lunes, 3 de marzo de 2008

quinto domingo de cuaresma ciclo a

homilia del domingo 9 de marzo de 2008
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EL PODER DE DIOS


En las lecturas que escucharemos este domingo encontramos una promesa de salvación por parte de Dios en favor del pueblo de Israel, primera lectura; y en el evangelio, se nos narra la resurrección de Lazazo, descubrimos l0s inicios del cumplimiento de esa promesa en favor no solo del pueblo de Israel sino de toda la humanidad, nos dice Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida: el cree en mi, aunque haya muerto, vivirá; y el que esta vivo y cree en mi, no morirá para siempre” (Jn 11,25-26). Pero, para que esa promesa de salvación de Dios se realice en nuestro tiempo, en mi vida, en la vida de mi familia, de mi comunidad, de la Iglesia y de toda la humanidad. Dios ha querido necesitar de mi colaboración, lo ha dicho uno de los santos mas grandes de nuestra Iglesia, San Agustín: “Dios que te creo sin ti, necesita de ti, para salvarte”. Por el pecado nos alejamos con mucha facilidad de los caminos de Dios, y a veces, creemos que el regreso hacia él se nos hará fácil pero, eso, es una pura mentira; que podemos regresar a Dios después de haberlo abandonado, es completamente cierto; que Dios nos esta esperando siempre con los brazos abiertos para perdonarnos, también es verdad; pero que vamos a manteneros en sus caminos sin tener que luchar todos los días, o que no vamos ha sufrir si nos apartamos de él, es totalmente falso. San Pablo nos advierte en este domingo que “los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Rm 8,8). Con la palabra carne, San Pablo se refiere a todo aquello que conduce a la persona a vivir en el pecado, y por lo tanto, ha ofender a Dios. Y fue precisamente esta desobediencia del pueblo de Israel para con Dios, lo que llevó a que él permitiera que Nabucodonosor, rey de Babilonia, subiera a Jerusalén, invadiera la ciudad, saqueara el templo, y “deportara a todo Jerusalén, todos los jefes y los notables, diez mil deportados” (2 Rey 24, 14). Y toda esta gente tuvo que sufrir muchísimo por un largo tiempo pero, después de todo, cuando Dios vio que el sufrimiento los había hecho comprender la maldad de su pecado, él mismo envió al profeta Ezequiel para que infundiera fe y esperanzas en su pueblo, diciéndoles de parte suya: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel” (Ez 37,12). Alejarse de Dios y no entender de ninguna manera la gravedad de nuestros pecados tiene sus consecuencias graves en la vida. Sucedió este sábado de la semana pasada, por la noche, seis jóvenes salieron borrachos de un baile, se subieron a mismo vehiculo, y se accidentaron, dos quedaron golpeados de gravedad, tres sacaron golpes leves pero uno de ellos, murió en el instante, y éste pobre no tiene ha ningún familiar en este país, así que, mientras algunas personas andan pidiendo dinero para poder enviarlo a su familia en México, su cuerpo esta congelado en una morgue. El evangelio de San Juan nos dice que: “Dios ha enviado su Hijo al mundo no para juzgarnos sino para salvarnos” (Jn 3,17), para sacarnos de cualquier sepulcro en el que podamos haber caído por nuestros pecados, y eso es lo que Jesús nos enseña al resucitar a su amigo Lázaro. Hermanas y hermanos, ¿Cómo esta viviendo usted estos días de Cuaresma? ¿Esta logrando descubrir el inmenso amor que Dios le tiene? ¿Se esta dando cuenta de que es necesario que usted colabore con el Señor, renunciando al pecado, para que la salvación de Dios se realice en su propia vida?
Oremos juntos: “Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz: estén tus oídos atentos a la voz de mi suplica. Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿Quién podrá resistir? Pero de ti produce el perdón, y así infundes respeto. Mi alma espera en el Señor, espera en su Palabra; mi alma aguarda al Señor, mas que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora. Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa, y él redimirá a Israel de todos sus delitos” (Del salmo 29).
Primera parte: Vivir según el Espíritu, o vivir según la carne.

Vivir conforme a las enseñanzas del evangelio de Nuestro Señor Jesucristo no es un jueguito de niños sino que es algo que nos exige tomarnos en serio nuestra vida cristiana. Como cristianos, cada una y cada uno de nosotros recibimos el día de nuestro bautismo el don de la gracia santificante, ¿Y qué es eso de la gracia santificante? Imagínese usted que esto es como una de esas vacunas que le ponen a los niños cuando están pequeñitos, esa sustancia no solo los protegerá de todo aquello que los pueda hacer morir, sino que también, hará que sus cuerpos vivan. Sin embargo, dependerá, primero de los padres; y luego del niño, para que su cuerpo pueda mantenerse saludable. Esta vida divina en el alma del cristiano, como la vida natural en su cuerpo, esta destinada a crecer mediante la oración, los sacramentos y el ejercicio de las virtudes sobrenaturales. San Pablo en la segunda lectura que escuchamos este domingo le escribe ha un grupo de cristianos de Roma que se habían convertido al Señor; antes vivían según las obras de la carne pero, ahora, vivían según el espíritu de Cristo. Por supuesto que dar ese paso no les había sido fácil a ninguno de aquellos hombres y mujeres, ellos tuvieron las mismas dificultades que nosotros encontramos ahora para vivir de manera auténtica el Evangelio. Las obras de la carne: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías, y cosas semejantes” (Gal 5, 19-21), fueron obstáculos serios que aquellos cristianos tuvieron que vencer, ayudados por la gracia de Dios, para “vivir según el Espíritu, negándose así mismo a dar satisfacción a las obras de la carne” (Gal 5,16). A aquellos primeros cristianos no les fue fácil este estilo de vida, como tampoco no nos es fácil ha nosotros ahora, pero, lo mismo que aquellos no estuvieron solos en su batalla, tampoco nosotros estamos solos en este combate de la vida. Por lo tanto, que un cristiano, hombre o mujer, vivan hundidos en las obras de la carne, no es porque no exista la posibilidad de vivir según el Espíritu de Cristo, sino que esa posibilidad existe para cada una y cada uno pero, es cada persona quien tiene que decirse a abandonar la mediocridad en su vida cristina, y a vivir el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, de manera autentica.

Primera parte: Cuatro días en la tumba.

El evangelio de este domingo nos relata un hecho muy impresionante: Se nos cuenta que Jesús era amigo de una familia: Marta, Maria, y Lázaro. Y murió este ultimo pero, antes de que sucediera eso, cuando había caído enfermo, las hermanas le mandaron a avisaron al Señor para que viniera y curase a su amigo pero, Jesús sabiendo lo que iba ha hacer no se apresuró, sino que les dijo a sus discípulos: “esta enfermedad no acabara en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. Cuatro días tenia Lázaro ya de estar en la tumba cuando Jesús fue a visitarlo, y después de un largo dialogo con aquellas hermanas, en el que ellas le reclamaron porque no había llegado a tiempo, finalmente él les preguntó: ¿Dónde lo han enterrado? Luego, fueron a ver el lugar donde lo habían colocado y después de una oración que hizo el Señor, “grito con voz potente: “Lázaro, ven fuera”. El muerto salio, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo andar”. Y muchos judíos que habían venido a casa de Maria, al ver lo que había hecho, creyeron en él” (Jn 11,43-45). Tres cosas son las que nosotros principalmente tenemos que aprender en este acontecimiento: primero, “Jesús acompaña sus palabras con numerosos milagros, prodigios y signos que manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado. Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado. Invitan a creer en Jesús. Los milagros no pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre, de la injusticia, de la enfermedad y de la muerte, Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo, sino a liberar a los hombres de la esclavitud mas grave, la del pecado, que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbre humanas” (Catecismo de la Iglesia Católica, 547-549). Segunda enseñanza: Nuestro Señor es capaz de sacarnos de cualquier tumba, sin importar la profundidad que tenga, ni el tiempo que llevemos de estar enterrados en ella a consecuencia de nuestros pecados. Hay cristianos que a veces llevan años de vivir en situaciones de pecado, y que en ocasiones hasta parece que ya “huelen mal” pero, todavía no están del todo perdidos, aun tienen esperanzas pues, el Señor ha venido a buscar a los que huelen mal con el objetivo de hacerlos vivir una vida conforme a la voluntad de Dios. Tercera enseñanza: Debemos de cooperar con Dios, las hermanas de Lázaro no se sentaron a llorar, ni se quedaron con sus brazos cruzados viendo que su hermano agonizaba sino que, inmediatamente mandaron a llamar al Señor, y cuando él llego a la casa, hablaron con él, lo llevaron a la tumba, buscaron quien quitara la piedra; y lo demás, ya lo sabemos, lo hizo Nuestro Señor. Hermanos, cuantos cristianos se están muriendo espiritualmente a nuestro alrededor, y a veces, posiblemente porque nosotros no estamos haciendo nada o no hacemos lo suficiente por esta pobre gente. Tenemos que dar esperanzas al que se siente perdido, hundido en su tumba, y llevarlo a Jesús para que él lo haga salir, como lo hizo con Lázaro.

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