miércoles, 13 de agosto de 2008

vigecimo domingo del tiempo ordinario

Domingo XX del Tiempo Ordinario.

homilia del domingo 17 de agosto de 2008

LA SALVACION DE DIOS ES PARA TODOS

El evangelio de este domingo, nos habla sobre una de las pocas veces en que Nuestro Señor sale de los límites de Palestina. Con ello se iniciaba la evangelización de los gentiles, que más tarde llevarán a cabo los apóstoles, especialmente san Pablo. Tiro y Sidón estaban al norte de Galilea. Eran antiguas ciudades fenicias que se distinguían por la riqueza de su comercio marítimo. Hasta allí había llegado la fama de Jesucristo, como lo confirma el hecho de que una mujer de aquellas regiones acuda al Señor para rogarle por la curación de su hija enferma. Pero Jesús parece no oírla siquiera. Los discípulos interceden para que la atienda. Y el Señor afirma entonces que sólo ha sido enviado para atender a las ovejas descarriadas de Israel. Ante esta respuesta los apóstoles no insisten, pero la mujer sí. Se acerca más aún a Jesús y, de rodillas, le implora que cure a su hija. La contestación de Cristo es dura, desconcertante y casi cruel: "No está bien echar a los perros el pan de los hijos". Pero ella no ceja en su empeño, en su humilde petición. No se molesta por las palabras hirientes de Cristo. Y dice: “También los perros, Señor, comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos”. Su respuesta, tan llena de fe y humildad, acaba por desarmar al Señor, que con su actitud de rechazo estaba probando el amor y la fe de aquella sirofenicia. Para que los elegidos de Israel aprendieran de aquella cananea el modo de pedir y de confiar, de insistir y de humillarse. "Mujer, qué grande es tu fe", le dice Jesús. Y el milagro se produjo. No fueron las migajas sobrantes y caídas al suelo lo que el Señor dio a la mujer aquella, sino el pan tierno y blanco de su amor y poder infinitos. Este es un hecho más que anunciaba y que anuncia para nosotros que la salvación se extendería a todos los pueblos.

Oración inicial: “El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros: conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. Que canten de alegría las naciones, porque riges la tierra con justicia, riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra. ¡Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben! Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe” (Del Salmo 66).

Primera enseñanza dominical: La Salvación de Dios es para todos.

Al inicio del cristianismo, todos los miembros de la comunidad cristiana procedían del judaísmo, y estos en su mayoría, creían que la salvación de Jesucristo era no mas para los convertidos del judaísmo al cristianismo. Esa realidad es la que encontramos presente como fondo en el texto del evangelio que escuchamos este domingo, pero también encontramos presente aquella otra realidad que nos dice que: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el crea en él no se perezca” (Jn 3,16). Jesús es Dios, y él sabía perfectamente cual era su misión, por tanto, su frase: “no está bien echar a los perros el pan de los hijos”. No puede interpretarse como un rechazo para quienes no pertenecían al pueblo de Israel, representados en aquella mujer que se le acerca suplicándole por la curación de su hija. Humanamente hablando, esta mujer le ganó a Jesús con su manera de argumentar: “También los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Pero, Nuestro Señor, no estaba humillando ha aquella mujer, ni tampoco ella le estaba arrebatando algo que él no quisiera darle, sino que mas bien, como nos dice San Pablo en la segunda lectura, “ella que pertenecía a un pueblo rebelde, ahora estaba alcanzando la misericordia de Dios” (Rm 11,30). “Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a su Creador o se esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, el caminar del hombre es siempre una respuesta. A medida que Dios se revela, y revela al hombre a sí mismo, la oración aparece como un llamamiento recíproco, un hondo acontecimiento de Alianza. A través de palabras y de actos, tiene lugar un trance que compromete el corazón humano. Este se revela a través de toda la historia de la salvación” (Catecismo de la Iglesia, 2567). Los primeros cristianos tuvieron que entender que Nuestro Señor había venido al mundo para salvarnos a todos. Pero también nosotros tenemos que reconocer ahora, que son muchos los cristianos que siguen rechazando neciamente la salvación de Dios, y esto es peligroso porque, “las oportunidades de Dios no esperan. Llegan y pasan. La palabra de vida no espera; si no nos apropiamos, se la llevará el demonio. El no es perezoso, ates bien, tiene los ojos siempre abiertos y está siempre preparado para saltar y llevarse el don que usted no quiere usar” (Cardenal John Henry Newman, Llamadas de la gracia).

Para dialogar: Hay muchos cristianos que no quieren moverme para ninguna cosa que se refiera a Dios, eso si, cuando tienen alguna necesidad, quieren que Dios corra a ayudarles, ¿Qué será lo que está haciendo falta en la vida de estos cristianos? Examinando su vida, ¿se parece usted a estos cristianos, o ha la mujer de la que nos habla el evangelio?

Segunda enseñanza dominical: Hay que hacer presente la salvación de Dios.

La salvación de Dios no es una cosa abstracta, sino que es algo concreto, y que se realiza en favor de cada persona, y de toda la humanidad. Pero, Dios ha querido asociarnos a cada uno de nosotros en su plan de redención en favor del mundo, así que nada bueno sucede como por arte de magia, sino que todo exige la acción de Dios, y la colaboración del ser humano. Todo exige esfuerzo, empeño de nuestra inteligencia, de nuestra voluntad y de nuestras manos. La plenitud y la felicidad del hombre y de la humanidad son también fruto de nuestro trabajo. Dijo San Agustín: "Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti". El apóstol San Pablo fue conciente de esta gran verdad, de ahí que dedicara toda su vida ha hacer conocer el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. El sabía que otro mundo era posible, pero entendía que eso no sucedería, a menos que cada mujer y cada hombre, conocieran y creyeran en el mensaje de Nuestro Señor Jesucristo. Nos dice en la segunda lectura de este domingo: “Tengo algo que decirles a ustedes, los que no son judíos, y trato de desempeñar lo mejor posible este ministerio. Pero esto lo hago también para ver si provoco los celos de los de mi raza y logro salvar a algunos de ellos” (Rm 11, 13-14). El profeta Isaías nos recuerda hoy, algo que dijo al pueblo de Israel: “Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse” (Is 56,1). Para muchos cristianos estas palabras del profeta son imposibles de realizarse en nuestro tiempo, para otros no. Recientemente, he conocido a un sacerdote norteamericano de 82 años de edad. Ha viajado varias veces a Latinoamérica y se ha interesado por conocer la realidad en la que viven muchos de nuestros campesinos. Como consecuencia, este anciano sacerdote, tiene un gran aprecio por todos los inmigrantes, y además, ha creado un proyecto que consiste en concientizar a todos los dueños de negocios, para que no compren café ha aquellos productores que no pagan lo justo a sus trabajadores. Y el proyecto le está funcionando al viejito. Disponerse a recibir la salvación de Dios, y trabajar por la salvación de los demás, “nos lleva a asumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas prioritarias que contribuyen a la dignificación de todo ser humano, y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano. El amor de misericordia para con todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus dimensiones, como bien nos muestra el Señor en todos sus gestos de misericordia, requiere que socorramos las necesidades urgentes, al mismo tiempo que colaboremos con otros organismos o instituciones para organizar estructuras más justas en los ámbitos nacionales e internacionales. Urge crear estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que no haya inequidad y donde haya posibilidades para todos” (Aparecida, 384). Para que esto no se quede en puras palabras lo que nos dicen nuestros obispos, piense usted de qué manera puede hacer algo concreto para que la salvación de Dios, llegue mas a fondo a su familia y ha su comunidad.

Para dialogar: ¿Qué cosas no le están permitiendo que la salvación de Dios se concretice en su vida personal? ¿Siente usted el mismo ardor que tuvo San Pablo, por hacer conocer el Evangelio, o es una cosa sin importancia en su vida?

En el Año de San Pablo:

Apóstol de Jesucristo y principal propagador del Cristianismo, que tuvo una participación decisiva en la expansión de la Iglesia, desde el momento de su conversión. Saulo, el futuro San Pablo, nacido en Tarso de Cilicia, hacia el año 8 de la Era Cristiana, pertenecía a una familia judía de la diáspora o dispersión y, como tal, estaba sólidamente formado en la Ley judaica. Pronto pasó a Jerusalén, a completar su educación rabínica, y su maestro fue el más autorizado rabino de entonces, Gamaliel el Viejo. Su gran talento le afianzó rápidamente en los principios de la Ley antigua, que cita constantemente de memoria y con gran exactitud. Su carácter impetuoso le lanza a un fanatismo exagerado, en legítima defensa de la Ley y tradiciones ancestrales. En las sinagogas de Cilicia debió de conocer la doctrina de la nueva fe cristiana, por la predicación de San Esteban, y su celo e impetuosidad le llevaron a unirse a los perseguidores de ello, convencido de que defendía la causa de Dios. Después de su conversión, y cuando empezó a predicar, directamente y sin rodeos, la doctrina de Jesús, su vida apostólica fue toda una cadena de persecuciones, de grandes dificultades; pero, al mismo tiempo, de grandes triunfos para la causa cristiana.

Pregunta paulina: ¿Considera usted que vale la pena esforzarnos por conocer mejor nuestra fe en el Señor?

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