viernes, 25 de julio de 2008

dieciocho domingo del tiempo ordinario ciclo a

homilia del 3 de agosto de 2008

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario.

LA DIVINA PROVIDENCIA

En el evangelio de este domingo, se nos cuenta que cuando Jesús se enteró de que Juan el Bautista había muerto, se alejó en una barca buscando un sitio tranquilo para estar solo. Quizás se sentía triste y hasta decepcionado. Muchas personas le siguieron a pie desde sus pueblos. Al desembarcar, el Señor se sorprendió al ver aquella multitud que lo buscaba ansiosa de oír su palabra. Sintió verdadera pena por toda aquella gente, y se puso ha predicarles hasta que se hizo tarde. Debido a eso sus discípulos empezaron a preocuparse viendo que la tarde avanzaba y que además el lugar era un sitio solitario. Al final intervinieron, diciéndole al Señor que debía despedir aquellas personas para que pudieran ir a las aldeas y comer algo, ya que llevaban muchas horas escuchándole, y sin tomar alimento. Pero la respuesta de Jesús dejó sorprendidos a los apóstoles pues, les dijo, “No tienen necesidad de irse: denles ustedes de comer”. Los apóstoles obedecieron al Señor y empezaron a buscar algo para alimentar a aquella multitud, pero solo encontraron cinco panes y dos peces, y eso era insuficiente para tantísimas personas. Entonces Jesús mandó que se recostaran todos en la hierba. Y realizó el gran milagro de la multiplicación del pan y los peces. Dio de comer a más de cinco mil personas con los cinco panes y los dos peces que los apóstoles consiguieron reunir. Y todos quedaron satisfechos. Si escuchamos con atención el evangelio, podremos aprender que el Señor siempre cuida de los suyos. La respuesta que dio Jesús a sus apóstoles diciéndoles, “denles ustedes de comer,” fue para probarlos en la fe. La vida ha cambiado muchísimo desde los tiempos de Jesucristo, sin embargo, aún tenemos que preguntarnos, ¿a quién tendremos que buscar en esta tierra, que sea capaz de multiplicar los panes y los peces, y de satisfacer tantas necesidades que viven tantas personas, familias, y pueblos enteros? ¿Quién puede solucionar o proporcionar a la humanidad el alimento suficiente? No podemos ignorar el hambre y las múltiples necesidades que existen en nuestro mundo, pero tenemos que entender que el Único que puede realmente multiplicar los panes y los pescados, y hacer que se repartan por igual a todos, solamente es Jesucristo, Dios y Hombre Verdadero.

Oración inicial: “El Señor es clemente y misericordioso, lento en la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente. El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente” (Del Salmo 144).

Primera parte: Dios cuida de todos

“Cuando un carpintero hace una silla y la deja, la silla continua existiendo; ¿por que? Porque el material del que está hecha conserva la forma que le ha dado. En otras palabras, cuando alguien que hace algo lo deja, se mantiene en la existencia gracias al material del que esta hecho. Pero si Dios, habiéndonos hecho, nos abandonase, ¿podría mantenernos en la existencia el material del que estamos hechos, que es la nada? Esta es la verdad acerca del Universo en su totalidad y en cada una de sus partes (incluidos nosotros). A menos que Dios no lo mantenga en la existencia momento a momento, dejaría de existir sin mas” (F. J SHEEDD, Teología para todos, p. 73). Una de las enseñanzas que aparece con mayor fuerza en toda la Sagrada Escritura, es la invitación a confiar plenamente en el Señor, a no tener miedo de nada, porque Dios lo puede absolutamente todo. La primera lectura de este domingo (Is 55, 1-3), es una invitación al pueblo de Israel para que tome parte en el banquete de la alegría. El profeta se presenta así mismo como un vendedor ambulante que ofrece productos de alimentación de primera necesidad y de gran calidad: agua, trigo, vino y leche. Pero lo más interesante es que todo esto es absolutamente gratis. Estos productos hacen referencia a los dones divinos y son expresión de la bondad y del amor de Dios para con su pueblo. El agua es símbolo de la vida y del Espíritu Santo. El vino y la leche evocan el gozo, la bendición divina y la riqueza de la tierra prometida. El trigo que se utilizará para hacer el pan, recuerda el antiguo maná que alimentó al pueblo de Dios en el Desierto. Dios sigue ofreciendo a su pueblo su amor y su vida. Y lo que vemos como promesa en el Antiguo Testamento, lo encontramos realizado en el Nuevo, a través de la Persona de Nuestro Señor Jesucristo. El Evangelio de este domingo, nos cuenta que El dio de comer a más de cinco mil personas, con apenas cinco panes y dos peces. Y lo que el Señor hizo en aquel tiempo, lo continúa haciendo también ahora con nosotros, con la única condición de que “tengamos sed de Dios, de que no vivamos satisfechos de nosotros mismos”. Pero ese era, y continúa siendo el gran problema. Muchos cristianos se empeñan en buscar su felicidad fuera de Dios, sin darse cuenta de que Dios “nos ha hecho para El, y que fuera de El, estaremos siempre angustiados” (San Agustín). Por eso, las pregunta del profeta Isaías tienen mucha actualidad para nuestro tiempo: “¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura?”. Dios cuida de todos, pero muchos cristianos, por vivir irresponsablemente no quieren cuidar de si mismos, ni mucho menos de sus familias. Lo más importante en nuestra vida, Dios no lo da de gratis, y si lo buscamos a El, y le servimos de todo corazón, lo demás, nos viene por añadidura.

Para dialogar:

¿He entendido que únicamente Dios es el único capaz de satisfacer todas mis necesidades materiales, y espirituales? ¿Pertenezco al grupo de cristianos que se sienten satisfechos de si mismos, o tengo ha Dios como lo mas importante en mi vida?

Segunda parte: “Denles ustedes de comer”

Cuando los apóstoles le dijeron a nuestro Señor que ya era tarde y que despidiera a la gente, nunca esperaron lo que el Señor les respondió: “Denles ustedes de comer”. Y ellos respondieron lo mismo que nosotros hubiésemos respondido: “pero y de donde, si nosotros no tenemos comida ni para nosotros”. Lo raro es que el Señor ya sabia que ellos eso, sin embargo, les dijo que ellos les dieran de comer. Para quitarse un problema de encima era bien fácil para los apóstoles sugerirle a Jesús que despachara a toda aquella gente, pero El no había venido al mundo para ignorar los problemas de la gente sino para ayudar a solucionarlos, y quería que sus discípulos aprendieran también a involucrarse en las situaciones concretas de la vida. La madre Teresa de Calcuta, dándose cuenta de la gran pobreza y miseria en que vivían muchas personas en Calcuta, pidió permiso a su comunidad religiosa, y salió del Convento para buscar y aliviar, según sus posibilidades, las necesidades básicas de los pobres que morían de hambre o por alguna enfermedad en las calles de aquella ciudad. Y sólo después de haber trabajado muchos años, aquella sociedad y el mundo entero, tuvo que reconocer que en Calcuta había una pobre religiosa católica trabajando por la gente mas necesitada. Esta religiosa había entendido el consejo que San Pablo dio a los cristianos de Roma: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12,21). Es fácil hablar en contra de los poderos y malvados de este mundo, y así ser reconocidos y alabados por quienes nos escuchan, pero eso no cambia en nada el mal que existe en nuestro mundo de hoy, lo que verdaderamente hace que las cosas cambien es ponerse a trabajar en silencio. El sufrimiento ha estado siempre presente en el mundo, siempre ha existido la pobreza, enfermedades, desintegración familiar, corrupción política, desempleo, delincuencia, etc. Y Dios no es indiferente a todas estas realidades que afligen a la humanidad entera, pero misteriosamente, Dios actúa, más o menos, ahí donde encuentra personas dispuestas a comprometerse con su causa de salvación. En otras palabras, Dios actúa por medio de nosotros. ¿Qué hubiera sucedido si los apóstoles no hubiesen preguntado a la a gente si tenían algo para comer? ¿Y si los que tenían los cinco panes y los dos peces no hubiesen querido darlos? Posiblemente, todos hubiesen aguantado hambre. Lo mismo hubiera sucedido, si Jesús hubiera hecho caso a la sugerencia de los apóstoles de despachar a aquella gente porque ya era tarde. El apóstol San Pablo, en la segunda lectura de este domingo, se pregunta: “¿Quién podrá apartarnos del Amor de Cristo?” El hablaba en futuro, nosotros tendríamos que preguntarnos lo mismo, pero en presente: ¿Quién nos está apartando del Amor de Cristo? ¿Quién esta apartando a mi familia del Amor de Dios? En nuestro caso, no es “la aflicción, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, o la espada”, como era en el caso de los cristianos de Roma de aquel tiempo. Lo nuestro es distinto, y se llama: pereza, falta de amor a Dios, a su Palabra, sus Sacramentos, y a su Iglesia. Es la indiferencia ante de Dios, el vivir satisfechos de si mismos, lo que está apartando a muchos cristianos del Señor.

Para dialogar: ¿El pan que yo ofrezco a los demás alimenta las ganas de construir el Reino, o es más bien un pan que engorda y deja sentado? ¿Cómo y de qué manera me convierto yo en pan para los demás?



diecisiete domingo del tiempo ordinario ciclo a

homilia del 27 de julio de 2008

XVII domingo del tiempo ordinario

LA ORACION DE PETICION

El Papa Benedicto XVI, en su Carta Encíclica sobre la Esperanza Cristiana, nos dice que “la vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza” (49). Esto que nos dice el Papa, no siempre lo logran entender todas las personas ha tiempo, y algunas incluso mueren sin haberlo comprendido. Muchos hombres y mujeres creen que su vida comienza y acaba en este mundo, pero la Palabra de Dios nos enseña que nos conducimos hacia la eternidad, y que mientras vivimos en este mundo, cada una y cada uno, tenemos una misión que cumplir. La primera lectura de este domingo, nos presenta ha uno de esos hombres que supo entender esta verdad de la que estamos hablando, el rey Salomón, uno de los reyes mas importantes en el pueblo de Israel, fue el segundo hijo del rey David con Betsabe, y su padre lo eligió como sucesor suyo antes de morir. El rey Salomón es muy famoso por su sabiduría, porque durante su reinado el pueblo de Israel vivió tiempos de prosperidad, vivieron en paz con los reinos vecinos, y porque se construyó el templo de Jerusalén. ¿Pero cómo fue que Salomón fue capaz de hacer tanto? ¿Cuál fue su secreto? De eso nos habla hoy la primera lectura: Dios se le apareció en un sueño ha este hombre, y le dijo: “pídeme lo que quieras que te dé”, y Salomón respondió, “concédeme, pues, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal” (1 Rey 3,5; 9). Usted, en el lugar de Salomón ¿Qué le hubiese pedido al Señor? ¿Dinero, una buena casa, un carro? La grandeza del rey Salomón no se debe a él mismo, sino a Dios. Este hombre sin la ayuda de Dios, jamás hubiese podido cumplir con la misión que le había sido encomendada, y todo lo que el él hizo fue decisivo para la historia del pueblo de Dios. ¿Ha pensado alguna vez usted en serio en la misión que Dios le ha encomendado dentro de su familia, de su comunidad, de la Iglesia, y nuestra sociedad? ¿Se da cuenta de la importancia que tiene su misión para los demás, y entiende que tampoco usted no puede hacer nada sin la ayuda de Dios?

Oración inicial: “Dios de los Padres, Señor de la misericordia, que hiciste el universo con tu palabra, y con tu Sabiduría formaste al hombre para que dominase sobre los seres por ti creados, administrase el mundo con santidad y justicia y juzgase con rectitud de espíritu, dame la Sabiduría, que se sienta junto a tu trono, y no me excluyas del número de tus hijos. Que soy un siervo tuyo, hijo de tu sierva, una persona débil y de vida efímera, poco apto para entender la justicia y las leyes. Pues, aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, si le falta la sabiduría que de ti procede, en nada será tenido. Contigo esta la Sabiduría que conoce tus obras, que estaba presente cuando hacías el mundo, que sabe lo que es agradable a tus ojos, y lo que es conforme a tus mandamientos. Envíala de los cielos santos, mándala de tu trono de gloria para que a mi lado participe en mis trabajos y sepa yo lo que te es grato” (Sab 9,1-10).

Primera parte: “Pídeme lo que quieras”. Salomón era ya rey de Israel, cuando Dios se le apareció en sueño para hacerle este ofrecimiento: “pídeme lo que quieras que te dé”. Y Salomón, siendo un hombre imperfecto, pudo muy bien haber aprovechado este momento para pedirle al Señor que le diera poder, riqueza y fama, pues eso es lo que siempre ha buscado la mayoría de seres humanos sobre esta tierra, pero no fue ese el caso del rey Salomón, él le dijo al Señor: “concédeme, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal” (1 Rey 3,5; 9). En una Palabra, éste rey le dice al Señor que él quiere servir bien como gobernante del pueblo de Israel, y servir no de acuerdo a sus propios pensamientos sino de acuerdo a los criterios de Dios, por eso le hace esta súplica: “dame sabiduría para saber discernir entre el bien y el mal”. El texto bíblico nos dice a continuación que, “al Señor le agradó la petición de Salomón” (1 Rey 3,10), y le concedió lo que pidió, y lo que no pidió. Salomón solo había pedido ha Dios sabiduría, para saber conducir al pueblo y así mismo, pero Dios le concedió no solo eso, sino también riqueza abundante para él y todo su pueblo, poder vivir en paz con todos los enemigos de Israel, pudo hacer grandes obras para su pueblo, y fue rey por cuarenta años sin mayores problemas. Hermanos y hermanas, la historia del rey Salomón debe de ayudarnos ha entender “que Dios está junto a nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. Y está como un Padre amoroso —a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando” (San Josemaria, Camino n. 267). Hoy en día, hay muchos cristianos que se sienten ignorados por el Señor, y piensan que casos como el del rey Salomón, son situaciones únicas en la historia, pero que Dios no se interesa por ellos. Esa manera de pensar es incorrecta, porque Dios se interesa por todos sus hijos, el problema está en que no todos sus hijos tienen los oídos suficientemente abiertos, y su conciencia atenta para descubrir la voz de Dios que quiere guiar la vida de cada una, y cada uno de nosotros. Hay muchos cristianos también, ricos y pobres, intelectuales e ignorantes, que consideran que ellos lo saben y lo pueden todo, y que no necesitan de Dios para poder hacer sus cosas. Estos también están muy equivocados, porque el ser humano no puede hacer absolutamente nada sin Dios.

Para dialogar:

- ¿Es usted consciente de que Dios le está hablando constantemente en su vida? ¿Qué le pide usted al Señor en sus oraciones?

Segunda parte: “Concédeme un corazón que entienda. No sé si ya he contado esta historia, pero hace algún tiempo conocí a un ancianito en una comunidad, que siempre que yo iba para celebrar la santa Misa, él estaba ahí para confesarse. Siempre me sorprendió que este hombre, aunque vivía pobre y solo, irradiaba abundante paz y felicidad. Un día le pregunté, oiga ¿y usted cómo hace para estar siempre contento? El viejito levantó una mano, y señalando hacia el cielo, me dijo: “hacer la voluntan del que está allá arriba”. Ya no le pregunte más. En el evangelio de este domingo, Jesús nos sigue hablando sobre el Reino de Dios, y ahora, lo compara “con un tesoro escondido en el campo”, con “una perla de gran valor”; y la tercera comparación es con “una red que se hecha en el mar y recoge peces de todas clase; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos”. El Reino del que nos habla Nuestro Señor “no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto” (Papa Benedicto XVI, Carta Encíclica sobre la Esperanza Cristiana, 31). Todos y cada uno de nosotros somos invitados por Nuestro Señor ha ser miembros y colaboradores suyos en la construcción de su Reino que se inicia ya aquí en la tierra, en la realidad propia en la que cada una y cada uno vivimos a diario. Pero, trabajar por este Reino, es una opción bien personal en la que el cristiano ha de estar dispuesto ha comprometerse por completo, renunciando así mismo y a sus propios intereses. Nada vale tanto como el Reino de Dios, pero comprender esto no depende ciertamente de nuestra inteligencia humana, sino que es fruto de la sabiduría divina que Dios otorga a los que se la piden sinceramente. Por carecer de esta sabiduría, son muchos los cristianos que en este mundo se dedican únicamente a la construcción de sus propios reinos: a nivel personal, viviendo como si Dios no existiera; en lo familiar, no teniendo en cuenta los Mandamientos de Dios. Y en lo social, económico, y político, ignorando por completo a Dios, porque creen que El no tiene nada que ver con estas realidades. Pero la triste verdad es que, ninguno de estos reinos puede prosperar verdaderamente cuando se pretende construirlos independientes o en contra del Reino de Dios. Esta fue también la desgracia del rey Salomón al final de sus días (1 Rey 11, 1-40), y por lo mismo, le sobrevinieron un montón de dificultades ha su pueblo. En la tercera parábola, Nuestro Señor anuncia la peor de las desgracias para quienes se dedican únicamente a construir sus propios reinos, olvidándose por completo del Reino de Dios: “Así sucederá al final del mundo: saldrán los ángeles, separaran a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 13,49).

Para dialogar:

- Donde reina el pleito, la envidia, la división, la crítica ¿podrá estar presente el Reino de Dios?

- ¿Cuáles son los tesoros a los que tiene que renunciar usted, para poseer el único Tesoro que realmente vale la pena? Haga una lista, y comience ha despojarse de sus tesoros falsos.