lunes, 14 de abril de 2008

quinto domingo de pascua ciclo a

domingo 20 de abril de 2008

Quinto Domingo de Pascua
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LA COMUNIDAD CRISTIANA.

“En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia
(Hc 10,35). Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia y lo fue santificando. Todo esto, si embargo, sucedió como preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su sangre convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el espíritu”
(Constitución Dogmática sobre la Iglesia, 9). Si entendiéramos todo el significado de este párrafo que acabamos de leer, ya podríamos irnos para nuestras casas pues, en lo que hemos leído esta contenida la esencia de todo nuestro tema de hoy. Dios nos ha creado para vivir en comunidad no en solitario. Al inicio de la historia de la creación, dice Dios: “no es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada” (Gn 2, 18), y Dios creó a todos los animales y los puso junto al hombre pero, el hombre “no encontró en ellos una ayuda adecuada”, es decir, el hombre no había sido creado para vivir en comunidad con los animales sino con otro ser que fuera semejante a el, “entonces Yahveh Dios creó a la mujer” para que hombre y mujer vivieran en comunidad. De esta comunión entre el primer hombre y la primera mujer nacen los primeros hijos, y se inicia así la primera familia humana como un invento de Dios, y no como una idea de los hombres. Pero el vivir en comunidad tiene sus dificultades, y a veces muchas. Todos conocemos lo sucedido con Adán y Eva, juntos cometieron el primer pecado de desobediencia a Dios; luego, su hijo Caín asesinó por envidia a su hermano Abel, y desde entonces, son incontables los problemas que ha vivido y sigue viviendo la humanidad ha consecuencia de no haber entendido de que Dios nos ha creado, a cada uno y a cada una, para vivir en comunidad. Dios mismo no es un ser solitario sino una comunidad de Amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que no son tres dioses diferentes sino tres Personas distintas, y un solo Dios Verdadero. Y esa comunidad de Amor es tan grande y tan perfecta que Jesús nos dice hoy en el evangelio: “Quien me ha visto a mi ha visto al padre. Yo estoy en el Padre y el Padre esta en mi” (Jn 14,9; 11). Nuestro Señor Jesucristo enseña a sus discípulos a vivir en comunidad. Al inicio del cristianismo quienes van creyendo en el evangelio se van integrando a esa comunidad donde reina el Amor a Dios y al prójimo: “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según las necesidades de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar” (Hc 2,44-47). Pero muy pronto, también aquí, como en el caso de Adán y Eva, comenzaron ha surgir las primeras dificultades, la primera lectura de este domingo, dice que: “al crecer el numero de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas” (Hc 6,1). Esta situación nos viene ha enseñar que aprender a vivir en comunidad no es algo que sucede de manera automática en la vida de las personas sino que, es un proceso que se realiza con la colaboración de todos.
Oremos juntos: “Aclamad justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos; dad gracias al Señor con cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales; él ama la justita y el derecho, y su misericordia llena la tierra. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempos de hambre” (tomado del salmo 32).
Primera parte: La división, es uno de los peores problemas de nuestro tiempo.

Es bien fácil darnos cuenta de la división que se vive en muchísimas familias, son muchos los esposos que viven bajo el mismo techo pero, que no existe entre ellos una comunión de personas sino que más bien cada uno camina por su lado. ¿Y que sucede con los hijos? En realidad, aunque no siempre pero, muchos hermanos, nomás tienen de hermanos el apellido porque de lo demás, que es interesarse los unos por los otros, no es algo que les importe. Muchos hermanos y hermanas viven con una actitud como la de Caín: “¿soy yo acaso el guarda de mi hermano?”
(Gn 3, 9). ¿Y que hay de la unidad en las comunidades rurales o urbanas? Hay lugares donde todavía la gente vive unida pero, son muchos también los sitios en donde las familias se dividen y destruyen entre ellas mismas por envidias y rivalidades. si vemos nuestra sociedad con detenimiento podemos ver que, muchas veces, lo que único que tenemos en común es haber nacido un mismo pedazo de tierra pero, que estamos muy lejos de llegar a realizar el deseo de Dios: que seamos una comunidad de hermanos y hermanas. En la Iglesia misma, ella que ha sido fundada en la unidad por Nuestro Señor Jesucristo, tiene que sufrir muchas veces a consecuencia de las múltiples divisiones que surgen en su interior. Y esto no tendría que extrañarnos a nosotros “pues esta desunión al interno de la Iglesia no es mas que un eco de la división que existe a su alrededor, en la sociedad en que vive y trabaja. Es lo humano de la Iglesia” (Mons. Romero, Cuarta carta pastoral: Misión de la Iglesia en medio de la crisis del país, n. 23). Y “es común quejarse de estos males, pero no podemos quedarnos allí; tenemos que dar nuestro aporte para que se vaya edificando una sociedad en la que se respete realmente la dignidad de la persona humana. El proyecto de Dios es una sociedad justa, fraterna y solidaria, reconciliada en la verdad, en el perdón y el amor” (Carta pastoral de la Conferencia Episcopal de El Salvador, Testigos de Cristo en la Iglesia y en el mundo, 55). La unidad en nuestras familias, en nuestras comunidades, en la Iglesia y en la sociedad, como ya lo dijimos, no sucede de manera automática, sino que exige nuestra participación, y tenemos que saber actuar con sabiduría, fortaleza y perseverancia para poder conseguir la unidad querida por Dios entre nosotros. ¿Qué fue lo que hicieron los apóstoles cuando se les presentó el problema aquel en donde algunos se quejaron porque sus viudas no estaban siendo bien atendidas? Oraron y actuaron, y así mantuvieron la unidad de la Iglesia.
Para dialogar: ¿Qué comportamientos a nivel personal son los que obstaculizan la unidad en la familia, la comunidad, la Iglesia y la sociedad?
Segunda parte: Jesucristo es el fundamento de nuestra unidad.

“Dios, que cuida paternalmente de todos, ha querido que todos los hombres formen una única familia y se traten entre si con espíritu fraterno”
(Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, 24). Es un hecho completamente claro que necesitamos construir la unidad y esta unidad sólo es, y será posible, si ponemos a Jesucristo como fundamento de nuestras vidas, de nuestras familias, de la Iglesia y de la sociedad. Tenemos que aprender de la historia y darnos cuenta, como nos dijo el Papa Benedicto XVI, que: “no es un ideología política, ni un movimiento social, como tampoco un sistema económico- lo que nos llevará a la unidad-sino es la fe en Dios Amor, encarnado, muerto y resucitado en Jesucristo”. “La Iglesia no necesita recurrir a sistemas e ideologías para amar, defender y colaborar en la liberación del hombre: en el centro del mensaje del cual es depositaria y pregonera, ella encuentra inspiración para actuar en favor de la fraternidad, de la justicia, de la paz, contra todas las dominaciones, esclavitudes, discriminaciones, violencias, atentados a la libertad religiosa, agresiones contra el hombre y cuanto atenta a la vida” (Juan Pablo II, Discurso Inaugural de Puebla, 3). La división es una realidad en todos los ámbitos de la vida, y “solo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. Si no conocemos a Dios y en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino, y al no haber camino, no hay vida ni verdad” (Discurso del Papa en la inauguración de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, 3). En la raíz de toda división se encuentra el desconocimiento de Dios pues, a la mayoría de cristianos nos sigue sucediendo ahora, lo que le sucedió hace mucho tiempo al apóstol Felipe, estaba con Jesús pero, en realidad, no sabía quien era Jesús. Muchos cristianos van a misa el día domingo pero, no por convicción sino porque es un mandato de la Iglesia; bautizan a los niños; después, los envían al catecismo para que reciban los sacramentos pero, lo hacen muchas veces también por la misma razón: porque es obligatorio. Esta manera de actuar pone en claro de que numerosos cristianos todavía no han entendido lo que hoy nos dice en la segunda lectura, el apóstol San Pedro: “Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo” (1 Ped 2, 4-5). Somos piedras vivas no por decisión propia sino, porque por el sacramento del bautismo hemos sido transformados en hijos e hijas de Dios pero, como cristianos cada una y cada uno ha de tomar la decisión de lo que quiere ser en su vida: piedra viva, piedra muerta, o todavía peor, piedra de tropiezo para los que quieren caminar por el camino de la vida cristiana.
Para dialogar: ¿Qué clase de piedra considera que está siendo usted, en orden a conseguir la unidad en su familia, y en su comunidad cristiana?

viernes, 4 de abril de 2008

cuarto domingo de pascua ciclo a

homilia del domingo 13 de abril de 2008
iv domingo de pascua

Cuarto Domingo de Pascua.

JESUCRISTO BUEN PASTOR.

En el cuarto domingo de Pascua, la Iglesia quiere que nos fijemos en un aspecto concreto sobre la Persona de Nuestro Señor Jesucristo: el Buen Pastor. Jesús mismo nos dice en el Evangelio que él es “el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas, y da su vida por ellas” (Jn 10,14; 17). El señorío de Nuestro Señor Jesucristo como Buen Pastor ha sido confirmando de una vez para siempre, una vez que él resucitó del sepulcro: “El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya San Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce” (1 Cor 15,3-4). La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las mas inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación si Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 639; 651). ¿Y cuál es la importancia que tiene para nuestra vida de cristianos el hecho de que Jesucristo sea el Buen Pastor? Significa que, es en él en quien debemos de buscar toda la verdad, que debemos de escuchar y obedecer su voz mientras peregrinamos por este mundo. Quienes crucificaron al Señor, no quisieron entender que él era, y es: “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6), sino que por el contrario, lo consideraron como “un alborotador del pueblo” (Lc 23,14). Hermanas y hermanos, Jesucristo ha resucitado y su resurrección lo ha convertido en “el Único y Buen Pastor” de todas las ovejas. El problema de nuestro tiempo, es el mismo de ayer: No querer reconocer a Nuestro Señor como Buen Pastor. Y por lo mismo no se quiere escuchar ni obedecer su voz, incluso por los que dicen creer en él. Que Jesucristo sea el Buen Pastor, significa que nuestra vida entera tendría que ser conducida por los valores del Evangelio pues, nada que sea verdaderamente humano y bueno puede escapar al pastoreo supremo de Jesucristo. Como cristianos no podemos continuar únicamente contemplando la imagen de Jesucristo Buen Pastor sino que debemos de preguntarnos con seriedad, si Jesucristo está siendo de verdad el Buen Pastor de nuestras vidas. Cuando Dios no es lo mas importante en la vida de muchísimos cristianos, cuando los esposos no quieren vivir con seriedad el sacramento del Matrimonio; cuando los padres y madres de familia no quieren tomarse en serio la educación cristina de sus hijos; cuando en la sociedad predominan la mentira, la envidia, los odios y la violencia; y cuando en la Iglesia muchísimos cristianos, laicos y consagrados, no quieren tomarse en serio su misión de ovejas y pastores: ¿Será que Jesucristo es nuestro Buen Pastor? Y si él no lo es, ¿Quien estará pastoreando nuestra vida?.
Oremos juntos: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término” (tomado del salmo 22).
Primera parte: Jesucristo Buen Pastor y la Iglesia.

Jesucristo no solo es el Buen Pastor sino que estableció a la Iglesia como “columna y fundamento de la verdad” (1 Tim 3,15), y puso en ella ha los apóstoles para que en su nombre pastorearan al Nuevo Pueblo de Dios: “me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo y enseñándoles todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,16-20). “Quien a vosotros recibe, a mi me recibe, y quien me recibe a mí recibe ha Aquel que me envió” (Mt 10,40). “Quien a vosotros escucha, a mi me escucha”. Y desde el tiempo de los apóstoles, la Iglesia no ha dejado de cumplir con el encargo que el Señor resucitado le encomendó: Anunciar a Jesucristo que es la Única Verdad, y el Único Camino que nos conducen hacia la Vida eterna. La Iglesia es entonces, la continuadora de la misión de Jesucristo Buen Pastor, y ella realiza esta tarea en todo el mundo, a través de sus pastores: el Papa, los Obispos, y los sacerdotes. En la primera lectura de este domingo, encontramos al apóstol Pedro anunciando la verdad sobre lo sucedido con Nuestro Señor: “Todo Israel esté cierto de que al mimo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías” (Hc 2,22-24). Aquellas palabras de ninguna manera eran una acusación sino el anuncio de una verdad que buscaba la salvación de sus oyentes, y fue así también como muchos de ellos lo entendieron, por eso preguntaban a los apóstoles: “¿Que tenemos que hacer hermanos?” (Hc 2,37). Y lo que hizo el apóstol Pedro junto a los demás apóstoles, lo ha hecho y lo sigue haciendo la Iglesia hoy en día; por eso, “los cristianos, al formar su conciencia, deben atender con diligencia a la doctrina cierta y sagrada de la Iglesia. Pues, por voluntad de Cristo, la Iglesia católica es maestra de la verdad y su misión es anunciar y enseñar auténticamente la Verdad, que es Cristo, y, al mismo tiempo, declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana. La doctrina de la Iglesia, y en particular su firmeza en defender la validez universal y permanente de los preceptos que prohíben los actos intrínsecamente malos, es juzgada no pocas veces como signo de una intransigencia intolerable, sobre todo en las situaciones enormemente complejas y conflictivas de la vida moral del hombre y de la sociedad actual. La firmeza de la Iglesia en defender las normas morales universales e inmutables no tiene nada de humillante. Está sólo al servicio de la verdadera libertad del hombre. Dado que no hay libertad fuera o contra la verdad, la defensa categórica —esto es, sin concesiones o compromisos—, de las exigencias absolutamente irrenunciables de la dignidad personal del hombre, debe considerarse camino y condición para la existencia misma de la libertad” (Juan Pablo, II, Carta Encíclica, El Esplendor de la verdad, 64; 95; 96). Pero, lo mismo que en aquel tiempo, muchos no quisieron escuchar las enseñanzas de los apóstoles, también ahora, muchísimos cristianos y no cristianos, no quieren escuchar ni obedecer la voz de Jesucristo a través de la Iglesia, y por eso, la persecución, que se manifiesta de diferentes formas en el mundo entero.
Para dialogar: ¿Tiene la Iglesia obligación de enseñar toda la Verdad sobre Dios, la persona humana, y el mundo en el que vivimos?
Segunda parte: Discípulos y pastores.

En su discurso inaugural para el V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, el Papa Benedicto XVI, dijo:
“los fieles de este continente, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con Él, imitar su ejemplo y dar testimonio. Todo bautizado recibe de Cristo, como los Apóstoles, el mandato de la misión: “Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará” (Mc 16, 15). Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (Hc 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro” (Documento Aparecida). Lo sabemos ya de sobra pero, es necesario que lo repitamos: ¡están haciendo falta con urgencia, buenos pastores! ¿en donde? En la familia principalmente pues, es ahí en donde se aprende ha conocer y amar a Dios, al prójimo y el mundo en el que vivimos. Es en la familia en donde se aprende todo, o nada, de lo que verdaderamente importa para la vida. De las universidades no salen los buenos profesionales; de la Academia Nacional de Seguridad Pública, no salen los buenos policías; de los seminarios, no salen los buenos sacerdotes. En estos lugares se estudia pero, los buenos cristianos y los buenos ciudadanos, se forman en cada familia; y por la mismo, la desintegración familiar, el crimen y la delincuencia que sacude a diario a nuestra sociedad, la corrupción en la vida política, y todos los males que nos aquejan, no son mas que señales claras de que las cosas no andan bien en la familia. La Iglesia nos dice que: “La familia es la ‘célula original de la vida social’. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2207). Por eso, ningún cristiano puede creer que no tiene nada que hacer pues, “El matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos. Es un compromiso que sólo puede llevarse a cabo adecuadamente teniendo la convicción del valor único e insustituible de la familia para el desarrollo de la sociedad y de la misma Iglesia” (Juan Pablo II, Sobre los fieles laicos, n.40). “La buena nueva de Cristo renueva continuamente la vida y la cultura del hombre caído; combate y elimina los errores y males que brotan de la seducción, siempre amenazadora, del pecado. Purifica y eleva sin cesar las costumbres de los pueblos. Con las riquezas de lo alto fecunda, consolida, completa y restaura en Cristo, como desde dentro, las bellezas y cualidades espirituales de cada pueblo o edad” (GS 58). Solo si hacemos de Jesucristo el Buen Pastor de nuestra vida, seremos capaces de realizar la misión que él nos ha encomendado a todos, y a cada uno de nosotros. De lo contrario, habremos vivido en vano en este mundo, y no habremos hecho todo el bien que el Señor esperaba de nosotros.

Para dialogar: ¿Se podrá ser buenos pastores, si primero, no se es unos buenos discípulos del Señor? ¿Considera usted también que hacen falta buenos pastores?

tercer domingo de pascua ciclo a

iii Domingo de Pascua.
homilia del domingo 6 de abril de 2008

LA PRIMERA EVANGELIZACION, Y LA NUEVA EVANGELIZACION.

“La evangelización es la misión propia de la Iglesia” (Documento Pueblo, n.4), y esta es una tarea que le fue confiada por Nuestro Señor una vez resucitado: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,19). Los apóstoles se tomaron en serio esta misión, poniendo al servicio de ella todos los bienes con que contaban, e incluso se dispusieron ha sacrificar y sacrificaron hasta sus propias vidas. ¿Por qué tanto así? Porque estaban convencidos de quien era Jesús; habían sido testigos de su Pasión y, Muerte, y después de tres días, también de su Resurrección, y eso los hizo capaces de comprender, que Jesús era el Hijo de Dios, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. La predicación del Evangelio comenzó a cambiar la vida de las personas, de las familias, y de las sociedades. Pero no creamos que esta primera evangelización fue una tarea fácil para los cristianos de aquella primera hora sino que, muy por el contrario, tuvieron que hacerle frente a toda una serie de dificultades que amenazaban con destruirles: “Las cadenas, las prisiones, el exilio, el hambre, el fuego, las bestias feroces y todos los suplicios que la crueldad de los perseguidores les ha hecho imaginara, no han podido empañar esta fe en el Senor Jesús. No solamente hombres, sino también mujeres, niños pequeños y muchachas han combatido por ella en todas las partes del mundo hasta derramar su sangre” (San León Magno, Sermón 72). ¿Pero qué fue lo que transformó a esta gente, lo que hizo que los mismos apóstoles cambiaran? Y la respuesta nos la ofrece el evangelio de este domingo: Fue el encuentro con Jesús Resucitado. Fue eso lo que hizo que aquellos primeros discípulos que estaban tristes, decepcionados, y con deseos de volverse a sus casas, cambiasen por completo, y en adelante, se dedicasen de lleno, y sin ningún miedo, a predicar que: “a este Jesús Dios lo resucitó, y de lo cual todos ellos eran testigos” (Hc 2, 33). Debemos de entender que aquellos primeros cristianos no hubieran sido capaces de realizar esta primera evangelización, si no hubiesen tenido un encuentro personal con Jesús Resucitado; y si esta primera evangelización no se hubiese realizado, el mundo no seria lo que es, y posiblemente la luz del evangelio todavía no hubiese llegado hasta nosotros. ¿Qué estamos haciendo nosotros para que la Palabra de Nuestro Senor Jesucristo sea conocida, creída y vivida? Existe en nuestra Iglesia una gran mayoría de cristianos que no han entendido que la evangelización es una tarea que nos corresponde a todos los bautizados. Muchos cristianos se han conformado con ser únicamente domingueros, a misa si, pero nada mas eso, sin asumir en serio ningún tipo de compromiso cristiano en sus familias, o en su comunidad. ¿Hacia donde cree usted que esta caminando cada vez mas el mundo? Hacia la descristianización, a vivir como si Dios no existiera. En su reciente visita que los obispos salvadoreños han realizado al Papa, él les ha dicho: "es preciso impulsar un ambicioso y audaz esfuerzo de evangelización en vuestras comunidades diocesanas, orientado a facilitar en todos los fieles ese encuentro íntimo con Cristo vivo que está a la base y en el origen del ser cristiano" (Visita Ad Limina de Obispos de El Salvador (02-28-08). Pero eso, sólo será posible con la participación de todos los bautizados y bautizadas.
Oremos juntos: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: “Tú eres mi bien”. El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte esta en tu mano. Bendeciré al Señor que me aconseja; hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con el a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena: porque no me entregaras a la muerte ni dejaras a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñaras el sendero de la vida, me saciaras de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha” (Del Salmo 15).
Primera parte: ¿Cuál es la misión de la Iglesia?

Todo tiene su razón de ser, y la Iglesia, como Cuerpo de Cristo que es, tiene también una misión específica que desempeñar en este mundo, que es
:
“revelar a Cristo al mundo, ayudar a todo hombre para que se encuentre a si mismo en el, ayudar a las generaciones contemporáneas de nuestros hermanos y hermanas, pueblos, naciones, estados, humanidad, países en vías de desarrollo y países de la opulencia, a todos, en definitiva, a conocer las insondables riquezas de Cristo (Ef 3,8), porque esta son para todo hombre y constituyen el bien de cada uno” (Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 11). Esta es la misión de la Iglesia: hacer conocer la voluntad de Dios a todos, y ayudar a todos a vivir de cuerdo con esa voluntad para que juntos podamos conseguir la vida eterna. “Ciertamente, la misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. Pues el fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina. Además, en virtud de su misión y naturaleza, la Iglesia no está ligada a ninguna forma particular de civilización humana ni a sistema alguno político, económico o social. Por esto, la Iglesia advierte a sus hijos, y también a todos los hombres, a que con este familiar espíritu de hijos de Dios superen todas las desavenencias entre naciones y razas y den firmeza interna a las justas asociaciones humanas” (Constitución Pastoral de la Iglesia en el mundo, 42). Eso sí, en ninguna parte y en ninguna época de la historia le ha sido fácil a la Iglesia poder realizar la misión que Nuestro Señor le ha encomendado, y esto, ya sea por las dificultades del mundo en el que vivimos, o por los problemas que surgen al interior de ella misma.
Para dialogar: La Iglesia somos todos los bautizados, y la responsabilidad de realizar la misión que Jesucristo le ha confiado, es tarea de todos: ¿Considera usted que todos los bautizados se sienten responsables de la misión que Nuestro Señor Jesucristo le ha encomendado a su Iglesia ¿Si o no? ¿Por qué?
Segunda parte: La Nueva Evangelización.

Hablando de la Nueva Evangelización, el Cardenal Joseph Ratzinger, ahora Papa Benedicto XVI, pronunció las siguientes palabras en un discurso dirigido a un grupo de catequistas y profesores de religión: “Evangelizar quiere decir mostrar ese camino, enseñar el arte de vivir. Jesús dice al inicio de su vida pública: he venido para evangelizar a los pobres (Lc 4, 18). Esto significa: yo tengo la respuesta a vuestra pregunta fundamental; yo os muestro el camino de la vida, el camino que lleva a la felicidad; más aún, yo soy ese camino. La pobreza más profunda es la incapacidad de alegría, el tedio de la vida considerada absurda y contradictoria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, con formas muy diversas, tanto en las sociedades materialmente ricas como en los países pobres. La incapacidad de alegría supone y produce la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia... todos los vicios que arruinan la vida de las personas y el mundo. Por eso, hace falta una nueva evangelización. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no funciona. Pero ese arte no es objeto de la ciencia; sólo lo puede comunicar quien tiene la vida, el que es el Evangelio en persona” (L’osservatore Romano, 19 de enero de 2001). Cuando vemos nuestra realidad fácilmente podemos darnos cuenta de que muchos cristianos alrededor no han aprendido el arte de vivir, de vivir de acuerdo a la voluntad de Dios, y por lo mismo no son felices. El mundo esta lleno de infelicidad, y el Papa dice que la pobreza más profunda se encuentra en el hecho de perderle el sentido a la vida, y eso, es incontable el número de hombres y mujeres que no saben ni para que viven en este mundo. Por eso es que sigue haciendo falta una Nueva Evangelización en todos los tiempos y en todo lugar pues, solamente “la alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (Documento Aparecida, 29). Hermanos, es un pecado cruzarnos de brazos para simplemente ver pasar la vida pues, aunque los seres humanos seguimos siendo los mismos, las ideas en el mundo cambian de un día para otro, y son estas ideas, que cuando son equivocadas, llevan a que el cristiano se aparte en su comportamiento de Jesucristo que es, “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6). ¿Cuál es la razón principal del aborto? ¿De todos los métodos de Planificación Familiar Artificial? ¿De una educación sexual en las escuelas que muy poco tiene de educación pero, mucho de perversión? ¿De los llamados matrimonios entre homosexuales que ya se realizan legalmente en varios países del mundo? ¿De la desintegración familiar, y del descuido en la educación de los hijos? La razón fundamental de toda esta situación es que la mayoría de cristianos nos hemos olvidado de hacer presente y eficaz, en nuestro tiempo y en nuestras comunidades, la misión fundamental de la Iglesia que es, EVANGELIZAR; y para nuestra situación en El Salvador, si las cosas estuvieran bien, entonces el santo padre no hubiera pedido a nuestros obispos que “impulsen un ambicioso y audaz esfuerzo de evangelización en sus comunidades diocesanas, orientado a facilitar en todos los fieles ese encuentro íntimo con Cristo vivo que está a la base y en el origen del ser cristiano" (Visita Ad Limina de Obispos de El Salvador (02-28-08). Como están las cosas en nuestro tiempo, si no nos comprometemos todos en ese ambicioso y audaz esfuerzo evangelizador, que el Papa ha pedido a la Iglesia en El Salvador: ¿Qué vamos ha heredar nosotros a las próximas generaciones de cristianos que vivan en este país?
Para dialogar: Piense y comparta con los demás hermanos y hermanas