lunes, 14 de enero de 2008

Segundo domingo del tiempo ordinario 2008 ciclo A

homilia del II Domingo del Tiempo Ordinario.

SERVIDORES DE DIOS.

Hay dos acontecimientos interesantes que se están realizando en estos días; el primero, en los Estados Unidos de Norte América, está desarrollándose, desde el 6 hasta el 12 de enero, la Semana Nacional de la Migración. El tema es: “Muchas culturas, una sola familia de Dios”. El propósito de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos es, “hacer entender que lejos de ser el migrante una amenaza, es una oportunidad para el desarrollo y el fortalecimiento de una sociedad multicultural como lo es la de Estados Unidos”. Monseñor Wester, presidente de la Comisión Episcopal para la Migración, ha afirmado que el tema de este año “nos recuerda que aunque venimos de muchas culturas y lugares diferentes, somos todos parte de la familia humana y miembros del Cuerpo de Cristo. Desgraciadamente, en lugar de acoger a los recién llegados a nuestra tierra y tratar de entender las circunstancias que les han obligado a tener que buscar una nueva vida entre nosotros, muy a menudo respondemos con temor y albergamos actitudes de resentimiento y sospecha. Si dejamos de atender las necesidades de estos recién llegados, dejamos de atender al propio Señor”. Hermanos, Dios es el Creador de la tierra, y el dueño de cada criatura, los seres humanos deberían de poder vivir donde ellos lo desearan pero, por voluntad y no por necesidad. A propósito de la Semana de Emigración que se celebra en Estados Unidos, es bueno que nos preguntemos nosotros: ¿hasta cuando los hombres y mujeres que nacen en El Salvador, van ha poder encontrar en su propia tierra un trabajo que les permita poder vivir con dignidad? ¿Cuándo llegará el día en que de verdad exista para todos los salvadoreños, oportunidad de estudio, trabajo, salud, vivienda, y seguridad? Se pueden decir muchas cosas negativas de Estados Unidos, y algunas de ellas son verdad pero, algo también es completamente cierto, y es que: ningún norteamericano necesita abandonar su país, y su familia por falta de trabajo, de educación para sus hijos, de vivienda, o de seguridad. Pero la sociedad Norteamericana la han construido, con la ayuda de Dios, aunque algunos norteamericanos no lo entiendan, las distintas generaciones de hombres y mujeres que han vivido en este territorio; lo otro que nadie puede negar es que, de este país, siguen viviendo hoy en día muchos países en mundo, incluido El Salvador. El segundo acontecimiento, es que en este año 2008, se cumplen cien años del Octavario de oración por la unidad de los cristianos. El tema escogido para esta semana de oración es: “Orad constantemente” (1 Tes 5,17). La división entre los cristianos, es un hecho que ha existido siempre, dentro y fuera de la Iglesia, y es uno de los frutos del pecado que habita en lo más íntimo de cada ser humano. Pero la oración de cada cristiano y de cada comunidad cristiana es el alimento que fortalece el avance hacia la unidad visible de todos los cristianos en cada familia, comunidad cristiana, parroquia, Diócesis, y la Iglesia en el mundo entero. Esta semana de oración se celebra cada año, del 18 al 25 de Enero. Hermanos y hermanas, todos somos responsables de la unidad en la Iglesia, y de la unidad de todos los cristianos en el mundo, por eso debemos de orar siempre pero, al mismo tiempo, hemos de tomar conciencia de que no contribuimos a conseguir esa unidad, si nosotros mismos estamos divididos a nivel personal. Por eso, hoy es un buen momento para preguntarnos: ¿Estoy yo favoreciendo con mi vida, la unidad o la división, en mi familia, mi comunidad cristiana y en mi parroquia?

Oremos juntos: “Yo esperaba con ansia al Señor: él se inclinó y escuchó mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: Aquí estoy. Como está escrito en mi libro: para hacer tu voluntad. Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes” (del salmo 39).
Primera parte: “Tú eres mi siervo de quien estoy orgulloso”


Esta frase que esta tomada del profeta Isaías aparece en la primera lectura de este segundo domingo del tiempo ordinario. La frase es aplicable al profeta mismo en cuanto que tenia la misión de congregar por medio de la Palabra de Dios a todo un pueblo que se había dispersado; es aplicable al pueblo de Israel en cuanto que ellos eran los depositarios de las promesas de salvación en favor de toda la humanidad. San Juan Bautista aparece en el Evangelio de hoy, como el siervo de Dios que le preparó el camino a su Hijo, señalándolo ante sus discípulos, como “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) pero, es Nuestro Señor Jesucristo el Siervo por excelencia: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto” (Mt 3,17). Y por Jesucristo cada uno de nosotros, hombres y mujeres, hemos sido constituidos en hijos e hijas de Dios, y como hijos e hijas de Dios estamos llamados a ser sus siervos, servidoras y servidores de Dios. San Pablo en su primera carta a los Corintios, se presenta como “llamado a ser apóstol de Jesucristo, por voluntad de Dios” (1 Cor 1,1). Usted también ha sido llamado para ser servidor y servidora del Señor, en su familia, en su comunidad, en su parroquia; y esta es la razón de nuestra existencia, servir a Dios, lo queramos o no: “Esclavitud por esclavitud- si, de todos modos, hemos de servir, pues, admitiéndolo o no, esa es la condición humana-, nada hay mejor que saberse, por Amor, esclavos de Dios. Porque en ese momento perdemos la situación de esclavos, para en amigos, en hijos” (San Josemaria Escrivá, Amigos de Dios, 35). El profeta Isaías, San Juan Bautista, Santa Maria, San José, cumplieron la misión que Dios les había encomendado, en el lugar y el tiempo exacto en el que él lo había determinado, y solo así fue posible que se realizara la salvación que Dios tenia preparada en favor de toda la humanidad. Hermanos y hermanas, ¿está pensando usted que Dios va ha arreglarnos todos los problemas, sin que nos tomemos en serio, cada uno y cada una, la misión que él nos ha encomendado? ¿Usted cree que Dios va ha venir a arreglarnos todos los problemas de desintegración y maltrato familiar, delincuencia, pandillas, corrupción, división en nuestra mismas comunidades cristianas; mientras nosotros sigamos cruzados de brazos? No. Nuestra misión es servir, y servir ahí donde Dios nos ha puesto: “Fijémonos en los soldados que prestan servicio bajo las ordenes de nuestros gobernantes: su disciplina, su obediencia, su sometimiento en cumplir las ordenes que reciben. No todos son generales ni comandantes, ni centuriones, ni oficiales; sin embargo, cada cual, el en sitio que le corresponde, cumple lo que manda al rey o cualquiera de sus jefes. Ni los grandes podrían hacer nada sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes; la efectividad precisamente depende de la conjunción de todos” (San Clemente, Carta a los Corintos, 36).

Para dialogar: En este momento exacto de su vida, ¿podría el Señor decir de usted: Yo estoy orgulloso de ti, porque me estas sirviendo fielmente ahí donde te he puesto? ¿Qué piensa usted?


Segunda parte: seamos constructores de unidad en nuestro propio ambiente


Por tres domingos, a partir de hoy, la segunda lectura es tomada de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios. La carta del apóstol es la respuesta a las alarmantes noticias sobre las discordias en la comunidad que le llegan a través de “los de Cloe” (1 Cor 1,11), una distinguida mujer de Corinto. Mediante esta carta, junto con la segunda, vemos algunos de los problemas que la joven comunidad cristiana estaba enfrentando en aquel tiempo, y que no son extraños a los problemas que hoy tenemos que enfrentar también nosotros. La unidad, el acuerdo entre las personas es tan importante dentro de la familia, de la comunidad cristiana, de la Iglesia, y de la sociedad en general que, cuando no existe esa unidad, cualquier familia o sociedad se queda estancada y en el peor de los casos, acaba destruyéndose así misma. La unidad es el secreto que ha hecho posible que numerosas familias y pueblos enteros hayan podido salir adelante a lo largo de la historia de la humanidad; en cambio, la división, que es fruto de la desobediencia, del egoísmo, del orgullo, y de la soberbia, ha sido lo que nunca ha permitido que una persona o una comunidad puedan salir adelante en esta vida. Puede haber dinero en una familia pero, ¿de qué les sirve esa plata, si viven divididos? Un país puede tener en sus tierras oro, petróleo, carbón, muchísimos árboles, y toda clase de animales pero, si la gente de ese pueblo no vive unida ¿de qué les sirven todas esas riquezas? Tarde o temprano caerá sobre ellos un pueblo que vive unido, y les quitará, por vivir divididos, todo lo que Dios les había dado para su bienestar. ¿Entiende usted la importancia que tiene la unidad en la vida de nuestras familias, de nuestras comunidades cristianas, nuestra parroquia, la Iglesia, y la sociedad en general? En esta jornada de oración por la unidad de los cristianos, la Iglesia nos invita ha “Orar constantemente” (1 Tes 5,17), pidiéndole al Señor para que desaparezca la división y reine la unidad entre todas las familias y pueblos de la tierra. La Iglesia nos invita a que oremos porque ella sabe que la unidad es fruto de la conversión de cada persona, y la conversión es una gracia, que solamente, nos la ofrece Dios si se la pedimos con insistencia y con sinceridad. Pero “la unidad exterior, por la que oramos, será la germinación y el florecimiento de esta intima unión con Cristo que deben tener todos los fieles… No se puede tener la unidad entre los hermanos, si no se da la unión profunda-de vida, de pensamiento, de alma, de propósito, de imitación-con Cristo Jesús; mas aún, si no existe una búsqueda íntima de vida interior en la unión con la misma Trinidad” (Juan Pablo, Alocución por la Unión de los Cristianos, 1981). El profeta Isaías trabajó por la unidad del Antiguo pueblo de Dios, San Juan Bautista condujo a los hijos de este pueblo al encuentro con Jesucristo: “He ahi el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29), él sabia que no era el Salvador, y se lo dijo con claridad a sus seguidores: “viene el que es mas fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias” (Lc 3,16), San Juan pudo haber engañado ha aquella gente, diciéndoles que él era el Mesías, pero no lo hizo. San Pablo trabajó hasta el final de su vida, para que el Nuevo Pueblo de Dios viviera la Unidad querida por Nuestro Señor Jesucristo, y usted: ¿que esta haciendo, está trabajando por la unidad querida por Nuestro Señor?

Para dialogar: ¿Qué opina usted de este pensamiento?: “Cuando nuestras ideas nos separan de los demás, cuando nos llevan a romper la comunión, la unidad con nuestros hermanos, es señal clara de que no estamos obrando según el espíritu de Dios” (San Josemaria Escrivá, Es Cristo que pasa, 17). ¿Tendría razón este santo?

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