viernes, 4 de abril de 2008

cuarto domingo de pascua ciclo a

homilia del domingo 13 de abril de 2008
iv domingo de pascua

Cuarto Domingo de Pascua.

JESUCRISTO BUEN PASTOR.

En el cuarto domingo de Pascua, la Iglesia quiere que nos fijemos en un aspecto concreto sobre la Persona de Nuestro Señor Jesucristo: el Buen Pastor. Jesús mismo nos dice en el Evangelio que él es “el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas, y da su vida por ellas” (Jn 10,14; 17). El señorío de Nuestro Señor Jesucristo como Buen Pastor ha sido confirmando de una vez para siempre, una vez que él resucitó del sepulcro: “El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya San Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce” (1 Cor 15,3-4). La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las mas inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación si Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 639; 651). ¿Y cuál es la importancia que tiene para nuestra vida de cristianos el hecho de que Jesucristo sea el Buen Pastor? Significa que, es en él en quien debemos de buscar toda la verdad, que debemos de escuchar y obedecer su voz mientras peregrinamos por este mundo. Quienes crucificaron al Señor, no quisieron entender que él era, y es: “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6), sino que por el contrario, lo consideraron como “un alborotador del pueblo” (Lc 23,14). Hermanas y hermanos, Jesucristo ha resucitado y su resurrección lo ha convertido en “el Único y Buen Pastor” de todas las ovejas. El problema de nuestro tiempo, es el mismo de ayer: No querer reconocer a Nuestro Señor como Buen Pastor. Y por lo mismo no se quiere escuchar ni obedecer su voz, incluso por los que dicen creer en él. Que Jesucristo sea el Buen Pastor, significa que nuestra vida entera tendría que ser conducida por los valores del Evangelio pues, nada que sea verdaderamente humano y bueno puede escapar al pastoreo supremo de Jesucristo. Como cristianos no podemos continuar únicamente contemplando la imagen de Jesucristo Buen Pastor sino que debemos de preguntarnos con seriedad, si Jesucristo está siendo de verdad el Buen Pastor de nuestras vidas. Cuando Dios no es lo mas importante en la vida de muchísimos cristianos, cuando los esposos no quieren vivir con seriedad el sacramento del Matrimonio; cuando los padres y madres de familia no quieren tomarse en serio la educación cristina de sus hijos; cuando en la sociedad predominan la mentira, la envidia, los odios y la violencia; y cuando en la Iglesia muchísimos cristianos, laicos y consagrados, no quieren tomarse en serio su misión de ovejas y pastores: ¿Será que Jesucristo es nuestro Buen Pastor? Y si él no lo es, ¿Quien estará pastoreando nuestra vida?.
Oremos juntos: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término” (tomado del salmo 22).
Primera parte: Jesucristo Buen Pastor y la Iglesia.

Jesucristo no solo es el Buen Pastor sino que estableció a la Iglesia como “columna y fundamento de la verdad” (1 Tim 3,15), y puso en ella ha los apóstoles para que en su nombre pastorearan al Nuevo Pueblo de Dios: “me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo y enseñándoles todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,16-20). “Quien a vosotros recibe, a mi me recibe, y quien me recibe a mí recibe ha Aquel que me envió” (Mt 10,40). “Quien a vosotros escucha, a mi me escucha”. Y desde el tiempo de los apóstoles, la Iglesia no ha dejado de cumplir con el encargo que el Señor resucitado le encomendó: Anunciar a Jesucristo que es la Única Verdad, y el Único Camino que nos conducen hacia la Vida eterna. La Iglesia es entonces, la continuadora de la misión de Jesucristo Buen Pastor, y ella realiza esta tarea en todo el mundo, a través de sus pastores: el Papa, los Obispos, y los sacerdotes. En la primera lectura de este domingo, encontramos al apóstol Pedro anunciando la verdad sobre lo sucedido con Nuestro Señor: “Todo Israel esté cierto de que al mimo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías” (Hc 2,22-24). Aquellas palabras de ninguna manera eran una acusación sino el anuncio de una verdad que buscaba la salvación de sus oyentes, y fue así también como muchos de ellos lo entendieron, por eso preguntaban a los apóstoles: “¿Que tenemos que hacer hermanos?” (Hc 2,37). Y lo que hizo el apóstol Pedro junto a los demás apóstoles, lo ha hecho y lo sigue haciendo la Iglesia hoy en día; por eso, “los cristianos, al formar su conciencia, deben atender con diligencia a la doctrina cierta y sagrada de la Iglesia. Pues, por voluntad de Cristo, la Iglesia católica es maestra de la verdad y su misión es anunciar y enseñar auténticamente la Verdad, que es Cristo, y, al mismo tiempo, declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana. La doctrina de la Iglesia, y en particular su firmeza en defender la validez universal y permanente de los preceptos que prohíben los actos intrínsecamente malos, es juzgada no pocas veces como signo de una intransigencia intolerable, sobre todo en las situaciones enormemente complejas y conflictivas de la vida moral del hombre y de la sociedad actual. La firmeza de la Iglesia en defender las normas morales universales e inmutables no tiene nada de humillante. Está sólo al servicio de la verdadera libertad del hombre. Dado que no hay libertad fuera o contra la verdad, la defensa categórica —esto es, sin concesiones o compromisos—, de las exigencias absolutamente irrenunciables de la dignidad personal del hombre, debe considerarse camino y condición para la existencia misma de la libertad” (Juan Pablo, II, Carta Encíclica, El Esplendor de la verdad, 64; 95; 96). Pero, lo mismo que en aquel tiempo, muchos no quisieron escuchar las enseñanzas de los apóstoles, también ahora, muchísimos cristianos y no cristianos, no quieren escuchar ni obedecer la voz de Jesucristo a través de la Iglesia, y por eso, la persecución, que se manifiesta de diferentes formas en el mundo entero.
Para dialogar: ¿Tiene la Iglesia obligación de enseñar toda la Verdad sobre Dios, la persona humana, y el mundo en el que vivimos?
Segunda parte: Discípulos y pastores.

En su discurso inaugural para el V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, el Papa Benedicto XVI, dijo:
“los fieles de este continente, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con Él, imitar su ejemplo y dar testimonio. Todo bautizado recibe de Cristo, como los Apóstoles, el mandato de la misión: “Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará” (Mc 16, 15). Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (Hc 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro” (Documento Aparecida). Lo sabemos ya de sobra pero, es necesario que lo repitamos: ¡están haciendo falta con urgencia, buenos pastores! ¿en donde? En la familia principalmente pues, es ahí en donde se aprende ha conocer y amar a Dios, al prójimo y el mundo en el que vivimos. Es en la familia en donde se aprende todo, o nada, de lo que verdaderamente importa para la vida. De las universidades no salen los buenos profesionales; de la Academia Nacional de Seguridad Pública, no salen los buenos policías; de los seminarios, no salen los buenos sacerdotes. En estos lugares se estudia pero, los buenos cristianos y los buenos ciudadanos, se forman en cada familia; y por la mismo, la desintegración familiar, el crimen y la delincuencia que sacude a diario a nuestra sociedad, la corrupción en la vida política, y todos los males que nos aquejan, no son mas que señales claras de que las cosas no andan bien en la familia. La Iglesia nos dice que: “La familia es la ‘célula original de la vida social’. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2207). Por eso, ningún cristiano puede creer que no tiene nada que hacer pues, “El matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos. Es un compromiso que sólo puede llevarse a cabo adecuadamente teniendo la convicción del valor único e insustituible de la familia para el desarrollo de la sociedad y de la misma Iglesia” (Juan Pablo II, Sobre los fieles laicos, n.40). “La buena nueva de Cristo renueva continuamente la vida y la cultura del hombre caído; combate y elimina los errores y males que brotan de la seducción, siempre amenazadora, del pecado. Purifica y eleva sin cesar las costumbres de los pueblos. Con las riquezas de lo alto fecunda, consolida, completa y restaura en Cristo, como desde dentro, las bellezas y cualidades espirituales de cada pueblo o edad” (GS 58). Solo si hacemos de Jesucristo el Buen Pastor de nuestra vida, seremos capaces de realizar la misión que él nos ha encomendado a todos, y a cada uno de nosotros. De lo contrario, habremos vivido en vano en este mundo, y no habremos hecho todo el bien que el Señor esperaba de nosotros.

Para dialogar: ¿Se podrá ser buenos pastores, si primero, no se es unos buenos discípulos del Señor? ¿Considera usted también que hacen falta buenos pastores?

No hay comentarios: