martes, 19 de febrero de 2008

tercer domingo de cuaresma ciclo a

III Domingo de Cuaresma.
24 de febrero de 2008

LA LIBERACION DE DIOS.
Las lecturas de este tercer domingo de Cuaresma nos hablan de la liberación de Dios en favor de su pueblo, Israel. Y San Pablo nos dice que Cristo “murió por los impíos, por todos los pecadores” (Rm 5, 6), y no sólo por el pueblo de Israel. El mismo Jesús nos ofrece la señal de que él había venido para salvarnos a todos, sin importar el pueblo al que pertenezcamos; la mujer con la que él habla en el Evangelio de hoy, no era israelita sino samaritana. El pueblo de Israel había vivido cuatrocientos setenta años como esclavos bajo el dominio de los egipcios, y lo peor de todo, es que aparentemente Dios se había olvidado de ellos pero, eso no era cierto. Y en los últimos años de toda aquella terrible situación, el Faraón, dándose cuenta de que los israelitas estaban multiplicándose demasiado, ordenó que cuando naciera una criatura israelita, si era niño había que asesinarlo; solo si era niña había que dejarla con vida. En esos días nació Moisés, y su mamá después de tenerlo unos cuantos días escondido, decidió finalmente ponerlo en un canasto y lo dejó ir en un río pero, la hija del Faraón lo encontró y sintió lastima de aquella criatura. Buscó una mujer israelita para que se lo cuidase, que por cierto fue la misma mama de Moisés. Cuando él fue grande vivió en el palacio del Faraón. Todos sabemos que Moisés tuvo que huir después del palacio porque un día mató a un egipcio que estaba golpeando a un israelita; vivió en tierra extranjera, se casó y comenzó a tener hijos con su esposa, cuando de repente, un día Dios le habló desde una zarza, y le dijo: “He visto y oído los sufrimientos de mi pueblo, y decidido liberarlo del dominio del Faraón, y serás tú quien debe de presentarse ante el Faraón para decirle que deje salir a mi pueblo”. Después de muchos intentos y pruebas, finalmente el Faraón permitió que los israelitas salieran de su país pero, cuando van por el camino, intentó alcanzarlos y darles muertes a todos pero, fueron todos los soldados egipcios quienes murieron en medio de las aguas del mar. Después de este acontecimiento y mientras el pueblo de Israel caminaba por el desierto, se les terminó la comida y el agua, y protestaron en contra de Moisés y de Dios; de eso nos habla la primera lectura de hoy. Pero ¿cómo se explica que esta gente habiendo visto tantas maravillas de parte de Dios creyesen luego, que él los iba a dejar morir de hambre y de sed en el desierto? Lo que debemos de entender nosotros ahora es que: no estamos solos, Dios no nos ha abandonado; que el Dios del pueblo de Israel es el mismo Dios de nosotros, y que la liberación de cualquier esclavitud, sin importar del tipo que sea, nos viene únicamente de Dios y no de ningún hombre. Moisés asesinó a un israelita pensando que de esa manera liberaría a su pueblo de la esclavitud pero, fue “en el desierto en donde tuvo que aprender que no es la fuerza de los puños, ni el poder de las armas lo que cambia las estructuras de pecado. En el desierto Dios le enseñó a Moisés cómo se guía a los hombres, no empujándoles con la vara por detrás, sino mostrándoles el camino por delante” (P. Juan Rivas, L.C, Lideres y Dirigentes, p. 82). ¿Cuáles son las esclavitudes materiales que nos oprimen hoy en día a nosotros? Muchísimas, ¿nos liberaremos de ellas, si primero, no nos liberamos de la esclavitud del pecado? No. Y por eso, “no habrá un continente nuevo sin hombres nuevos, que a la luz del Evangelio sepan ser verdaderamente libres y responsables” (Medellín, 1,3).

Oremos juntos: “Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo al son de instrumentos. Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creado nuestro. Porque él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. Ojala escuchéis hoy su voz: no endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masa en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron aunque habían visto mis obras” (del salmo 94).

Primera parte: La liberación interior

“La cuaresma es una temporada para ver dentro de nuestros corazones, ver como permanecen las tendencias al pecado en nosotros para toda la vida” (Mons. Álvaro Corrada del Río). Ver hacia adentro de nosotros mismos no es nada fácil, a veces quizás nos puede dar hasta miedo; por eso, muchos cristianos prefieren mejor vivir una vida de apariencias, pensando que están bien pero en realidad no lo están. Esta historia me la contó un señor, me dijo: “hace poco fui a comer con mi hijo pequeño a un restaurante, y estando ahí él tuvo deseos de ir al baño, y yo lo acompañé. Cuando terminó de hacer sus necesidades me dijo: “Papi, fijate que el cuarto del baño se ve bien limpio pero tiene un olor bien feo”. Entramos juntos para observar, y efectivamente parecía muy bien limpio y ordenado todo pero, se sentía el olor feo que mi hijo me había dicho. Observamos por un lado y otro, y descubrimos que en un rincón habían depositada un poco de basura que estaba hasta podrida, y a un ladito, estaba también un desodorante ambiental, con el que perfumaban aquel cuarto para que a primera vista oliera agradable. Salimos inmediatamente mi hijo y yo de aquel baño, y llame al jefe del restaurante para viese lo que tenían guardado en el baño sus empleados. Nosotros nos fuimos a comer a otro lugar”. Los pecados, lo mismo que la basura, si no se limpian y se tiran ha tiempo, poco a poco comienzan a corromper la vida del cristiano, y cuando eso sucede, el veneno del mal olor contamina no solo la propia vida sino también la vida de aquellos que le rodean: hijos, esposa, esposo, familiares, vecinos; Y “si alguien tiene sano el olfato del alma, sentirá cómo hieden los pecados” (San Agustín, Comentario sobre el salmo 37). ¿Y cuales son esos pecados que envenenan y pueden destruir para siempre nuestra vida? son muchos pero, todos ellos nacen en lo que la Iglesia llama pecados capitales, que son: “soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula y pereza; y se les llama pecados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse” (Catecismo de la Iglesia, n. 1865, 1866). “El pecado es, ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con él. Al mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia. Por eso la conversión implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo que expresa y realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación” (Catecismo de la Iglesia, n. 1440). Hermanos y hermanas, nuestra conversión no es una tarea fácil pero, por ser difícil, tampoco es algo que debemos de posponerla para mañana porque el mañana, simplemente, no existe; es ahora que debemos de iniciar nuestro caminar con el Señor.

Para dialogar: ¿Qué es lo que a mi personalmente me mantiene esclavizado? ¿Cuáles son las basuras que usted en vez de quemarlas, las sigo almacenando en su vida?

Segunda parte: No somos libres por fuera, porque somos esclavos por dentro.

En este tiempo de Cuaresma tenemos que ver y examinar como esta nuestra vida moral, porque no podemos seguir dejando que las inclinaciones, sentimientos e imaginaciones gobiernen nuestra vida a su antojo. Todos los cristianos tenemos una necesidad urgente de liberarnos de todas las ataduras que nos oprimen interiormente pues, de lo contrario, continuaremos siendo esclavos por fuera en nuestra vida personal, familiar y social. El pueblo de Israel había sido liberado por el Señor de la esclavitud de Egipto pero, interiormente, seguían siendo esclavos de sus propios pecados, y por eso protestaron una y mas veces del Señor mientras caminaban por el desierto: “¿Está Yahveh entre nosotros o no?” (Ex 17, 7). Las situaciones de esclavitud que como cristianos tenemos que vivir hoy en día son abundantes, y lo más terrible de todo es que ni siquiera entendamos que la liberación que necesitamos únicamente nos puede venir del Señor y no ningún hombre. Con motivo de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, los miles y miles de gente indocumentada que viven en este país, están esperando que el nuevo Presidente les ayude a arreglar su situación legal, pero; desgraciadamente, para muchos de ellos su dios es el dólar, la cerveza, los bailes, y la droga… y no entienden que Dios es el único que puede ayudarles y que deben de buscarlo y de vivir bajo su protección. ¿Y que de nosotros en El Salvador? Nuestros problemas son abundantes pero, ¿de quien siguen esperando muchos cristianos la solución a estos problemas: de los políticos o de Dios? “Cristo murió por los pecadores” nos dice hoy San Pablo, para salvarnos, pero a condición de que ellos quieran arrepentirse de sus faltas. Un presidente, quien quiera que sea, solo podrá ayudar al pueblo verdaderamente en sus necesidades, si él es un buen cristiano, de lo contrario, las cosas seguirán exactamente iguales o peores. En el Evangelio encontramos un ejemplo de cómo Dios es capaz de transformar la vida de quien le busca de verdad: La mujer Samaritana le abrió las puertas de su vida al Señor, para que él con su gracia cultivara en ella, aquellas virtudes que necesitaba para contraatacar la presencia y la acción de los siete pecados capitales. Estas virtudes son: Generosidad, Humildad, Paciencia, Amabilidad, Diligencia, Abstinencia, Castidad. ¿Acaso no son estas virtudes las que nosotros necesitamos también que el Señor cultive en nuestra vida? ¿Cómo podemos ser buenos cristianos si continuáramos viviendo bajo la esclavitud de la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula y la pereza? Hermanas y hermanos, el pecado es la raíz de todas las esclavitudes. Nunca seremos libres por fuera, por más que lo intentemos, si primero, no procuramos ayudados por la Gracia de Dios, nuestra libertad interior.

Para dialogar: ¿Será posible arreglar la vida en nuestras familias, la Iglesia y la sociedad en general, sin que antes cada cristiano se decida a tener un encuentro personal con el Señor?

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