lunes, 14 de abril de 2008

quinto domingo de pascua ciclo a

domingo 20 de abril de 2008

Quinto Domingo de Pascua
.
LA COMUNIDAD CRISTIANA.

“En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia
(Hc 10,35). Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia y lo fue santificando. Todo esto, si embargo, sucedió como preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su sangre convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el espíritu”
(Constitución Dogmática sobre la Iglesia, 9). Si entendiéramos todo el significado de este párrafo que acabamos de leer, ya podríamos irnos para nuestras casas pues, en lo que hemos leído esta contenida la esencia de todo nuestro tema de hoy. Dios nos ha creado para vivir en comunidad no en solitario. Al inicio de la historia de la creación, dice Dios: “no es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada” (Gn 2, 18), y Dios creó a todos los animales y los puso junto al hombre pero, el hombre “no encontró en ellos una ayuda adecuada”, es decir, el hombre no había sido creado para vivir en comunidad con los animales sino con otro ser que fuera semejante a el, “entonces Yahveh Dios creó a la mujer” para que hombre y mujer vivieran en comunidad. De esta comunión entre el primer hombre y la primera mujer nacen los primeros hijos, y se inicia así la primera familia humana como un invento de Dios, y no como una idea de los hombres. Pero el vivir en comunidad tiene sus dificultades, y a veces muchas. Todos conocemos lo sucedido con Adán y Eva, juntos cometieron el primer pecado de desobediencia a Dios; luego, su hijo Caín asesinó por envidia a su hermano Abel, y desde entonces, son incontables los problemas que ha vivido y sigue viviendo la humanidad ha consecuencia de no haber entendido de que Dios nos ha creado, a cada uno y a cada una, para vivir en comunidad. Dios mismo no es un ser solitario sino una comunidad de Amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que no son tres dioses diferentes sino tres Personas distintas, y un solo Dios Verdadero. Y esa comunidad de Amor es tan grande y tan perfecta que Jesús nos dice hoy en el evangelio: “Quien me ha visto a mi ha visto al padre. Yo estoy en el Padre y el Padre esta en mi” (Jn 14,9; 11). Nuestro Señor Jesucristo enseña a sus discípulos a vivir en comunidad. Al inicio del cristianismo quienes van creyendo en el evangelio se van integrando a esa comunidad donde reina el Amor a Dios y al prójimo: “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según las necesidades de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar” (Hc 2,44-47). Pero muy pronto, también aquí, como en el caso de Adán y Eva, comenzaron ha surgir las primeras dificultades, la primera lectura de este domingo, dice que: “al crecer el numero de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas” (Hc 6,1). Esta situación nos viene ha enseñar que aprender a vivir en comunidad no es algo que sucede de manera automática en la vida de las personas sino que, es un proceso que se realiza con la colaboración de todos.
Oremos juntos: “Aclamad justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos; dad gracias al Señor con cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales; él ama la justita y el derecho, y su misericordia llena la tierra. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempos de hambre” (tomado del salmo 32).
Primera parte: La división, es uno de los peores problemas de nuestro tiempo.

Es bien fácil darnos cuenta de la división que se vive en muchísimas familias, son muchos los esposos que viven bajo el mismo techo pero, que no existe entre ellos una comunión de personas sino que más bien cada uno camina por su lado. ¿Y que sucede con los hijos? En realidad, aunque no siempre pero, muchos hermanos, nomás tienen de hermanos el apellido porque de lo demás, que es interesarse los unos por los otros, no es algo que les importe. Muchos hermanos y hermanas viven con una actitud como la de Caín: “¿soy yo acaso el guarda de mi hermano?”
(Gn 3, 9). ¿Y que hay de la unidad en las comunidades rurales o urbanas? Hay lugares donde todavía la gente vive unida pero, son muchos también los sitios en donde las familias se dividen y destruyen entre ellas mismas por envidias y rivalidades. si vemos nuestra sociedad con detenimiento podemos ver que, muchas veces, lo que único que tenemos en común es haber nacido un mismo pedazo de tierra pero, que estamos muy lejos de llegar a realizar el deseo de Dios: que seamos una comunidad de hermanos y hermanas. En la Iglesia misma, ella que ha sido fundada en la unidad por Nuestro Señor Jesucristo, tiene que sufrir muchas veces a consecuencia de las múltiples divisiones que surgen en su interior. Y esto no tendría que extrañarnos a nosotros “pues esta desunión al interno de la Iglesia no es mas que un eco de la división que existe a su alrededor, en la sociedad en que vive y trabaja. Es lo humano de la Iglesia” (Mons. Romero, Cuarta carta pastoral: Misión de la Iglesia en medio de la crisis del país, n. 23). Y “es común quejarse de estos males, pero no podemos quedarnos allí; tenemos que dar nuestro aporte para que se vaya edificando una sociedad en la que se respete realmente la dignidad de la persona humana. El proyecto de Dios es una sociedad justa, fraterna y solidaria, reconciliada en la verdad, en el perdón y el amor” (Carta pastoral de la Conferencia Episcopal de El Salvador, Testigos de Cristo en la Iglesia y en el mundo, 55). La unidad en nuestras familias, en nuestras comunidades, en la Iglesia y en la sociedad, como ya lo dijimos, no sucede de manera automática, sino que exige nuestra participación, y tenemos que saber actuar con sabiduría, fortaleza y perseverancia para poder conseguir la unidad querida por Dios entre nosotros. ¿Qué fue lo que hicieron los apóstoles cuando se les presentó el problema aquel en donde algunos se quejaron porque sus viudas no estaban siendo bien atendidas? Oraron y actuaron, y así mantuvieron la unidad de la Iglesia.
Para dialogar: ¿Qué comportamientos a nivel personal son los que obstaculizan la unidad en la familia, la comunidad, la Iglesia y la sociedad?
Segunda parte: Jesucristo es el fundamento de nuestra unidad.

“Dios, que cuida paternalmente de todos, ha querido que todos los hombres formen una única familia y se traten entre si con espíritu fraterno”
(Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, 24). Es un hecho completamente claro que necesitamos construir la unidad y esta unidad sólo es, y será posible, si ponemos a Jesucristo como fundamento de nuestras vidas, de nuestras familias, de la Iglesia y de la sociedad. Tenemos que aprender de la historia y darnos cuenta, como nos dijo el Papa Benedicto XVI, que: “no es un ideología política, ni un movimiento social, como tampoco un sistema económico- lo que nos llevará a la unidad-sino es la fe en Dios Amor, encarnado, muerto y resucitado en Jesucristo”. “La Iglesia no necesita recurrir a sistemas e ideologías para amar, defender y colaborar en la liberación del hombre: en el centro del mensaje del cual es depositaria y pregonera, ella encuentra inspiración para actuar en favor de la fraternidad, de la justicia, de la paz, contra todas las dominaciones, esclavitudes, discriminaciones, violencias, atentados a la libertad religiosa, agresiones contra el hombre y cuanto atenta a la vida” (Juan Pablo II, Discurso Inaugural de Puebla, 3). La división es una realidad en todos los ámbitos de la vida, y “solo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. Si no conocemos a Dios y en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino, y al no haber camino, no hay vida ni verdad” (Discurso del Papa en la inauguración de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, 3). En la raíz de toda división se encuentra el desconocimiento de Dios pues, a la mayoría de cristianos nos sigue sucediendo ahora, lo que le sucedió hace mucho tiempo al apóstol Felipe, estaba con Jesús pero, en realidad, no sabía quien era Jesús. Muchos cristianos van a misa el día domingo pero, no por convicción sino porque es un mandato de la Iglesia; bautizan a los niños; después, los envían al catecismo para que reciban los sacramentos pero, lo hacen muchas veces también por la misma razón: porque es obligatorio. Esta manera de actuar pone en claro de que numerosos cristianos todavía no han entendido lo que hoy nos dice en la segunda lectura, el apóstol San Pedro: “Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo” (1 Ped 2, 4-5). Somos piedras vivas no por decisión propia sino, porque por el sacramento del bautismo hemos sido transformados en hijos e hijas de Dios pero, como cristianos cada una y cada uno ha de tomar la decisión de lo que quiere ser en su vida: piedra viva, piedra muerta, o todavía peor, piedra de tropiezo para los que quieren caminar por el camino de la vida cristiana.
Para dialogar: ¿Qué clase de piedra considera que está siendo usted, en orden a conseguir la unidad en su familia, y en su comunidad cristiana?

No hay comentarios: