mi vida?

Segunda parte: “Denles ustedes de comer”

Cuando los apóstoles le dijeron a nuestro Señor que ya era tarde y que despidiera a la gente, nunca esperaron lo que el Señor les respondió: “Denles ustedes de comer”. Y ellos respondieron lo mismo que nosotros hubiésemos respondido: “pero y de donde, si nosotros no tenemos comida ni para nosotros”. Lo raro es que el Señor ya sabia que ellos eso, sin embargo, les dijo que ellos les dieran de comer. Para quitarse un problema de encima era bien fácil para los apóstoles sugerirle a Jesús que despachara a toda aquella gente, pero El no había venido al mundo para ignorar los problemas de la gente sino para ayudar a solucionarlos, y quería que sus discípulos aprendieran también a involucrarse en las situaciones concretas de la vida. La madre Teresa de Calcuta, dándose cuenta de la gran pobreza y miseria en que vivían muchas personas en Calcuta, pidió permiso a su comunidad religiosa, y salió del Convento para buscar y aliviar, según sus posibilidades, las necesidades básicas de los pobres que morían de hambre o por alguna enfermedad en las calles de aquella ciudad. Y sólo después de haber trabajado muchos años, aquella sociedad y el mundo entero, tuvo que reconocer que en Calcuta había una pobre religiosa católica trabajando por la gente mas necesitada. Esta religiosa había entendido el consejo que San Pablo dio a los cristianos de Roma: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12,21). Es fácil hablar en contra de los poderos y malvados de este mundo, y así ser reconocidos y alabados por quienes nos escuchan, pero eso no cambia en nada el mal que existe en nuestro mundo de hoy, lo que verdaderamente hace que las cosas cambien es ponerse a trabajar en silencio. El sufrimiento ha estado siempre presente en el mundo, siempre ha existido la pobreza, enfermedades, desintegración familiar, corrupción política, desempleo, delincuencia, etc. Y Dios no es indiferente a todas estas realidades que afligen a la humanidad entera, pero misteriosamente, Dios actúa, más o menos, ahí donde encuentra personas dispuestas a comprometerse con su causa de salvación. En otras palabras, Dios actúa por medio de nosotros. ¿Qué hubiera sucedido si los apóstoles no hubiesen preguntado a la a gente si tenían algo para comer? ¿Y si los que tenían los cinco panes y los dos peces no hubiesen querido darlos? Posiblemente, todos hubiesen aguantado hambre. Lo mismo hubiera sucedido, si Jesús hubiera hecho caso a la sugerencia de los apóstoles de despachar a aquella gente porque ya era tarde. El apóstol San Pablo, en la segunda lectura de este domingo, se pregunta: “¿Quién podrá apartarnos del Amor de Cristo?” El hablaba en futuro, nosotros tendríamos que preguntarnos lo mismo, pero en presente: ¿Quién nos está apartando del Amor de Cristo? ¿Quién esta apartando a mi familia del Amor de Dios? En nuestro caso, no es “la aflicción, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, o la espada”, como era en el caso de los cristianos de Roma de aquel tiempo. Lo nuestro es distinto, y se llama: pereza, falta de amor a Dios, a su Palabra, sus Sacramentos, y a su Iglesia. Es la indiferencia ante de Dios, el vivir satisfechos de si mismos, lo que está apartando a muchos cristianos del Señor.

Para dialogar: ¿El pan que yo ofrezco a los demás alimenta las ganas de construir el Reino, o es más bien un pan que engorda y deja sentado? ¿Cómo y de qué manera me convierto yo en pan para los demás?



diecisiete domingo del tiempo ordinario ciclo a

homilia del 27 de julio de 2008

XVII domingo del tiempo ordinario

LA ORACION DE PETICION

El Papa Benedicto XVI, en su Carta Encíclica sobre la Esperanza Cristiana, nos dice que “la vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza” (49). Esto que nos dice el Papa, no siempre lo logran entender todas las personas ha tiempo, y algunas incluso mueren sin haberlo comprendido. Muchos hombres y mujeres creen que su vida comienza y acaba en este mundo, pero la Palabra de Dios nos enseña que nos conducimos hacia la eternidad, y que mientras vivimos en este mundo, cada una y cada uno, tenemos una misión que cumplir. La primera lectura de este domingo, nos presenta ha uno de esos hombres que supo entender esta verdad de la que estamos hablando, el rey Salomón, uno de los reyes mas importantes en el pueblo de Israel, fue el segundo hijo del rey David con Betsabe, y su padre lo eligió como sucesor suyo antes de morir. El rey Salomón es muy famoso por su sabiduría, porque durante su reinado el pueblo de Israel vivió tiempos de prosperidad, vivieron en paz con los reinos vecinos, y porque se construyó el templo de Jerusalén. ¿Pero cómo fue que Salomón fue capaz de hacer tanto? ¿Cuál fue su secreto? De eso nos habla hoy la primera lectura: Dios se le apareció en un sueño ha este hombre, y le dijo: “pídeme lo que quieras que te dé”, y Salomón respondió, “concédeme, pues, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal” (1 Rey 3,5; 9). Usted, en el lugar de Salomón ¿Qué le hubiese pedido al Señor? ¿Dinero, una buena casa, un carro? La grandeza del rey Salomón no se debe a él mismo, sino a Dios. Este hombre sin la ayuda de Dios, jamás hubiese podido cumplir con la misión que le había sido encomendada, y todo lo que el él hizo fue decisivo para la historia del pueblo de Dios. ¿Ha pensado alguna vez usted en serio en la misión que Dios le ha encomendado dentro de su familia, de su comunidad, de la Iglesia, y nuestra sociedad? ¿Se da cuenta de la importancia que tiene su misión para los demás, y entiende que tampoco usted no puede hacer nada sin la ayuda de Dios?

Oración inicial: “Dios de los Padres, Señor de la misericordia, que hiciste el universo con tu palabra, y con tu Sabiduría formaste al hombre para que dominase sobre los seres por ti creados, administrase el mundo con santidad y justicia y juzgase con rectitud de espíritu, dame la Sabiduría, que se sienta junto a tu trono, y no me excluyas del número de tus hijos. Que soy un siervo tuyo, hijo de tu sierva, una persona débil y de vida efímera, poco apto para entender la justicia y las leyes. Pues, aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, si le falta la sabiduría que de ti procede, en nada será tenido. Contigo esta la Sabiduría que conoce tus obras, que estaba presente cuando hacías el mundo, que sabe lo que es agradable a tus ojos, y lo que es conforme a tus mandamientos. Envíala de los cielos santos, mándala de tu trono de gloria para que a mi lado participe en mis trabajos y sepa yo lo que te es grato” (Sab 9,1-10).

Primera parte: “Pídeme lo que quieras”. Salomón era ya rey de Israel, cuando Dios se le apareció en sueño para hacerle este ofrecimiento: “pídeme lo que quieras que te dé”. Y Salomón, siendo un hombre imperfecto, pudo muy bien haber aprovechado este momento para pedirle al Señor que le diera poder, riqueza y fama, pues eso es lo que siempre ha buscado la mayoría de seres humanos sobre esta tierra, pero no fue ese el caso del rey Salomón, él le dijo al Señor: “concédeme, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal” (1 Rey 3,5; 9). En una Palabra, éste rey le dice al Señor que él quiere servir bien como gobernante del pueblo de Israel, y servir no de acuerdo a sus propios pensamientos sino de acuerdo a los criterios de Dios, por eso le hace esta súplica: “dame sabiduría para saber discernir entre el bien y el mal”. El texto bíblico nos dice a continuación que, “al Señor le agradó la petición de Salomón” (1 Rey 3,10), y le concedió lo que pidió, y lo que no pidió. Salomón solo había pedido ha Dios sabiduría, para saber conducir al pueblo y así mismo, pero Dios le concedió no solo eso, sino también riqueza abundante para él y todo su pueblo, poder vivir en paz con todos los enemigos de Israel, pudo hacer grandes obras para su pueblo, y fue rey por cuarenta años sin mayores problemas. Hermanos y hermanas, la historia del rey Salomón debe de ayudarnos ha entender “que Dios está junto a nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. Y está como un Padre amoroso —a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando” (San Josemaria, Camino n. 267). Hoy en día, hay muchos cristianos que se sienten ignorados por el Señor, y piensan que casos como el del rey Salomón, son situaciones únicas en la historia, pero que Dios no se interesa por ellos. Esa manera de pensar es incorrecta, porque Dios se interesa por todos sus hijos, el problema está en que no todos sus hijos tienen los oídos suficientemente abiertos, y su conciencia atenta para descubrir la voz de Dios que quiere guiar la vida de cada una, y cada uno de nosotros. Hay muchos cristianos también, ricos y pobres, intelectuales e ignorantes, que consideran que ellos lo saben y lo pueden todo, y que no necesitan de Dios para poder hacer sus cosas. Estos también están muy equivocados, porque el ser humano no puede hacer absolutamente nada sin Dios.

Para dialogar:

- ¿Es usted consciente de que Dios le está hablando constantemente en su vida? ¿Qué le pide usted al Señor en sus oraciones?

Segunda parte: “Concédeme un corazón que entienda. No sé si ya he contado esta historia, pero hace algún tiempo conocí a un ancianito en una comunidad, que siempre que yo iba para celebrar la santa Misa, él estaba ahí para confesarse. Siempre me sorprendió que este hombre, aunque vivía pobre y solo, irradiaba abundante paz y felicidad. Un día le pregunté, oiga ¿y usted cómo hace para estar siempre contento? El viejito levantó una mano, y señalando hacia el cielo, me dijo: “hacer la voluntan del que está allá arriba”. Ya no le pregunte más. En el evangelio de este domingo, Jesús nos sigue hablando sobre el Reino de Dios, y ahora, lo compara “con un tesoro escondido en el campo”, con “una perla de gran valor”; y la tercera comparación es con “una red que se hecha en el mar y recoge peces de todas clase; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos”. El Reino del que nos habla Nuestro Señor “no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto” (Papa Benedicto XVI, Carta Encíclica sobre la Esperanza Cristiana, 31). Todos y cada uno de nosotros somos invitados por Nuestro Señor ha ser miembros y colaboradores suyos en la construcción de su Reino que se inicia ya aquí en la tierra, en la realidad propia en la que cada una y cada uno vivimos a diario. Pero, trabajar por este Reino, es una opción bien personal en la que el cristiano ha de estar dispuesto ha comprometerse por completo, renunciando así mismo y a sus propios intereses. Nada vale tanto como el Reino de Dios, pero comprender esto no depende ciertamente de nuestra inteligencia humana, sino que es fruto de la sabiduría divina que Dios otorga a los que se la piden sinceramente. Por carecer de esta sabiduría, son muchos los cristianos que en este mundo se dedican únicamente a la construcción de sus propios reinos: a nivel personal, viviendo como si Dios no existiera; en lo familiar, no teniendo en cuenta los Mandamientos de Dios. Y en lo social, económico, y político, ignorando por completo a Dios, porque creen que El no tiene nada que ver con estas realidades. Pero la triste verdad es que, ninguno de estos reinos puede prosperar verdaderamente cuando se pretende construirlos independientes o en contra del Reino de Dios. Esta fue también la desgracia del rey Salomón al final de sus días (1 Rey 11, 1-40), y por lo mismo, le sobrevinieron un montón de dificultades ha su pueblo. En la tercera parábola, Nuestro Señor anuncia la peor de las desgracias para quienes se dedican únicamente a construir sus propios reinos, olvidándose por completo del Reino de Dios: “Así sucederá al final del mundo: saldrán los ángeles, separaran a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 13,49).

Para dialogar:

- Donde reina el pleito, la envidia, la división, la crítica ¿podrá estar presente el Reino de Dios?

- ¿Cuáles son los tesoros a los que tiene que renunciar usted, para poseer el único Tesoro que realmente vale la pena? Haga una lista, y comience ha despojarse de sus tesoros falsos.






jueves, 15 de mayo de 2008

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE NUESTRO SENOR JESUCRISTO.

Domingo 25 de mayo de 2008


Homilia de la solemnidad del cuerpo y sangre de Cristo


Recientemente hemos celebrado tres acontecimientos muy importantes de nuestra fe cristiana: la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, la Venida del Espíritu Santo, y la Solemnidad de la Santísima Trinidad; y el próximo domingo celebraremos el gran misterio de la presencia de Nuestro Señor Jesucristo en el Sacramento de la Eucaristía. En esta celebración, nosotros proclamamos que Jesucristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, está verdaderamente presente en el pan y el vino consagrados por el sacerdote en la santa Misa. La Iglesia nos dice: "Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura" (Constitución pastoral sobre la Sagrada Liturgia, 47). La verdad sobre la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía dividió a los discípulos del Señor: “es duro este lenguaje, dijeron algunos, ¿Quién puede escucharlo?” (Jn 6, 60), y San Juan nos cuenta que, “desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él” (Jn 6,66). Pero Jesús no detuvo a ninguno de aquellos que se negaron a creer en lo que él estaba diciendo, y a sus mismos apóstoles les dice: “¿También vosotros queréis marcharos?” (Jn 6,67), como diciéndoles, si quieren irse, pueden hacerlo. Después de dos mil años, la verdad sobre la Eucaristía sigue siendo motivo de división para muchos cristianos, mucha gente abandona la Iglesia Católica porque no están de acuerdo que: “En el Santísimo sacramento de la Eucaristía están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Catecismo de la Iglesia Católica, 1374). Pero lo que la Iglesia Católica cree sobre la Eucaristía, lo cree no porque ha una persona se le haya ocurrido, sino, porque esta verdad ha sido creída desde el tiempo de los apóstoles, ellos fueron los primeros en creer la verdad que nosotros creemos sobre la Eucaristía. San Pablo nos ofrece un testimonio fuerte sobre la verdad de este Sacramento: “Porque yo recibí del Señor lo que os he trasmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias lo partió y dijo: “Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío”. Asimismo también la copa después de cenar diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío”. Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anuncias la muerte del Señor, hasta que venga” (1ª Cor 11,23-26). San Pablo hace además una advertencia muy seria a los cristianos de Corinto: “quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo” (1ª Cor 11,27-29). Fijemos bien que para comer un pedazo de pan y tomar un poco de vino cualquiera, no hace falta examinar primero la conciencia, para ver si se ha pecado o no, pero, en este caso, no se trataba de un simple pedazo de pan ni de un poco de vino sino, de un pan y de un vino que por las palabras de Jesucristo, pronunciadas por el sacerdote, se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

Oremos juntos:Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sion, que ha reforzado los cerrojos de tus puertas y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina; él envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz. Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así ni les dio a conocer sus mandatos” (Del salmo 147).

Primera parte: La Eucaristía, ¿símbolo o realidad del Cuerpo y Sangre de Jesucristo?

Es importantísimo que nosotros conozcamos la verdad sobre el sacramento de la Eucaristía, y eso porque en este sacramentoestán contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Catecismo de la Iglesia Católica, 1374), y porque además, son muchas las cosas falsas que se dicen sobre este sacramento por parte de quienes no son católicos. Alguien dijo un día que, “una mentira repetida hasta la saciedad se llega ha convertir en verdad”. Por supuesto que ninguna mentira es capaz de cambiar la realidad de lo que las cosas son pero, sí es capaz de cambiar esa verdad en la mente de las personas, haciendo que ellas piensen que es mentira lo que es verdad; y que crean que es verdad, lo que es mentira; y esto sucede sobre todo con la mayoría de cristianos que tienen muy pocas oportunidades de instruirse. Pero ¿Cuál es entonces la verdad sobre la Eucaristía? ¿Lo que la Iglesia Católica ha creído y enseñado desde sus orígenes, o lo que dicen quienes no son católicos? Jesús nos dice: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8,32). La Iglesia ha creído desde sus orígenes que cuando Jesús habló sobre la Eucaristía, lo hizo de manera real y no simbólica, él dijo: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo”. “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6, 51-53). Antes hemos visto ya lo que San Pablo aprendió de la Iglesia sobre la Eucaristía, y es lo que también él enseñó pero, el problema de la incredulidad sobre este sacramento ha continuado a lo largo de los siglos, y ha llegado ya hasta nuestro tiempo. No es raro oír hablar a gente que se burla de la celebración de la santa Misa, y que afirman con gran seguridad de que Jesucristo no esta presente en la hostia y el vino consagrados por el sacerdote. A esta clase de cristianos, San Ignacio de Antioquia, que vivió en tiempo de los apósteles, les escribió en su tiempo, diciéndoles: “Se mantienen alejados de la Eucaristía y de la oración (los docetas), por no confesar que la Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo, la que padeció por nuestros pecados, la que el Padre en su bondad ha resucitado” (Carta a los de Esmirna, 7). Este testimonio sobre la Eucaristía es importantísimo porque nos ayuda ha entender la verdad que la Iglesia había creído, celebraba, y enseñaba en aquel tiempo sobre este sacramento; y eso mismo es lo que ha venido haciendo a lo largo de todos los siglos. La Eucaristía no es un símbolo del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, sino que es Jesucristo mismo.

Para dialogar

¿Qué podemos hacer en nuestras familias, en las comunidades, en los diferentes grupos y movimientos parroquiales, para mejorar nuestra participación en la celebración eucarística? Piénselo, y pongan manos a la obra.

Segunda parte: La Eucaristía y nuestra vida.

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta que los primeros cristianos,acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar” (Hc 2, 42;44;47), por supuesto que esto no significa de que los primeros cristianos no tuvieran dificultades humanas entre ellos mismos y con el mundo que los rodeaba, pero luchaban por vivir en comunión con ellos mismos, con Dios, y con los demás hermanos; esto es tanto que quienes no eran cristianos, al ver aquel nuevo estilo de vida, se convertían al cristianismo, aunque eso les llevase ha tener que enfrentar incluso la muerte. “En el año 304, el emperador Diocleciano prohibió a los cristianos, bajo pena de muerte, tener las Escrituras, construir lugares para el culto o reunirse el domingo para celebrar la Eucaristía. En Abitina, una ciudad al Norte de África, un grupo de cincuenta cristianos fueron sorprendidos por las autoridades mientras celebraban la Eucaristía, y después de ser arrestados, y llevados a Cartago para ser interrogados por el procónsul. Cuando éste les preguntó por qué hacían aquello, un cierto Emérito respondió: "No podemos vivir sin la Misa". Otro, de nombre Félix, añadió: “Los cristianos no podemos vivir sin la Misa de la misma manera que la misa no se celebra sin los cristianos”. Y seguía: “Los cristianos hacen la Misa, y la Misa hace los cristianos. Uno no puede darse sin lo otro” (Scott Hahn, Comprometidos con Dios, p.157). Son incontables los testimonios de cristianos que en el pasado, y en el presente, siguen ofrendando su vida como testimonio de su fe en Jesús Eucaristía pues, “cuanto mas viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, mas profunda es su participación en la vida eclesial a través de la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos” (Papa Benedicto XVI, Sacramento de la Caridad, 6). Cuando la Eucaristía es recibida con las debidas disposiciones, transforma la vida de las personas, y cuando eso sucede “llega ha ser de muchos individuos un solo cuerpo” (San Agustín, La Ciudad de Dios, X, 6). La Eucaristía ha de llevarnos a vivir en la comunión Universal: “Una comunidad realmente eucarística no puede encerrarse en si misma, como si fuera autosuficiente, sino que ha de mantenerse en sintonia con todas las demás comunidades católicas. La comunión eclesial de la asamblea eucarística es comunión con el propio Obispo y con el Romano Pontífice. Sería, por tanto, una gran incongruencia que el Sacramento por excelencia de la unidad de la Iglesia fuera celebrado sin una verdadera comunión con el Obispo. San Ignacio de Antioquia escribía: “se considere segura la Eucaristía que se realiza bajo el Obispo o quien él haya encargado” (Juan Pablo II, Sobre la Eucaristía, 39).

Para dialogar:

¿Considera usted que existe unidad en su vida personal? ¿Dónde podemos encontrar la unidad que se necesita en nuestras familias, en la comunidad, la parroquia, la Iglesia y la sociedad en general?

lunes, 14 de abril de 2008

quinto domingo de pascua ciclo a

domingo 20 de abril de 2008

Quinto Domingo de Pascua
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LA COMUNIDAD CRISTIANA.

“En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia
(Hc 10,35). Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia y lo fue santificando. Todo esto, si embargo, sucedió como preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su sangre convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el espíritu”
(Constitución Dogmática sobre la Iglesia, 9). Si entendiéramos todo el significado de este párrafo que acabamos de leer, ya podríamos irnos para nuestras casas pues, en lo que hemos leído esta contenida la esencia de todo nuestro tema de hoy. Dios nos ha creado para vivir en comunidad no en solitario. Al inicio de la historia de la creación, dice Dios: “no es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada” (Gn 2, 18), y Dios creó a todos los animales y los puso junto al hombre pero, el hombre “no encontró en ellos una ayuda adecuada”, es decir, el hombre no había sido creado para vivir en comunidad con los animales sino con otro ser que fuera semejante a el, “entonces Yahveh Dios creó a la mujer” para que hombre y mujer vivieran en comunidad. De esta comunión entre el primer hombre y la primera mujer nacen los primeros hijos, y se inicia así la primera familia humana como un invento de Dios, y no como una idea de los hombres. Pero el vivir en comunidad tiene sus dificultades, y a veces muchas. Todos conocemos lo sucedido con Adán y Eva, juntos cometieron el primer pecado de desobediencia a Dios; luego, su hijo Caín asesinó por envidia a su hermano Abel, y desde entonces, son incontables los problemas que ha vivido y sigue viviendo la humanidad ha consecuencia de no haber entendido de que Dios nos ha creado, a cada uno y a cada una, para vivir en comunidad. Dios mismo no es un ser solitario sino una comunidad de Amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que no son tres dioses diferentes sino tres Personas distintas, y un solo Dios Verdadero. Y esa comunidad de Amor es tan grande y tan perfecta que Jesús nos dice hoy en el evangelio: “Quien me ha visto a mi ha visto al padre. Yo estoy en el Padre y el Padre esta en mi” (Jn 14,9; 11). Nuestro Señor Jesucristo enseña a sus discípulos a vivir en comunidad. Al inicio del cristianismo quienes van creyendo en el evangelio se van integrando a esa comunidad donde reina el Amor a Dios y al prójimo: “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según las necesidades de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar” (Hc 2,44-47). Pero muy pronto, también aquí, como en el caso de Adán y Eva, comenzaron ha surgir las primeras dificultades, la primera lectura de este domingo, dice que: “al crecer el numero de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas” (Hc 6,1). Esta situación nos viene ha enseñar que aprender a vivir en comunidad no es algo que sucede de manera automática en la vida de las personas sino que, es un proceso que se realiza con la colaboración de todos.
Oremos juntos: “Aclamad justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos; dad gracias al Señor con cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales; él ama la justita y el derecho, y su misericordia llena la tierra. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempos de hambre” (tomado del salmo 32).
Primera parte: La división, es uno de los peores problemas de nuestro tiempo.

Es bien fácil darnos cuenta de la división que se vive en muchísimas familias, son muchos los esposos que viven bajo el mismo techo pero, que no existe entre ellos una comunión de personas sino que más bien cada uno camina por su lado. ¿Y que sucede con los hijos? En realidad, aunque no siempre pero, muchos hermanos, nomás tienen de hermanos el apellido porque de lo demás, que es interesarse los unos por los otros, no es algo que les importe. Muchos hermanos y hermanas viven con una actitud como la de Caín: “¿soy yo acaso el guarda de mi hermano?”
(Gn 3, 9). ¿Y que hay de la unidad en las comunidades rurales o urbanas? Hay lugares donde todavía la gente vive unida pero, son muchos también los sitios en donde las familias se dividen y destruyen entre ellas mismas por envidias y rivalidades. si vemos nuestra sociedad con detenimiento podemos ver que, muchas veces, lo que único que tenemos en común es haber nacido un mismo pedazo de tierra pero, que estamos muy lejos de llegar a realizar el deseo de Dios: que seamos una comunidad de hermanos y hermanas. En la Iglesia misma, ella que ha sido fundada en la unidad por Nuestro Señor Jesucristo, tiene que sufrir muchas veces a consecuencia de las múltiples divisiones que surgen en su interior. Y esto no tendría que extrañarnos a nosotros “pues esta desunión al interno de la Iglesia no es mas que un eco de la división que existe a su alrededor, en la sociedad en que vive y trabaja. Es lo humano de la Iglesia” (Mons. Romero, Cuarta carta pastoral: Misión de la Iglesia en medio de la crisis del país, n. 23). Y “es común quejarse de estos males, pero no podemos quedarnos allí; tenemos que dar nuestro aporte para que se vaya edificando una sociedad en la que se respete realmente la dignidad de la persona humana. El proyecto de Dios es una sociedad justa, fraterna y solidaria, reconciliada en la verdad, en el perdón y el amor” (Carta pastoral de la Conferencia Episcopal de El Salvador, Testigos de Cristo en la Iglesia y en el mundo, 55). La unidad en nuestras familias, en nuestras comunidades, en la Iglesia y en la sociedad, como ya lo dijimos, no sucede de manera automática, sino que exige nuestra participación, y tenemos que saber actuar con sabiduría, fortaleza y perseverancia para poder conseguir la unidad querida por Dios entre nosotros. ¿Qué fue lo que hicieron los apóstoles cuando se les presentó el problema aquel en donde algunos se quejaron porque sus viudas no estaban siendo bien atendidas? Oraron y actuaron, y así mantuvieron la unidad de la Iglesia.
Para dialogar: ¿Qué comportamientos a nivel personal son los que obstaculizan la unidad en la familia, la comunidad, la Iglesia y la sociedad?
Segunda parte: Jesucristo es el fundamento de nuestra unidad.

“Dios, que cuida paternalmente de todos, ha querido que todos los hombres formen una única familia y se traten entre si con espíritu fraterno”
(Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, 24). Es un hecho completamente claro que necesitamos construir la unidad y esta unidad sólo es, y será posible, si ponemos a Jesucristo como fundamento de nuestras vidas, de nuestras familias, de la Iglesia y de la sociedad. Tenemos que aprender de la historia y darnos cuenta, como nos dijo el Papa Benedicto XVI, que: “no es un ideología política, ni un movimiento social, como tampoco un sistema económico- lo que nos llevará a la unidad-sino es la fe en Dios Amor, encarnado, muerto y resucitado en Jesucristo”. “La Iglesia no necesita recurrir a sistemas e ideologías para amar, defender y colaborar en la liberación del hombre: en el centro del mensaje del cual es depositaria y pregonera, ella encuentra inspiración para actuar en favor de la fraternidad, de la justicia, de la paz, contra todas las dominaciones, esclavitudes, discriminaciones, violencias, atentados a la libertad religiosa, agresiones contra el hombre y cuanto atenta a la vida” (Juan Pablo II, Discurso Inaugural de Puebla, 3). La división es una realidad en todos los ámbitos de la vida, y “solo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. Si no conocemos a Dios y en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino, y al no haber camino, no hay vida ni verdad” (Discurso del Papa en la inauguración de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, 3). En la raíz de toda división se encuentra el desconocimiento de Dios pues, a la mayoría de cristianos nos sigue sucediendo ahora, lo que le sucedió hace mucho tiempo al apóstol Felipe, estaba con Jesús pero, en realidad, no sabía quien era Jesús. Muchos cristianos van a misa el día domingo pero, no por convicción sino porque es un mandato de la Iglesia; bautizan a los niños; después, los envían al catecismo para que reciban los sacramentos pero, lo hacen muchas veces también por la misma razón: porque es obligatorio. Esta manera de actuar pone en claro de que numerosos cristianos todavía no han entendido lo que hoy nos dice en la segunda lectura, el apóstol San Pedro: “Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo” (1 Ped 2, 4-5). Somos piedras vivas no por decisión propia sino, porque por el sacramento del bautismo hemos sido transformados en hijos e hijas de Dios pero, como cristianos cada una y cada uno ha de tomar la decisión de lo que quiere ser en su vida: piedra viva, piedra muerta, o todavía peor, piedra de tropiezo para los que quieren caminar por el camino de la vida cristiana.
Para dialogar: ¿Qué clase de piedra considera que está siendo usted, en orden a conseguir la unidad en su familia, y en su comunidad cristiana?