martes, 11 de marzo de 2008

domingo de Ramos ciclo a

Homilia del domingo 16 de marzo de 2008
vi domingo de cuaresma

salmos de la vigilia del sábado de gloria y pregón aqui

SEMANA DE DOLORES.

Queridos hermanos y hermanas, nos encontramos en la recta final de este tiempo de Cuaresma, muy pronto estaremos celebrando la Semana Santa. Estos son días que tienen un significado diferente según sea o viva cada persona: para muchos, la Semana Santa significa unos días de vacaciones, para ir a la playa o simplemente estar con sus familias; todos los años en Semana Santa aumentan los accidentes de tránsito, siempre muere mucha gente ahogada en el mar, y el número de crímenes, que ya es alto en nuestro país, en estos días es todavía aún mayor. Hay muchos cristianos que no se acercan a los templos en ningún otro tiempo pero, en estos días sí se dan su paseadita, sobretodo el Domingo de Ramos y el Viernes Santo para el Vía Crucis pero, después de estas dos ocasiones ya no se les vuelve a ver sino hasta la próxima Semana Santa. ¿Y qué es lo que celebramos en Semana Santa? Celebramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Jesús padeció y muere por toda la humanidad pero, no se queda en la tumba sino que resucita, y esto es grandioso para nosotros como cristianos pues, es la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo lo que le da vida a nuestra fe y ha nuestro vivir como hijos de Dios en este mundo. En Semana Santa, recordamos, celebramos y actualizamos la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, esto no quiere decir que en realidad Jesús vuelva a sufrir, morir y resucitar como sucedió hace dos mil años, sino que, por la importancia que este acontecimiento tiene para nuestra salvación, los cristianos celebramos año tras año este acontecimiento salvifico. Un acontecimiento grande se celebra de manera grande, y esa es la razón por la cual la Iglesia nos invita ha prepararnos espiritualmente con la oración, el ayuno y la limosna durante todos estos días de Cuaresma para celebrar debidamente la Pascua del Señor, su paso salvador por este mundo. ¿Considera usted que se ha preparado debidamente en lo espiritual para celebrar esta Semana Santa? ¿Han crecido espiritualmente usted, su familia y su comunidad? La conversión no es algo que puede quedarse escondido en la vida: ¿está experimentando en estos días una mayor unidad, comprensión, paz, espíritu de servicio en su familia y en su comunidad?
Primera parte: ¿Crucificaríamos de nuevo nosotros al Señor?

Casi siempre que hablamos de la muerte de Nuestro Señor, se dice que el pueblo de Israel fue un pueblo duro de corazón y necio de cabeza, que no quisieron comprender quien era Jesús y que por eso hasta se asociaron con los Romanos para darle muerte, y eso en parte es verdad pero, después de dos mil años de este acontecimiento, conviene que nos preguntemos: ¿Qué sucedería si Jesús apareciese hoy y comenzase a predicar abiertamente en contra del aborto, la prostitución, la pornografía, las ventas de licor en la ciudad y los cantones; que le sucedería si hablara abiertamente en contra de los narcotraficantes, si se pronunciara en contra de la guerra que es un negocio para unos pocos, mientras muchos simplemente tienen que morir; si predicara exigiendo justicia para todos los trabajadores; si hablara abiertamente a los gobernantes del mundo entero invitándoles ha que sirvan a sus pueblos, que busquen el bien de todos y no sólo el de unos pocos, que no sigan engañando a la gente con promesas falsas, que no busquen la política únicamente para enriquecerse ellos? ¿No cree usted que en este caso también ahora en nuestro tiempo sobrarían hombres: ricos y pobres, políticos, gente religiosa y no religiosa, que se asociarían para acusar a Jesús de “malhechor” (Jn 18,30) de “alborotar al pueblo” (Lc 23, 14)? En verdad, Jesús murió por la dureza de cabeza y de corazón de los hombres y mujeres de su pueblo y de su tiempo pero, también es cierto que hoy en día sigue muriendo por la dureza de todos los que decimos que creemos en El. “Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los judíos. Porque según el testimonio del Apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria" (1 Cor 2, 8). Nosotros, en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de El con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre El nuestras manos criminales” (Catecismo de la Iglesia Católica, 598). “Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados” (San Francisco de Asís). Hermanos y hermanas, es bueno que nos preguntemos: ¿Por qué la gran mayoría de cristianos no le da a la celebración de la Semana Santa la importancia que se debe? los cristianos católicos hemos de aceptar que la Semana Santa tal y como hoy en día la celebra mucha gente, difícilmente puede ser algo grato a los ojos de Dios. En muchos lugares corremos el riesgo de que Dios nos diga que le dan asco nuestros actos religiosos, que no escuchará nuestras oraciones porque todavía no hemos desterrado de nosotros el mal. La palabra judío la utilizamos para referirnos a los israelitas pero, se utiliza también para referirse a todos los comportamientos que manifiestan en la persona un rechazo hacia Dios y hacia todo lo que se refiere a El. ¿Se da cuenta entonces de cuantos judíos existen entre nosotros?
Para dialogar: ¿qué podemos hacer para que la Semana Santa se viva de una manera más cristiana en nuestra familia y en nuestra comunidad?
Segunda parte: En el dolor nace la vida.

En nuestro país hay mucho dolor, por eso es que nos dicen nuestros obispos en uno de sus documentos: “cada día, al abrir el periódico, al escuchar la radio o al mirar las noticias en el televisor nos golpea con toda su crudeza la realidad de nuestro país, marcada por tantos hechos violentos. Todos lo sabemos: la violencia está cada vez más presente, en primer lugar, en el seno mismo del hogar; ya sea la violencia que sufre la mujer de parte del esposo o de su compañero de vida, o la que padecen niños y niñas a pesar de su tierna edad: hay violencia física, violencia psicológica y, en forma creciente, incluso violencia sexual. Y aunque no llegue a matar físicamente, no podemos pasar por alto la violencia que invade los hogares sobre todo a través de algunos programas de televisión. Tenemos también la violencia producida por la delincuencia común que acecha en todas partes: en casa y fuera de casa; en el campo y la ciudad, en fincas o terrenos baldíos, en paradas de buses y al interior de los medios de transporte público, en negocios y oficinas. Es una violencia asesina que arrebata sin piedad la vida de personas de toda edad o condición: niñas y niños, mujeres, jóvenes y personas mayores, humildes trabajadores y profesionales. Nadie está a salvo de este flagelo social. A la violencia doméstica y a la delincuencia común se añade la pavorosa violencia de las pandillas juveniles o maras, del narcotráfico y del crimen organizado. Se asesina para robar; se asesina por venganza; se asesina por encargo; se asesina bajo el efecto del alcohol o las drogas; se asesina casi siempre con armas de fuego que circulan prácticamente sin control; se asesina a sangre fría; se asesina con lujo de barbarie y en completa impunidad” (Carta Pastoral de los Obispos de El Salvador: “No te dejes vences por el mal”, n. 9-13). Y la razón de todo esto es, porque todavía no hemos comprendido que cada persona, hombre o mujer, hemos sido creados a “imagen y semejanza de Dios” (Gn 2,26). Ser cristianos no es cuestión únicamente de llenar los templos para estos días de Semana Santa sino de tomar conciencia de la necesidad que tenemos de dejamos transformar por esa Gracia de Dios que se desprende de la muerte que su Hijo padeció por nosotros en al cruz; y solo así, podremos transformar en luz toda esta situación de oscuridad en la que como familia y sociedad seguimos crucificando al Señor. Cada bautizado tiene que saber que “desde el día de su bautismo el Espíritu del Señor entró en su vida y le ha enviado a la sociedad salvadoreña, al pueblo de El Salvador, que si hoy anda tan mal es porque la misión que Dios ha encomendado a muchos cristianos ha fracasado… por eso es necesario que dejemos ya de ser un cristianismo de masa y que comencemos a ser y a vivir un cristianismo consciente” (Mon. Romero, Homilía del 8 de julio de 1979). Mientras estemos en este mundo siempre existiremos entre el Crucificado y los crucificadores, entre la alegría y el sufrimiento, la esperanza y el dolor pero, si nos mantenemos fieles al Señor, al final reinaremos con El, pues, el mal no tiene la última palabra.
Para dialogar:

La conversión es fruto de la Gracia de Dios, y esa Gracia se nos ofrece gratuitamente: ¿Esta usted dispuesto a dejarse inundar por esa Gracia que Dios le esta ofreciendo gratuitamente en estos días de Cuaresma?
¿Qué debemos de hacer para crecer en la gracia de Dios? Hay que orar, leer la Palabra de Dios cada día; acercarse frecuentemente al sacramento de la Confesión, sin ningún miedo porque Dios le ama; y recibir siempre que sea posible a Jesús en la Eucaristía.

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