sábado, 2 de agosto de 2008

diecinueve domingo del tiempo ordinario ciclo a

Domingo XIX del Tiempo Ordinario.

homilia del domingo 10 de agosto de 2008


El año paulino.

Creo que todos sabemos ya, que el Papa Benedicto XVI, ha establecido este año 2008-2009, como Año Jubilar dedicado al apóstol San Pablo. El 29 de junio recién pasado, fiesta de los apóstoles San Pedro y San Pablo, el Papa ha inaugurado este Año Paulino. Por eso, de hoy en adelante, nosotros vamos a dedicar un punto de nuestra reflexión a la figura del apóstol San Pablo, y a todo lo que tenga que ver con esta celebración eclesial.

Explicación del año paulino:

“¿Quien era este Pablo? En el templo de Jerusalén, frente a la multitud agitada que quería matarlo, él se presenta a sí mismo con estas palabras: Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres; estaba lleno de celo por Dios... Al final de su camino dirá de sí: "yo he sido constituido heraldo y apóstol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad. Maestro de los gentiles, apóstol y pregonero de Jesucristo, así él se caracteriza a sí mismo haciendo un recorrido de su propia vida. "Maestro de los gentiles” esta palabra se abre hacia el futuro, hacia todos los pueblos y todas las generaciones. Pablo no es para nosotros una figura del pasado, que recordamos con veneración.

Él es también nuestro maestro, apóstol y anunciador de Jesucristo también para nosotros. Hace dos mil años nació en Tarso, el último apóstol: San Pablo. Por lo tanto, no se trata de reflexionar sobre una historia pasada, sino que, Pablo quiere hablar con nosotros, hoy. Por esto he querido convocar este especial "Año paulino": para escucharlo y tomar ahora de él, como nuestro maestro, en la fe y la verdad, en la cual están contenidas las razones de la unidad entre los discípulos de Cristo. En la Carta a los Gálatas, él nos ha donado una profesión de fe muy personal, en la cual abre su corazón frente a los lectores de todos los tiempos y revela cual es el resorte más íntimo de su vida: "Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí". Todo aquello que hace Pablo, parte de este centro. Su fe es la experiencia del ser amado por Jesucristo de manera totalmente personal. En su primera carta, aquella dirigida a los tesalonicenses, él mismo dice: "tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas... Nunca nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia...”. La verdad era para él demasiado grande para estar dispuesto a sacrificarla en vista de un éxito exterior. La verdad que había experimentado en el encuentro con el Resucitado ameritaba para él la lucha, la persecución, el sufrimiento. En un mundo en el que la mentira es potente, la verdad se paga con el sufrimiento.

En la búsqueda de la fisonomía interior de San Pablo, quisiera, en segundo lugar, recordar la palabra que Cristo resucitado le dirige sobre el camino de Damasco. Antes el Señor le pregunta: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?” El respondió: “¿Quién eres, Señor?”. Y le es dada la respuesta: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues". Persiguiendo a la Iglesia, Pablo persigue al mismo Jesús. "Tú me persigues". Jesús se identifica con la Iglesia en un solo sujeto. La Iglesia no es una asociación que quiere promover una cierta causa. En ella no se trata de una causa. En ella se trata de la persona de Jesucristo, que también como Resucitado permaneció "carne". "¿Por qué me persigues? Continuamente Cristo nos atrae hacia su Cuerpo, edifica su Cuerpo a partir del centro eucarístico, que para Pablo es el centro de la existencia cristiana, en virtud del cual todos, como también cada individuo puede de manera totalmente personal experimentar: Él me ha amado y ha se ha dado por mí. En esta hora en la que agradecemos al Señor, porque ha llamado a Pablo, haciéndolo luz de las gentes y maestro de todos nosotros, oramos: Danos también hoy el testimonio de la resurrección, tocado por tu amor y capaces de llevar la luz del Evangelio en nuestro tiempo. San Pablo ora por nosotros. Amen” (parte de la homilía pronunciada por el Papa Benedicto XVI, en la inauguración del Año Paulino).

Para dialogar: ¿Qué piensa usted de la celebración del Año Paulino? ¿Qué podemos hacer para que todas las personas de nuestra comunidad y de nuestra parroquia puedan participar en esta celebración?

Oración inicial: “Voy a escuchar lo que dice el Señor. Dios anuncia la paz. La salvación está cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos” (Del Salmo 84).

Primera enseñanza dominical: La Salvación de Dios.

En la primera lectura que escucharemos este domingo diecinueve del tiempo ordinario, veremos cómo Dios salva al profeta Elías de ser asesinado por la malvada reina Jezabel, esposa del rey Ajab. El motivo de la persecución era porque el profeta Elías después de haber demostrado que Yahveh era el Único Dios Verdadero, y que sólo a El se debía de creer, obedecer, amar y servir; había además, degollado a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, un dios pagano en el que creía la reina. En cuanto Jezabel se enteró de lo que había hecho Elías con sus profetas, lo mandó amenazar de muerte. Así las cosas, el profeta tuvo que huir, pero Dios vino en su ayuda. No era nada fácil la situación del profeta Elías en aquel tiempo, como tampoco son fáciles las situaciones en las que tienen que vivir su fe muchos cristianos hoy en día, pero Dios sigue actuando en favor nuestro, lo mismo que hizo con el profeta, El no nos deja solos. Pero, para que la salvación de Dios se haga realidad en nuestra vida, es necesario “creer en Cristo Jesús y en aquél que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación. "Puesto que `sin la fe... es imposible agradar a Dios' (Hb 11,6) y llegar a participar en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella y nadie, a no ser que `haya perseverado en ella hasta el fin' (Mt 10,22; 24,13), obtendrá la vida eterna" (Catecismo de la Iglesia Católica, 161). Esta fe era la que estaba haciendo falta a los apóstoles, mientras el Espíritu Santo no les había abierto su entendimiento. Acababan de estar con Jesús, habían sido testigos de la multiplicación de panes en la que el Señor alimentó a mas de cinco mil personas con sólo cinco panes y dos peces, pero por la noche, ellos estaban solos en la barca dentro del mar, y Jesús se acerca a ellos caminando por el agua; y hasta podría parecernos mentira lo que nos cuenta el Evangelio: “los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma” (Mt 14,26). Hasta parecen unos niñitos. San Pablo nos dice en la segunda lectura: “siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón” (Rm 9, 2), y la razón de su tristeza es porque, “los de su raza, según la carne, los israelitas” (Rm 9,3), no habían creído en Jesucristo.

Para dialogar: ¿A su juicio, cuál de las tres actitudes: la del profeta Elías, el grupo de los apóstoles, y san Pablo, le parece ha usted que manifiesta un mejor convencimiento en la confianza de que Dios no nos abandona? ¿Con cuál de estas tres actitudes se identifica su vida?

Segunda enseñanza dominical: para obtener la salvación de Dios, ¿es necesario solo la fe, o son también necesarias las obras?

Hace poco me contó un señor lo siguiente: “yo venía de trabajar, cuando se subió al bus una criaturita de unos doce años, con la Biblia en la mano, y necio diciéndonos que las obras buenas no sirven de nada para nuestra salvación, sino que lo único que importa es la fe en Jesucristo”. A lo mejor también ha usted ya le ha sucedido esto. ¿Qué respondemos nosotros a la pregunta: es necesaria sólo la fe o también son necesarias las obras para obtener la salvación de Dios? Ponemos aquí, algo que ha dicho sobre este punto uno de los convertidos más grandes al catolicismo en toda la historia de la Iglesia Católica en Estados Unidos: “Martín Lutero había dejado que sus convicciones teológicas personales contradijeran la propia Biblia, a la cual supuestamente había decidido obedecer en lugar de a la Iglesia Católica. El había declarado que la persona no se justifica por la fe obrando en el amor, sino solo por la fe. Llegó incluso a añadir la palabra “solamente” después de la palabra “justificado” en su traducción alemana de Rm 3,28, y llamó a la Carta de Santiago “epístola falsa” porque Santiago dice explícitamente: “Veis que por las obras se justifica el hombre y no solo por la fe”. Ef 2,8, aclara que la fe, que debemos de tener, es un don de Dios, que no depende de nuestras obras, para que nadie se jacte; y que la fe nos hace capaces de realizar las buenas obras que Dios ha querido que hagamos. La fe es al mismo tiempo un don de Dios y nuestra respuesta obediente a la misericordia de Dios” (Scott y Kimberly Hahn, Nuestro Camino al Catolicismo, p. 57-58). Hay más que decir sobre esto, pero ya no hay mas espacio.

Para dialogar: ¿Que piensa usted de esta frase de San Agustín: “Dios que te creo sin ti, no te salvara sin ti?

¿Qué tan auténtica seria nuestra fe en Dios, si no fuéramos capaces de vivir a diario lo que creemos?

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