viernes, 25 de julio de 2008

diecisiete domingo del tiempo ordinario ciclo a

homilia del 27 de julio de 2008

XVII domingo del tiempo ordinario

LA ORACION DE PETICION

El Papa Benedicto XVI, en su Carta Encíclica sobre la Esperanza Cristiana, nos dice que “la vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza” (49). Esto que nos dice el Papa, no siempre lo logran entender todas las personas ha tiempo, y algunas incluso mueren sin haberlo comprendido. Muchos hombres y mujeres creen que su vida comienza y acaba en este mundo, pero la Palabra de Dios nos enseña que nos conducimos hacia la eternidad, y que mientras vivimos en este mundo, cada una y cada uno, tenemos una misión que cumplir. La primera lectura de este domingo, nos presenta ha uno de esos hombres que supo entender esta verdad de la que estamos hablando, el rey Salomón, uno de los reyes mas importantes en el pueblo de Israel, fue el segundo hijo del rey David con Betsabe, y su padre lo eligió como sucesor suyo antes de morir. El rey Salomón es muy famoso por su sabiduría, porque durante su reinado el pueblo de Israel vivió tiempos de prosperidad, vivieron en paz con los reinos vecinos, y porque se construyó el templo de Jerusalén. ¿Pero cómo fue que Salomón fue capaz de hacer tanto? ¿Cuál fue su secreto? De eso nos habla hoy la primera lectura: Dios se le apareció en un sueño ha este hombre, y le dijo: “pídeme lo que quieras que te dé”, y Salomón respondió, “concédeme, pues, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal” (1 Rey 3,5; 9). Usted, en el lugar de Salomón ¿Qué le hubiese pedido al Señor? ¿Dinero, una buena casa, un carro? La grandeza del rey Salomón no se debe a él mismo, sino a Dios. Este hombre sin la ayuda de Dios, jamás hubiese podido cumplir con la misión que le había sido encomendada, y todo lo que el él hizo fue decisivo para la historia del pueblo de Dios. ¿Ha pensado alguna vez usted en serio en la misión que Dios le ha encomendado dentro de su familia, de su comunidad, de la Iglesia, y nuestra sociedad? ¿Se da cuenta de la importancia que tiene su misión para los demás, y entiende que tampoco usted no puede hacer nada sin la ayuda de Dios?

Oración inicial: “Dios de los Padres, Señor de la misericordia, que hiciste el universo con tu palabra, y con tu Sabiduría formaste al hombre para que dominase sobre los seres por ti creados, administrase el mundo con santidad y justicia y juzgase con rectitud de espíritu, dame la Sabiduría, que se sienta junto a tu trono, y no me excluyas del número de tus hijos. Que soy un siervo tuyo, hijo de tu sierva, una persona débil y de vida efímera, poco apto para entender la justicia y las leyes. Pues, aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, si le falta la sabiduría que de ti procede, en nada será tenido. Contigo esta la Sabiduría que conoce tus obras, que estaba presente cuando hacías el mundo, que sabe lo que es agradable a tus ojos, y lo que es conforme a tus mandamientos. Envíala de los cielos santos, mándala de tu trono de gloria para que a mi lado participe en mis trabajos y sepa yo lo que te es grato” (Sab 9,1-10).

Primera parte: “Pídeme lo que quieras”. Salomón era ya rey de Israel, cuando Dios se le apareció en sueño para hacerle este ofrecimiento: “pídeme lo que quieras que te dé”. Y Salomón, siendo un hombre imperfecto, pudo muy bien haber aprovechado este momento para pedirle al Señor que le diera poder, riqueza y fama, pues eso es lo que siempre ha buscado la mayoría de seres humanos sobre esta tierra, pero no fue ese el caso del rey Salomón, él le dijo al Señor: “concédeme, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal” (1 Rey 3,5; 9). En una Palabra, éste rey le dice al Señor que él quiere servir bien como gobernante del pueblo de Israel, y servir no de acuerdo a sus propios pensamientos sino de acuerdo a los criterios de Dios, por eso le hace esta súplica: “dame sabiduría para saber discernir entre el bien y el mal”. El texto bíblico nos dice a continuación que, “al Señor le agradó la petición de Salomón” (1 Rey 3,10), y le concedió lo que pidió, y lo que no pidió. Salomón solo había pedido ha Dios sabiduría, para saber conducir al pueblo y así mismo, pero Dios le concedió no solo eso, sino también riqueza abundante para él y todo su pueblo, poder vivir en paz con todos los enemigos de Israel, pudo hacer grandes obras para su pueblo, y fue rey por cuarenta años sin mayores problemas. Hermanos y hermanas, la historia del rey Salomón debe de ayudarnos ha entender “que Dios está junto a nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. Y está como un Padre amoroso —a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando” (San Josemaria, Camino n. 267). Hoy en día, hay muchos cristianos que se sienten ignorados por el Señor, y piensan que casos como el del rey Salomón, son situaciones únicas en la historia, pero que Dios no se interesa por ellos. Esa manera de pensar es incorrecta, porque Dios se interesa por todos sus hijos, el problema está en que no todos sus hijos tienen los oídos suficientemente abiertos, y su conciencia atenta para descubrir la voz de Dios que quiere guiar la vida de cada una, y cada uno de nosotros. Hay muchos cristianos también, ricos y pobres, intelectuales e ignorantes, que consideran que ellos lo saben y lo pueden todo, y que no necesitan de Dios para poder hacer sus cosas. Estos también están muy equivocados, porque el ser humano no puede hacer absolutamente nada sin Dios.

Para dialogar:

- ¿Es usted consciente de que Dios le está hablando constantemente en su vida? ¿Qué le pide usted al Señor en sus oraciones?

Segunda parte: “Concédeme un corazón que entienda. No sé si ya he contado esta historia, pero hace algún tiempo conocí a un ancianito en una comunidad, que siempre que yo iba para celebrar la santa Misa, él estaba ahí para confesarse. Siempre me sorprendió que este hombre, aunque vivía pobre y solo, irradiaba abundante paz y felicidad. Un día le pregunté, oiga ¿y usted cómo hace para estar siempre contento? El viejito levantó una mano, y señalando hacia el cielo, me dijo: “hacer la voluntan del que está allá arriba”. Ya no le pregunte más. En el evangelio de este domingo, Jesús nos sigue hablando sobre el Reino de Dios, y ahora, lo compara “con un tesoro escondido en el campo”, con “una perla de gran valor”; y la tercera comparación es con “una red que se hecha en el mar y recoge peces de todas clase; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos”. El Reino del que nos habla Nuestro Señor “no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto” (Papa Benedicto XVI, Carta Encíclica sobre la Esperanza Cristiana, 31). Todos y cada uno de nosotros somos invitados por Nuestro Señor ha ser miembros y colaboradores suyos en la construcción de su Reino que se inicia ya aquí en la tierra, en la realidad propia en la que cada una y cada uno vivimos a diario. Pero, trabajar por este Reino, es una opción bien personal en la que el cristiano ha de estar dispuesto ha comprometerse por completo, renunciando así mismo y a sus propios intereses. Nada vale tanto como el Reino de Dios, pero comprender esto no depende ciertamente de nuestra inteligencia humana, sino que es fruto de la sabiduría divina que Dios otorga a los que se la piden sinceramente. Por carecer de esta sabiduría, son muchos los cristianos que en este mundo se dedican únicamente a la construcción de sus propios reinos: a nivel personal, viviendo como si Dios no existiera; en lo familiar, no teniendo en cuenta los Mandamientos de Dios. Y en lo social, económico, y político, ignorando por completo a Dios, porque creen que El no tiene nada que ver con estas realidades. Pero la triste verdad es que, ninguno de estos reinos puede prosperar verdaderamente cuando se pretende construirlos independientes o en contra del Reino de Dios. Esta fue también la desgracia del rey Salomón al final de sus días (1 Rey 11, 1-40), y por lo mismo, le sobrevinieron un montón de dificultades ha su pueblo. En la tercera parábola, Nuestro Señor anuncia la peor de las desgracias para quienes se dedican únicamente a construir sus propios reinos, olvidándose por completo del Reino de Dios: “Así sucederá al final del mundo: saldrán los ángeles, separaran a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 13,49).

Para dialogar:

- Donde reina el pleito, la envidia, la división, la crítica ¿podrá estar presente el Reino de Dios?

- ¿Cuáles son los tesoros a los que tiene que renunciar usted, para poseer el único Tesoro que realmente vale la pena? Haga una lista, y comience ha despojarse de sus tesoros falsos.






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