martes, 25 de marzo de 2008

domingo segundo de pascua ciclo a

homilia del 30 de marzo de 2008
II Domingo de Pascua.



Más alabanzas aquí


LA FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA

Cuando Dios quiere revelar un mensaje a la humanidad, no busca a los más importantes y sabios, sino que se revela a través de los más sencillos y humildes, que saben ser dóciles a sus inspiraciones y gracias. Este es el caso del mensaje de la Divina Misericordia dado a Santa María Faustina Kowalska, religiosa polaca, instrumento elegido y probado por el Señor. Santa Faustina (como es conocida en el mundo entero) pertenecía a la Congregación de Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia, conocidas como las "Hermanas Magdalenas" que se dedican a la educación de jóvenes de bajos recursos. El 22 de febrero de 1931, santa Faustina recibió la primera revelación de la Misericordia de Dios, ella lo anota así en su diario: "En la noche cuando estaba en mi celda, vi al Señor Jesús vestido de blanco. Una mano estaba levantada en ademán de bendecir y, con la otra mano, se tocaba el vestido, que aparecía un poco abierto en el pecho, brillaban dos rayos largos: uno era rojo y, el otro blanco. Yo me quedé en silencio contemplando al Señor. Mi alma estaba llena de miedo pero también rebosante de felicidad. Después de un rato, Jesús me dijo: Pinta una imagen Mía, según la visión que ves, con la Inscripción: "¡Jesús, yo confío en Ti!” Yo deseo que esta Imagen sea venerada, primero en tu capilla y después en el mundo entero. Yo prometo que el alma que honrare esta imagen, no perecerá. También le prometo victoria sobre sus enemigos aquí en la tierra, pero especialmente a la hora de su muerte. Yo el Señor la defenderé como a Mi propia Gloria”. Cuando contó esto en confesión, el padre le dijo que seguramente Jesús deseaba pintar esta imagen en su corazón pero ella sentía que Jesús le decía "Mi Imagen ya está en tu corazón. Yo deseo que se establezca una fiesta de la Misericordia y que esta imagen sea venerada por todo el mundo. Esta fiesta será el primer domingo después de Pascua. Deseo que los sacerdotes proclamen esta gran misericordia Mía a los pecadores. Por orden de su confesor Santa Faustina le preguntó al Señor el significado de los rayos que aparecen en la imagen emanando del corazón y el Señor le respondió: "Los dos rayos significan Sangre y Agua- el rayo pálido representa el Agua que justifica a las almas; el rayo rojo simboliza la Sangre, que es la vida de las almas-. Ambos rayos brotaron de las entrañas mas profundas de Mi misericordia cuando mi corazón agonizado fué abierto por una lanza en la Cruz... Bienaventurado aquel que se refugie en ellos, porque la justa mano de Dios no le seguirá hasta allí". El Señor manifiesta su Corazón, y el agua y la sangre que de él brotaron como manantial de reconciliación para todos los hombres. ¿Y como podemos nosotros participar y obtener la Misericordia de Dios? Nuestro Señor le señaló cuatro medios concretos a santa Faustina, que son: la Novena a la Divina Misericordia , la Coronilla a la Divina Misericordia, la Hora de la Divina Misericordia y la Veneración de la Imagen de la Divina Misericordia. A través de estos actos de piedad, el Señor nos llama a todos a pedir Su Misericordia. Hermanas y hermanos, Dios quiere que nos acerquemos a Él orando sin cesar, arrepintiéndonos de nuestros pecados y pidiendo que Él derrame Su Misericordia sobre nosotros y el mundo entero.
Oremos juntos: “Dios, Padre Misericordioso, que has revelado Tu Amor en tu Hijo Jesucristo y lo has derramado sobre nosotros en el Espíritu Santo: Te encomendamos hoy el destino del mundo y de todo hombre. Inclínate hacia nosotros, pecadores; sana nuestra debilidad; derrota todo mal; haz que todos los habitantes de la tierra experimenten Tu Misericordia, para que en Ti, Dios Uno y Trino, encuentren siempre la fuente de la esperanza. Padre Eterno, por la Dolorosa Pasión y Resurrección de Tu Hijo, Ten Misericordia de nosotros y del mundo entero. Amen”. Padre Nuestro, Ave Maria, Gloria al Padre…
Primera parte: La Devoción a la Divina Misericordia.

“Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme (Papa Benedicto XVI, Salvados en la Esperanza, n. 23; 35). La Sagrada Escritura está llena de ejemplos de cómo confiar en Dios y pedir Su Misericordia: los Salmos; la fe de Abrahán y Moisés, hombres que suplicaron a Dios; el hombre que persuadió a su amigo a que se levantara a medianoche para que le prestara un poco de pan; la viuda persistente que consiguió la justicia del juez injusto; la mujer cananea que dialogó con fe con Jesús acerca del derecho que ella tenía de Su Misericordia; el ejemplo de María Santísima, cuya petición de misericordia en Caná resultó en que Jesús hizo Su primer milagro público, así reconociendo que Su Hora sí había llegado. El tema de la Divina Misericordia está presente durante todo el año litúrgico. La elección del II Domingo de Pascua, que concluye la octava de la Resurrección del Señor, indica la estrecha relación que existe entre el misterio pascual de la Salvación y la fiesta de la Misericordia. La Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo son, en efecto, la más grande manifestación de la Divina Misericordia de Dios Padre hacia los hombres, especialmente hacia los pecadores. Esta relación está subrayada por la novena que precede a la fiesta, que se inicia el Viernes Santo y se prolonga hasta el II Domingo de Pascua. Jesús mismo le explicó a Santa Faustina el motivo por el cual establece esta fiesta: “Las almas mueren a pesar de mi Dolorosa Pasión...Si no adoran Mi Misericordia, morirán para siempre” (Diario, 65), y también: “Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la fiesta de la Misericordia” (Diario, 965). La fiesta de la Misericordia ha de ser no sólo un día de particular veneración de Dios en este misterio, sino sobre todo un día de gracia para todos los cristianos, un día de reconciliación con Dios y con los hermanos por medio del sacramento de la penitencia: “En aquel día quien se acerque a la Fuente de la Vida (Sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía), conseguirá la remisión total de las culpas y de las penas” (Diario, 300). La Comunión ha de ser recibida el mismo día de la fiesta de la Misericordia, mientras que la confesión puede hacerse durante los siete días previos a la comunión o los siete posteriores a ella. Además de esta gracia extraordinaria, el Señor promete: “Derramaré todo un mar de gracias sobre las almas que se acerquen al manantial de Misericordia. En ese día están abiertas todas las compuertas Divinas a través de las cuales fluyen las gracias. Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata serán perdonados” (Diario, 699). Queda claro entonces que Nuestro Señor vinculó esta abundancia de gracias y beneficios sólo a ésta y no a las otras formas de devoción a la Divina Misericordia. Por fin, el 30 de abril del año 2000, coincidiendo con la canonización de Santa Faustina, “Apóstol de la Divina Misericordia”, el Siervo de Dios Juan Pablo II, instituyó oficialmente la Fiesta de la Divina Misericordia a celebrarse todos los años en esa misma fecha: Domingo siguiente a la Pascua de Resurrección.
Para dialogar: ¿Conoce usted algo sobre la devoción a la Divina Misericordia? ¿Quiere compartirlo con nosotros?
Segunda parte: En la Misericordia de Dios, esta nuestra vida.

Nuestro Señor Jesucristo nos dice en su Palabra que “él ha venido para que tengamos vida, y la tengamos en abundancia” (Jn 10,10), y esa es precisamente la enseñanza fundamental en la fiesta de la Divina Misericordia: Nuestra vida esta en la Misericordia de Dios. El apóstol San Pablo nos enseña que “el salario del pecado es la muerte” (Rm 6,23), pero, a esa muerte que ha entrado en el mundo por el pecado de un solo hombre, se opone y vence, la gracia de Dios: “Si por el delito de uno solo murieron todos ¡Cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre Jesucristo, se han desbordado sobre todos” (Rm 5,15). Y esta Misericordia de la que nos habla el apóstol, se desprende de Jesucristo Resucitado, hacia cada uno de nosotros, como el agua que brota de una fuente de manera inagotable para saciar toda esa que permanece en lo más profundo de nuestro interior, y que no puede ser saciada por nadie sino únicamente por nuestro Creador. Pero lo más interesante es que la Misericordia de Dios llega a nuestras vidas de forma gratuita. A propósito de esto, le dijo Nuestro Señor a Santa Faustina: Hija Mía, habla al mundo entero de la inconcebible Misericordia Mía. Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi Misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de Mi Misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas. En ese día están abiertas todas las compuertas divinas a través de las cuales fluyen las gracias. Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata. Mi Misericordia es tan grande que en toda la eternidad no la penetrará ningún intelecto humano ni angélico. Todo lo que existe ha salido de las entrañas de Mi Misericordia. Cada alma respecto a Mí, por toda la eternidad meditará Mi Amor y Mi Misericordia. La Fiesta de la Misericordia ha salido de Mis entrañas, deseo que se celebre solemnemente el primer Domingo después de Pascua. La humanidad no conocerá paz hasta que no se dirija a la Fuente de Mi Misericordia". ¿Podríamos nosotros creer esto?: “La humanidad no conocerá paz hasta que no se dirija a la Fuente de Mi Misericordia". A muchos cristianos quizás se les haga mas fácil creer en un discurso político que es casi todo pura mentira, y no en el mensaje de la Divina Misericordia que es todo una verdad de parte de Dios. Nunca en la historia de la humanidad, una ideología política, ha sido capaz de lograr lo que el Evangelio de Nuestro Señor ha alcanzado siempre, ahí, donde los cristianos han sido capaces de confiar plenamente en la Misericordia de Dios, confianza que claro esta, ha supuesto en ellos la conversión de todas aquellas actitudes personales que se oponen a la construcción del Reino de Dios en sus familias, en la Iglesia y en la sociedad. La segunda lectura de este domingo, nos presenta un ejemplo sorprendente de cómo la Divina Misericordia transformó por completo la vida de los primeros cristianos: “los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según las necesidades de cada uno” (Hc 2,44). Y algo interesante es que, este testimonio de la presencia de la Divina Misericordia en la vida de los primeros cristianos, hacía que otros se convergieran al Señor: “eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo a los que había de salvar” (Hc 2,47).
Para dialogar: ¿Como podemos celebrar la fiesta de la Divina Misericordia a nivel personal, familiar, comunitario y parroquial? piénsenlo y háganlo, no se queden únicamente pensando.


martes, 11 de marzo de 2008

domingo de Ramos ciclo a

Homilia del domingo 16 de marzo de 2008
vi domingo de cuaresma

salmos de la vigilia del sábado de gloria y pregón aqui

SEMANA DE DOLORES.

Queridos hermanos y hermanas, nos encontramos en la recta final de este tiempo de Cuaresma, muy pronto estaremos celebrando la Semana Santa. Estos son días que tienen un significado diferente según sea o viva cada persona: para muchos, la Semana Santa significa unos días de vacaciones, para ir a la playa o simplemente estar con sus familias; todos los años en Semana Santa aumentan los accidentes de tránsito, siempre muere mucha gente ahogada en el mar, y el número de crímenes, que ya es alto en nuestro país, en estos días es todavía aún mayor. Hay muchos cristianos que no se acercan a los templos en ningún otro tiempo pero, en estos días sí se dan su paseadita, sobretodo el Domingo de Ramos y el Viernes Santo para el Vía Crucis pero, después de estas dos ocasiones ya no se les vuelve a ver sino hasta la próxima Semana Santa. ¿Y qué es lo que celebramos en Semana Santa? Celebramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Jesús padeció y muere por toda la humanidad pero, no se queda en la tumba sino que resucita, y esto es grandioso para nosotros como cristianos pues, es la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo lo que le da vida a nuestra fe y ha nuestro vivir como hijos de Dios en este mundo. En Semana Santa, recordamos, celebramos y actualizamos la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, esto no quiere decir que en realidad Jesús vuelva a sufrir, morir y resucitar como sucedió hace dos mil años, sino que, por la importancia que este acontecimiento tiene para nuestra salvación, los cristianos celebramos año tras año este acontecimiento salvifico. Un acontecimiento grande se celebra de manera grande, y esa es la razón por la cual la Iglesia nos invita ha prepararnos espiritualmente con la oración, el ayuno y la limosna durante todos estos días de Cuaresma para celebrar debidamente la Pascua del Señor, su paso salvador por este mundo. ¿Considera usted que se ha preparado debidamente en lo espiritual para celebrar esta Semana Santa? ¿Han crecido espiritualmente usted, su familia y su comunidad? La conversión no es algo que puede quedarse escondido en la vida: ¿está experimentando en estos días una mayor unidad, comprensión, paz, espíritu de servicio en su familia y en su comunidad?
Primera parte: ¿Crucificaríamos de nuevo nosotros al Señor?

Casi siempre que hablamos de la muerte de Nuestro Señor, se dice que el pueblo de Israel fue un pueblo duro de corazón y necio de cabeza, que no quisieron comprender quien era Jesús y que por eso hasta se asociaron con los Romanos para darle muerte, y eso en parte es verdad pero, después de dos mil años de este acontecimiento, conviene que nos preguntemos: ¿Qué sucedería si Jesús apareciese hoy y comenzase a predicar abiertamente en contra del aborto, la prostitución, la pornografía, las ventas de licor en la ciudad y los cantones; que le sucedería si hablara abiertamente en contra de los narcotraficantes, si se pronunciara en contra de la guerra que es un negocio para unos pocos, mientras muchos simplemente tienen que morir; si predicara exigiendo justicia para todos los trabajadores; si hablara abiertamente a los gobernantes del mundo entero invitándoles ha que sirvan a sus pueblos, que busquen el bien de todos y no sólo el de unos pocos, que no sigan engañando a la gente con promesas falsas, que no busquen la política únicamente para enriquecerse ellos? ¿No cree usted que en este caso también ahora en nuestro tiempo sobrarían hombres: ricos y pobres, políticos, gente religiosa y no religiosa, que se asociarían para acusar a Jesús de “malhechor” (Jn 18,30) de “alborotar al pueblo” (Lc 23, 14)? En verdad, Jesús murió por la dureza de cabeza y de corazón de los hombres y mujeres de su pueblo y de su tiempo pero, también es cierto que hoy en día sigue muriendo por la dureza de todos los que decimos que creemos en El. “Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los judíos. Porque según el testimonio del Apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria" (1 Cor 2, 8). Nosotros, en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de El con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre El nuestras manos criminales” (Catecismo de la Iglesia Católica, 598). “Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados” (San Francisco de Asís). Hermanos y hermanas, es bueno que nos preguntemos: ¿Por qué la gran mayoría de cristianos no le da a la celebración de la Semana Santa la importancia que se debe? los cristianos católicos hemos de aceptar que la Semana Santa tal y como hoy en día la celebra mucha gente, difícilmente puede ser algo grato a los ojos de Dios. En muchos lugares corremos el riesgo de que Dios nos diga que le dan asco nuestros actos religiosos, que no escuchará nuestras oraciones porque todavía no hemos desterrado de nosotros el mal. La palabra judío la utilizamos para referirnos a los israelitas pero, se utiliza también para referirse a todos los comportamientos que manifiestan en la persona un rechazo hacia Dios y hacia todo lo que se refiere a El. ¿Se da cuenta entonces de cuantos judíos existen entre nosotros?
Para dialogar: ¿qué podemos hacer para que la Semana Santa se viva de una manera más cristiana en nuestra familia y en nuestra comunidad?
Segunda parte: En el dolor nace la vida.

En nuestro país hay mucho dolor, por eso es que nos dicen nuestros obispos en uno de sus documentos: “cada día, al abrir el periódico, al escuchar la radio o al mirar las noticias en el televisor nos golpea con toda su crudeza la realidad de nuestro país, marcada por tantos hechos violentos. Todos lo sabemos: la violencia está cada vez más presente, en primer lugar, en el seno mismo del hogar; ya sea la violencia que sufre la mujer de parte del esposo o de su compañero de vida, o la que padecen niños y niñas a pesar de su tierna edad: hay violencia física, violencia psicológica y, en forma creciente, incluso violencia sexual. Y aunque no llegue a matar físicamente, no podemos pasar por alto la violencia que invade los hogares sobre todo a través de algunos programas de televisión. Tenemos también la violencia producida por la delincuencia común que acecha en todas partes: en casa y fuera de casa; en el campo y la ciudad, en fincas o terrenos baldíos, en paradas de buses y al interior de los medios de transporte público, en negocios y oficinas. Es una violencia asesina que arrebata sin piedad la vida de personas de toda edad o condición: niñas y niños, mujeres, jóvenes y personas mayores, humildes trabajadores y profesionales. Nadie está a salvo de este flagelo social. A la violencia doméstica y a la delincuencia común se añade la pavorosa violencia de las pandillas juveniles o maras, del narcotráfico y del crimen organizado. Se asesina para robar; se asesina por venganza; se asesina por encargo; se asesina bajo el efecto del alcohol o las drogas; se asesina casi siempre con armas de fuego que circulan prácticamente sin control; se asesina a sangre fría; se asesina con lujo de barbarie y en completa impunidad” (Carta Pastoral de los Obispos de El Salvador: “No te dejes vences por el mal”, n. 9-13). Y la razón de todo esto es, porque todavía no hemos comprendido que cada persona, hombre o mujer, hemos sido creados a “imagen y semejanza de Dios” (Gn 2,26). Ser cristianos no es cuestión únicamente de llenar los templos para estos días de Semana Santa sino de tomar conciencia de la necesidad que tenemos de dejamos transformar por esa Gracia de Dios que se desprende de la muerte que su Hijo padeció por nosotros en al cruz; y solo así, podremos transformar en luz toda esta situación de oscuridad en la que como familia y sociedad seguimos crucificando al Señor. Cada bautizado tiene que saber que “desde el día de su bautismo el Espíritu del Señor entró en su vida y le ha enviado a la sociedad salvadoreña, al pueblo de El Salvador, que si hoy anda tan mal es porque la misión que Dios ha encomendado a muchos cristianos ha fracasado… por eso es necesario que dejemos ya de ser un cristianismo de masa y que comencemos a ser y a vivir un cristianismo consciente” (Mon. Romero, Homilía del 8 de julio de 1979). Mientras estemos en este mundo siempre existiremos entre el Crucificado y los crucificadores, entre la alegría y el sufrimiento, la esperanza y el dolor pero, si nos mantenemos fieles al Señor, al final reinaremos con El, pues, el mal no tiene la última palabra.
Para dialogar:

La conversión es fruto de la Gracia de Dios, y esa Gracia se nos ofrece gratuitamente: ¿Esta usted dispuesto a dejarse inundar por esa Gracia que Dios le esta ofreciendo gratuitamente en estos días de Cuaresma?
¿Qué debemos de hacer para crecer en la gracia de Dios? Hay que orar, leer la Palabra de Dios cada día; acercarse frecuentemente al sacramento de la Confesión, sin ningún miedo porque Dios le ama; y recibir siempre que sea posible a Jesús en la Eucaristía.

lunes, 3 de marzo de 2008

quinto domingo de cuaresma ciclo a

homilia del domingo 9 de marzo de 2008
v domingo de cuaresma

pregon pascual aqui

EL PODER DE DIOS


En las lecturas que escucharemos este domingo encontramos una promesa de salvación por parte de Dios en favor del pueblo de Israel, primera lectura; y en el evangelio, se nos narra la resurrección de Lazazo, descubrimos l0s inicios del cumplimiento de esa promesa en favor no solo del pueblo de Israel sino de toda la humanidad, nos dice Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida: el cree en mi, aunque haya muerto, vivirá; y el que esta vivo y cree en mi, no morirá para siempre” (Jn 11,25-26). Pero, para que esa promesa de salvación de Dios se realice en nuestro tiempo, en mi vida, en la vida de mi familia, de mi comunidad, de la Iglesia y de toda la humanidad. Dios ha querido necesitar de mi colaboración, lo ha dicho uno de los santos mas grandes de nuestra Iglesia, San Agustín: “Dios que te creo sin ti, necesita de ti, para salvarte”. Por el pecado nos alejamos con mucha facilidad de los caminos de Dios, y a veces, creemos que el regreso hacia él se nos hará fácil pero, eso, es una pura mentira; que podemos regresar a Dios después de haberlo abandonado, es completamente cierto; que Dios nos esta esperando siempre con los brazos abiertos para perdonarnos, también es verdad; pero que vamos a manteneros en sus caminos sin tener que luchar todos los días, o que no vamos ha sufrir si nos apartamos de él, es totalmente falso. San Pablo nos advierte en este domingo que “los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Rm 8,8). Con la palabra carne, San Pablo se refiere a todo aquello que conduce a la persona a vivir en el pecado, y por lo tanto, ha ofender a Dios. Y fue precisamente esta desobediencia del pueblo de Israel para con Dios, lo que llevó a que él permitiera que Nabucodonosor, rey de Babilonia, subiera a Jerusalén, invadiera la ciudad, saqueara el templo, y “deportara a todo Jerusalén, todos los jefes y los notables, diez mil deportados” (2 Rey 24, 14). Y toda esta gente tuvo que sufrir muchísimo por un largo tiempo pero, después de todo, cuando Dios vio que el sufrimiento los había hecho comprender la maldad de su pecado, él mismo envió al profeta Ezequiel para que infundiera fe y esperanzas en su pueblo, diciéndoles de parte suya: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel” (Ez 37,12). Alejarse de Dios y no entender de ninguna manera la gravedad de nuestros pecados tiene sus consecuencias graves en la vida. Sucedió este sábado de la semana pasada, por la noche, seis jóvenes salieron borrachos de un baile, se subieron a mismo vehiculo, y se accidentaron, dos quedaron golpeados de gravedad, tres sacaron golpes leves pero uno de ellos, murió en el instante, y éste pobre no tiene ha ningún familiar en este país, así que, mientras algunas personas andan pidiendo dinero para poder enviarlo a su familia en México, su cuerpo esta congelado en una morgue. El evangelio de San Juan nos dice que: “Dios ha enviado su Hijo al mundo no para juzgarnos sino para salvarnos” (Jn 3,17), para sacarnos de cualquier sepulcro en el que podamos haber caído por nuestros pecados, y eso es lo que Jesús nos enseña al resucitar a su amigo Lázaro. Hermanas y hermanos, ¿Cómo esta viviendo usted estos días de Cuaresma? ¿Esta logrando descubrir el inmenso amor que Dios le tiene? ¿Se esta dando cuenta de que es necesario que usted colabore con el Señor, renunciando al pecado, para que la salvación de Dios se realice en su propia vida?
Oremos juntos: “Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz: estén tus oídos atentos a la voz de mi suplica. Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿Quién podrá resistir? Pero de ti produce el perdón, y así infundes respeto. Mi alma espera en el Señor, espera en su Palabra; mi alma aguarda al Señor, mas que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora. Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa, y él redimirá a Israel de todos sus delitos” (Del salmo 29).
Primera parte: Vivir según el Espíritu, o vivir según la carne.

Vivir conforme a las enseñanzas del evangelio de Nuestro Señor Jesucristo no es un jueguito de niños sino que es algo que nos exige tomarnos en serio nuestra vida cristiana. Como cristianos, cada una y cada uno de nosotros recibimos el día de nuestro bautismo el don de la gracia santificante, ¿Y qué es eso de la gracia santificante? Imagínese usted que esto es como una de esas vacunas que le ponen a los niños cuando están pequeñitos, esa sustancia no solo los protegerá de todo aquello que los pueda hacer morir, sino que también, hará que sus cuerpos vivan. Sin embargo, dependerá, primero de los padres; y luego del niño, para que su cuerpo pueda mantenerse saludable. Esta vida divina en el alma del cristiano, como la vida natural en su cuerpo, esta destinada a crecer mediante la oración, los sacramentos y el ejercicio de las virtudes sobrenaturales. San Pablo en la segunda lectura que escuchamos este domingo le escribe ha un grupo de cristianos de Roma que se habían convertido al Señor; antes vivían según las obras de la carne pero, ahora, vivían según el espíritu de Cristo. Por supuesto que dar ese paso no les había sido fácil a ninguno de aquellos hombres y mujeres, ellos tuvieron las mismas dificultades que nosotros encontramos ahora para vivir de manera auténtica el Evangelio. Las obras de la carne: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías, y cosas semejantes” (Gal 5, 19-21), fueron obstáculos serios que aquellos cristianos tuvieron que vencer, ayudados por la gracia de Dios, para “vivir según el Espíritu, negándose así mismo a dar satisfacción a las obras de la carne” (Gal 5,16). A aquellos primeros cristianos no les fue fácil este estilo de vida, como tampoco no nos es fácil ha nosotros ahora, pero, lo mismo que aquellos no estuvieron solos en su batalla, tampoco nosotros estamos solos en este combate de la vida. Por lo tanto, que un cristiano, hombre o mujer, vivan hundidos en las obras de la carne, no es porque no exista la posibilidad de vivir según el Espíritu de Cristo, sino que esa posibilidad existe para cada una y cada uno pero, es cada persona quien tiene que decirse a abandonar la mediocridad en su vida cristina, y a vivir el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, de manera autentica.

Primera parte: Cuatro días en la tumba.

El evangelio de este domingo nos relata un hecho muy impresionante: Se nos cuenta que Jesús era amigo de una familia: Marta, Maria, y Lázaro. Y murió este ultimo pero, antes de que sucediera eso, cuando había caído enfermo, las hermanas le mandaron a avisaron al Señor para que viniera y curase a su amigo pero, Jesús sabiendo lo que iba ha hacer no se apresuró, sino que les dijo a sus discípulos: “esta enfermedad no acabara en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. Cuatro días tenia Lázaro ya de estar en la tumba cuando Jesús fue a visitarlo, y después de un largo dialogo con aquellas hermanas, en el que ellas le reclamaron porque no había llegado a tiempo, finalmente él les preguntó: ¿Dónde lo han enterrado? Luego, fueron a ver el lugar donde lo habían colocado y después de una oración que hizo el Señor, “grito con voz potente: “Lázaro, ven fuera”. El muerto salio, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo andar”. Y muchos judíos que habían venido a casa de Maria, al ver lo que había hecho, creyeron en él” (Jn 11,43-45). Tres cosas son las que nosotros principalmente tenemos que aprender en este acontecimiento: primero, “Jesús acompaña sus palabras con numerosos milagros, prodigios y signos que manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado. Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado. Invitan a creer en Jesús. Los milagros no pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre, de la injusticia, de la enfermedad y de la muerte, Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo, sino a liberar a los hombres de la esclavitud mas grave, la del pecado, que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbre humanas” (Catecismo de la Iglesia Católica, 547-549). Segunda enseñanza: Nuestro Señor es capaz de sacarnos de cualquier tumba, sin importar la profundidad que tenga, ni el tiempo que llevemos de estar enterrados en ella a consecuencia de nuestros pecados. Hay cristianos que a veces llevan años de vivir en situaciones de pecado, y que en ocasiones hasta parece que ya “huelen mal” pero, todavía no están del todo perdidos, aun tienen esperanzas pues, el Señor ha venido a buscar a los que huelen mal con el objetivo de hacerlos vivir una vida conforme a la voluntad de Dios. Tercera enseñanza: Debemos de cooperar con Dios, las hermanas de Lázaro no se sentaron a llorar, ni se quedaron con sus brazos cruzados viendo que su hermano agonizaba sino que, inmediatamente mandaron a llamar al Señor, y cuando él llego a la casa, hablaron con él, lo llevaron a la tumba, buscaron quien quitara la piedra; y lo demás, ya lo sabemos, lo hizo Nuestro Señor. Hermanos, cuantos cristianos se están muriendo espiritualmente a nuestro alrededor, y a veces, posiblemente porque nosotros no estamos haciendo nada o no hacemos lo suficiente por esta pobre gente. Tenemos que dar esperanzas al que se siente perdido, hundido en su tumba, y llevarlo a Jesús para que él lo haga salir, como lo hizo con Lázaro.